XII: "Morrissey"

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—¡John, basta! —expresaba entre risas la señorita Morstan, al tiempo en que ambos comían un poco de palomitas y seguían caminando con los brazos enlazados.

—Bueno, es sólo que es verdad —terminó diciendo John Watson, hasta que finalmente Mary se calmó.

—¿Cómo crees que la estén pasando?

—¿Sherlock y Sabina? Bueno, ella ya debió haber tenido un ataque de irritación hacia él —bromeó el hombre canoso.

—¿Has pensado en cómo se han llevado?

—¿En qué sentido?

—Bueno, desde un principio, hubo un constante choque entre los dos —empezó a decir la mujer, andando aún con su prometido sin soltarlo—. Pero parece que las peleas han disminuido considerablemente.

—Si, eso es verdad. Pero, bueno, sabemos lo difícil que es interactuar con Sherlock.

—Es sólo Sherlock, vamos, sólo es muy... 

—¿Desconsiderado? —bromeó el doctor.

—Sincero de un modo indolente —comentó la mujer—. Y Sabina tiene su carácter.

—La hubieras visto cuando era niña —expresó John, sonriendo mientras viajaba a aquella época en donde la joven Becker apenas tenía ocho años y estaba totalmente interesada en hablar con alguien nuevo en la mesa—. Era muy curiosa, todo el tiempo fue muy aventurera y siempre era sermoneada por jugar con las plantas y llegar con las rodillas llenas de barro.

—Me imagino eso —y Mary sonrió con esa gran facilidad suya—. Sherlock quizá era igual.

—Tal vez —pensó John—. Espero que esté de mejor humor.

—¿Cómo fue? —preguntó Morstan, puesto que no creía que fuera capaz de preguntárselo a Sabina—. ¿Tú supiste algo de cómo ocurrió?

—Cuando volví, Helmut me comentó lo que pasó. Era tarde, tomamos bastante y..., —tomó aire y después lo soltó con pesadez— sólo fue inesperado. Aneurisma, estaba durmiendo y ya no despertó. La hermana de Sabina, Robyn, fue quien le avisó a ellos.

—No imagino lo difícil que fue para ellos —al decir eso, Mary miró a lo lejos que estaban las dos personas que buscaban—. Y Sabina, ella...

—Ella sigue siendo la misma de siempre —alzó las comisuras de sus labios, llevando sus manos a sus bolsillos y observando a la morocha.

John tenía un gran cariño hacia ella. Por supuesto, Sabina era una niña cuando lo conoció y con el pasar del tiempo, ella lo miró como si fuera un hermano mayor. La ayudaba con sus tareas cuando podía, le decía Johnny y hasta incluso participó en un festival junto con la pequeña Becker.

A veces, sólo en algunas ocasiones, pestañeaba y tenía pequeñas imágenes de ella cuando tenía sólo ocho y hasta tener trece, la edad que tenía ella en el momento en que él terminó la universidad. Se enternecía, por supuesto, y después se impresionaba de lo cambiada que estaba. Pero sólo algo seguía igual y se trataba de su sonrisa y risa. La manera en que abría su boca y aquella contagiosa y agradable forma en que reía seguía igual después de tantos años.

—¿En serio nunca habías hecho esto? —preguntó la mujer, burlándose del detective consultor a la vez que los prometidos se aproximaban hacia ellos.

—No reconozco el objetivo de esto —se quejó Sherlock, alejándose hasta que giró y suspiró—. Miren quiénes volvieron ahora.

—Oh, vamos te la pasaste de maravilla con Sabina, admítelo —se mofó de la situación la señorita Morstan, sin dejar de sonreír—. ¿Qué tal es Camden Town, Sabina?

𝐒𝐢𝐧 𝐑𝐮𝐦𝐛𝐨 𝐲 𝐀 𝐂𝐢𝐞𝐠𝐚𝐬 [𝐒𝐡𝐞𝐫𝐥𝐨𝐜𝐤 𝐇𝐨𝐥𝐦𝐞𝐬]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora