XXII: "Sargadelos"

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Quince de julio de 2014.

Las cosas en el 221B de la calle Baker habían cambiado drásticamente.

En primera, John y Mary habían decidido dejar de hablarse aún cuando seguían viviendo en la misma casa. Después estaba el hecho de que ni siquiera venían seguido al apartamento de Becker y Holmes para no encontrarse con el otro o viceversa.

Mary seguía en el embarazo, pero con apoyo de Sabina y la señora Hudson. Si, podría decirse que hubo una especie de perdón de parte de Becker hacia la señora Watson.

—¿Cómo vas con ello? —preguntó Sabina mientras veía un poco más hinchado el vientre de la rubia.

—Mejor que ayer —expuso en bajo y sus ojos transmitían la tristeza con la que había estado luchado constantemente durante los últimos días.

Hoy era uno de esos días en que John venía sólo porque Sherlock le pidió ayuda con un nuevo caso que había llegado en la medianoche.

Sabina dormía en su habitación y, abruptamente, Holmes entró, abriendo la puerta y levantándola.

—Sabina, llegó un nuevo caso, arriba.

—¿Qué dia...? —se restregó la mano en los ojos, soltó un suspiro y miró la hora que era en su alarma—. Holmes, son las tres y media de la madrugada.

—Y te acabo de avisar que llegó un caso —al expresar eso, tomó los bordes de la manta y entonces notó cómo se hacía ovillo para seguir acostada—. El cliente espera en la sala, así que deja tu pereza ordinaria y levántate.

En cuanto dijo esa antepenúltima palabra, Sabina alzó la cabeza, arrugó la nariz de un modo juguetón y tomó su abrigo que había tirado al suelo en su intento de sólo tumbarse y dormir lo suficiente debido a la época de finales que acababa la próxima semana.

—Más vale que valga la pena.

—Yo elijo el caso, sabes que siempre vale la pena.

—Ajá, claro que sí —fue sarcástica y luego se precipitó a abrigarse mientras Sherlock se giraba y ambos salieron de la habitación.

Sin embargo, en cuanto llegaron al piso de la sala de estar, repentinamente se encontraron con la presencia de un hombre de baja estatura que permanecía sentado en la silla de clientes.

—¿Dónde está John? —preguntó Sabina al ver el lugar vacío del sillón del doctor.

—Llegará en... —miró el reloj de pared y después escuchó la puerta de entrada del edificio abrirse— ahora.

—¿Sherlock? —escucharon la voz de Watson.

Sherlock no tardó en dejar que Sabina pasara primero, lo cual, por dentro, captó un poco la atención de Becker por aquel gesto caballeroso poco común del detective consultor.

Así fue que Sabina se dirigió hasta el sillón, dónde lentamente se sentó en el brazo del respectivo asiento de Holmes y notó cómo el rizado se aproximaba hasta sentarse.

John llegó, se sentó en su sillón y lentamente se centró en el hombre que movía nerviosamente sus dedos a la vez que pensaba en si debía o no hablar.

—Bien, he escuchado un momento la historia, pero necesito que la vuelva a repetir para ellos, señor Erkins.

—Si, por supuesto —dijo nerviosamente el hombre al tiempo en que aclaraba su garganta y se removía en el asiento—. Eh, bueno, todo esto comenzó la semana pasada.

Y el señor empezó con una breve explicación de la historia que traía consigo, expresando todas las incongruencias que había en las cosas que le pasaban. Su puesto como trabajador en aquella fábrica que nombraba era extraño, además de que decía temer por su vida.

𝐒𝐢𝐧 𝐑𝐮𝐦𝐛𝐨 𝐲 𝐀 𝐂𝐢𝐞𝐠𝐚𝐬 [𝐒𝐡𝐞𝐫𝐥𝐨𝐜𝐤 𝐇𝐨𝐥𝐦𝐞𝐬]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora