XVII: "Los tres"

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—¿Dónde estabas? Estábamos buscándote desde la mañana —comentó el doctor Watson mientras observaba fijamente de pies a cabeza a su mejor amigo.

—Hubo un caso en cuestión de resolución inmediata. Aunque se extendió algunas horas.

—Pudiste llamarme.

—Debías guardar reposo para mañana. Tu nerviosismo ya comenzó —expresó el detective consultor al tiempo en que veía de reojo la mano del canoso.

—Si, bueno, de eso me encargo mañana. Quiero presentarte a alguien.

—Importante me imagino —expuso el rizado.

—Si, algo así.

—¿Debería sólo...? —preguntó Sherlock, intentando hablar sobre su típica forma de deducir a las personas.

—Si me niego igualmente lo harías.

Aquel comentario generó que se le curveara una sonrisa a Sherlock Holmes y después ambos se encaminaron hasta la sala de estar donde varias personas estaban reunidas. Reían muchísimo y se escuchaba la escandalosa carcajada de la señora Hudson desde el piso de abajo. Apenas subieron las escaleras y se colocaron en la entrada de la puerta, absolutamente todas las miradas sin excepción se incrustaron en los recién llegados.

John sonrió sin mostrar los dientes y palmeó el hombro del detective, el cual sólo miró a todo el mundo y ajustó sus azulados ojos firmes sobre la persona que no reconocía durante estos últimos días.

—Helmut, finalmente puedo presentarte a... —comenzó John Watson.

—Al mismísimo señor Sherlock Holmes —le interrumpió el alemán mientras se elevaba de su asiento y extendía la mano para estrechar la del hombre alto y de cabello rizado—. Justamente tenía la intuición de que en cualquier momento sería el instante perfecto para la presentación, señor Holmes.

Al tiempo en que decía eso, Sherlock comenzó a deducir cosas sobre él. Como por ejemplo, que pasaba demasiado tiempo en el campo, fumaba habanos y que cuidaba mucho el anillo de matrimonio que descansaba en su dedo anular.

—¿También deduce los nombres?

—No leo mentes —respondió el detective consultor alzando las comisuras de sus labios un momento para después bajarlas de nuevo.

El hombre con la boina soltó una risa grave y varonil mientras veía por encima del hombro al doctor detrás del detective consultor.

—Tenía una intuición de que diría eso.

—Y ha sido muy acertada —comentó Sherlock.

—Helmut Becker, es un placer igualmente —reveló su apellido y entonces los ojos de Sherlock saltaron hasta buscar el rostro de su compañera de apartamento.

Sabina estaba en la esquina de la habitación, sentada al lado del hombre americano de ridículo peinado mientras sostenían fuertemente sus manos. La morocha sonrió de soslayo con una genuina amabilidad que causó en el rizado cierta calma.

Pero, ¿por qué calma? ¿Por qué le temblaba la mano y por qué sentiría esa cuestión de alteración que elevaba el pulso y traía consigo espasmos en su organismo?

—John me contó de usted apenas llegué —comentó el hombre de la tercera edad al tiempo en que veía de reojo a su ex alumno—. Y Bina también lo ha hecho.

—¿Gustas comer, Sherlock? —preguntó la señora Hudson y luego el detective consultor sólo giró a ver a la casera.

—De ser necesario, lo haré más tarde, señora Hudson.

𝐒𝐢𝐧 𝐑𝐮𝐦𝐛𝐨 𝐲 𝐀 𝐂𝐢𝐞𝐠𝐚𝐬 [𝐒𝐡𝐞𝐫𝐥𝐨𝐜𝐤 𝐇𝐨𝐥𝐦𝐞𝐬]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora