XXV: "Abstracción"

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Salieron en un vuelo privado mientras Mycroft llamaba a Sherlock, sermoneándolo y expresando que sólo era una excusa para que no fuera el blanco de vigilancia durante lo que tuviera que ser el resto de la resolución del caso.

Tras eso, Sabina llamó a Robyn y avisó que estaría fuera de Londres un par de días. Su hermana le dio muchísimas instrucciones, incluso le dijo que era grandioso porque estarían cerca de la casa de campo de su padre y dentro de unas semanas irían para hacer la dichosa visita que Helmut Becker le comentó a Hugo y a Dominick.

Así pues, todo parecía estar sobre ruedas. A eso de una hora llegaron a Cardiff y bajaron en la mansión del señor Rawson.

Sabina y John se encaminaron detrás del detective consultor a la vez que este parecía investigar hasta el más mínimo detalle desde su entrada al lugar. Observó a los mayordomos que estaban atendiéndoles desde que llegaron y aquello provocó que Becker sólo se sintiera un poco atosigada por todas las muestras de formalismo.

-No, gracias -declinó que le ofrecieran algo de beber y después le quitaron abruptamente su abrigo, a lo cual se sobresaltó y añadió-. Oh, bueno, si, muchas gracias -miró que a John le hacían lo mismo, sólo que con Sherlock no lo lograron y tan sólo evitaron intentarlo. Carraspeó un poco y después habló-. ¿Saben dónde es la oficina del señor Rawson? Nos avisó que lo esperáramos allí.

-Con gusto los guío, señorita. Por aquí -y señaló elegantemente el pasillo mientras Sabina se deleitaba del estilo neoclásico que había en cada rincón.

Había estatuas griegas de los torsos en las esquinas, además de que las paredes eran de un pintoresco papel tapiz que tenía detalles dorados que por un momento intuyó que hasta podrían ser de oro.

Fueron guiados por uno de los mayordomos hasta donde observaron una puerta gigantesca de caoba oscura que incluso pusieron los vellos erizados de Sabina por el autoritarismo que desprendía. No obstante, al recordar quién era el dueño de aquella mansión, el miedo fue reemplazado por un sentimiento extraño de diversión.

A continuación entraron al despacho y vislumbraron todos los detalles de colores oscuros que iban desde las tonalidades rojas hasta el color ciruela.

-¿Les sirvo algo en la espera de la llegada del señor Rawson?

-No, gracias -comentó Sabina y después sólo se sentó cuidadosamente en el sillón.

Sherlock y John se quedaron parados y luego el mayordomo se retiró. En cuanto se cerró la puerta detrás del uniformado, repentinamente Sherlock se precipitó a traspasar el sillón de un salto para iniciar con su búsqueda.

-Sherlock, ¡¿qué mierda...?!

-Ayúdame buscando algo inusual en ese estante, Becker.

-Estamos ilegalmente allanando un lugar privado -expresó la morocha.

-Por eso debes apurarte antes de que te atrapen. Si lo hacen, entonces será considerado allanamiento -explicó en breve el detective consultor mientras el doctor Watson se quedaba en segundo plano.

Sin embargo, Sabina giró de inmediato su cabeza e incrustó su verdosa mirada encima del canoso.

-Oye, en serio que quiero pararlo, pero sabes cómo es -alegó Watson y Becker rodó los ojos antes de voltearse y empezar su búsqueda en los estantes de pastas duras.

No obstante, en cuanto Sherlock y ella se aproximaron lo suficiente, concentrándose.en un lugar en específico para buscar lo que pudiera ayudar, Sabina giró y miró con las cejas unidas al doctor.

-¿Y tú por qué no buscas? -preguntó al verlo en la esquina más alejada con esa postura militar que era algo típico en él.

-Vigilo -respondió, por lo tanto, Becker bufó y se volvió para continuar con su travesía-. ¡Escucho pasos! -gritó en susurros y todo pareció pasar en cámara lenta.

𝐒𝐢𝐧 𝐑𝐮𝐦𝐛𝐨 𝐲 𝐀 𝐂𝐢𝐞𝐠𝐚𝐬 [𝐒𝐡𝐞𝐫𝐥𝐨𝐜𝐤 𝐇𝐨𝐥𝐦𝐞𝐬]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora