VII: "Empatía"

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—¿Qué sabemos de la víctima? —preguntó Watson al inspector.

—Sebastian Beake. Treinta años. Inmigrante de Alemania, llevaba varios años viviendo cerca de Charing Cross Road, en un apartamento. 

—¿Su celular está en la escena del crimen? —preguntó Sabina observando de reojo el cadáver que yacía en el suelo. 

—Sólo estaba su billetera. Las llaves de su apartamento no están con él, pero encontramos a una cuadra de aquí las llaves de su Audi que está estacionado frente a la tienda de guitarras al final de la calle —Greg notó cómo Sherlock estaba buscando pistas, inclinado sobre el cadáver y no tardó en mirar a John—. ¿Creen que sea el mismo asesino?

—No creo que nadie en la vida tenga el mismo modus operandi para asesinar a sus víctimas —argumentó Sabina, cruzándose de brazos y notando de nuevo el lugar en donde el cuerpo seguía inerte—. ¿Encontraron una nota?

—Más bien, encontré, Beckerdite —comentó el detective consultor, aproximándose hacia Watson, Lestrade y Becker sin perder más tiempo mientras alzaba su mano enguantada y todos vieron la esfera oscura que abrió a la mitad para tomar el trozo de papel que estaba dentro. 

Muy pronto lo leyó, analizándolo hasta que John se dirigió a él para arrebatarle la nota y eso lo aprovechó Sabina para colocarse a su lado para también leer junto al doctor. 

"¡Qué cosa tan tonta es el amor! No es la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada, y siempre habla de cosas que no van a ocurrir y nos hace creer cosas que no son ciertas"

—Esto es parte del relato del Ruiseñor y la Rosa —comentó Sabina señalando la nota—. Es el acto final, justo cuando el muchacho vuelve a estudiar Filosofía. 

—¿Y por qué lo hace? —preguntó confundido John, pero entonces Sherlock se unió a la conversación.

—El Ruiseñor se sacrifica por el muchacho para que este le regale finalmente una rosa roja a la joven de la cual está enamorado. 

—Pero el precio es la muerte, sacrificándose y manchando una rosa con su propia sangre —le siguió Sabina. 

—Y por fin la joven lo rechaza cuando otro muchacho llega y le obsequia joyería.

—La avaricia y el interés sucumben a la joven —siguió Becker.

—Aunque siempre fue la idea original de esta. La indolencia de un romance con un esmerado y ansioso muchacho nunca fue una opción que le interesara ser parte en realidad —expresó Holmes, mirando el cadáver de reojo—. Y tengo la impresión de que puede ser una clave para este caso. 

—Anteriormente fueron dos notas. Dos hablaban de belleza y amor, pero...esta vez es desamor, incluso se podría decir que de rabia —comenzó a decir Sabina, recordando el relato corto de Wilde y observando el cuerpo—. Inspector, ¿sabe la dirección del apartamento de la víctima?

Sherlock, por otro lado, mientras se concentraba en examinar y organizar sus ideas, repentinamente fue arrancado al escuchar a la única mujer presente lo que había dicho. Aquello le parecía un tanto incómodo, ya que él siempre era quien pedía esa información, así que no tardó en acercarse y escuchar que Greg le daba la dirección a Sabina. 

—Con eso es suficiente —murmuró, girándose sobre sus talones, tomando el brazo de John para que lo siguiera y después Watson miró de reojo a Sabina, la cual al momento de seguirlos por detrás, tenía el ceño fruncido e intentaba dejar de apretar la mandíbula. 

—¿No ibas a verte con el gobierno andante? —preguntó Holmes, pero entonces Sabina aceleró el paso hasta sobrepasarlo y después se dispuso a andar por la acera de la calle, dirigiéndose hacia el edificio de apartamentos donde vivió la víctima.

𝐒𝐢𝐧 𝐑𝐮𝐦𝐛𝐨 𝐲 𝐀 𝐂𝐢𝐞𝐠𝐚𝐬 [𝐒𝐡𝐞𝐫𝐥𝐨𝐜𝐤 𝐇𝐨𝐥𝐦𝐞𝐬]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora