capitulo 10

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Maratón 5/5

Juliana deslizó la bufanda envuelta en papel y el sombrero en una bolsa y la entregó a la clienta esperando.
—Espero que te mantenga caliente todo el invierno —dijo.
La clienta sonrió agradecida y se dirigió a la salida. Juls la siguió y echó el cerrojo, luego regresó al mostrador y sacó el cajón de dinero en efectivo.
Normalmente le gustaba contar la recaudación del día y lo ponía en su apartamento durante la noche a salvo, pero estaba cansada y había dejado la tienda abierta una media hora extra para darle tiempo al último cliente vacilar entre la bufanda azul y roja, y la boina verde o la gris. Una venta era una venta, pero el día había absolutamente terminado y visiones de una taza de té y una tostada con Marmite2 bailaban en su cabeza. Se pondría su pijama de franela favorita y se acurrucaría bajo una manta y vería algo sin sentido en la televisión mientras se llenaba de migas por todos lados.
No una noche alocada, pero así era como había sido por estos días. Esto en cuanto a su reputación de ser una salvaje amante de la fiesta. Valentina Carvajal estaría tan decepcionada si supiera que lo más extravagante que había hecho recientemente era llevar la misma camiseta dos días seguidos.
¡Escándalo!
Hizo un ruido grosero cuando se dio cuenta que estaba pensando en Carvajal de nuevo. Justo cuando pensaba que lo había expulsado de su psique, ella surgía otra vez. Lo cuál era molesto y posiblemente hasta un poco inquietante.
Vació las recaudaciones en una bolsa de plástico y metió el bolso en el bolsillo de su abrigo. Apagó la luz principal y el equipo de música, luego cerró la puerta principal y salió al hueco de la escalera dirigiéndose al apartamento.
Tiró su abrigo sobre el respaldo del sofá una vez que estuvo arriba, quitándose los zapatos mientras se movía en la cocina. Estaba a punto de poner dos rebanadas de pan en la tostadora cuando el timbre sonó. Se quejó para sus adentros mientras cruzaba hacia el intercomunicador. Si era alguien vendiendo algo, iba a estar muy tentada a ser grosera.
— ¿Sí?
— juliana
No reconoció la voz y frunció el ceño.
— Sí. ¿Quién es, por favor?
—Es Valentina Carvajal. La… amiga de Renata.
Juliana se quedó mirando el intercomunicador, perpleja. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?
— ¿Qué quieres? —preguntó. Ruda, pero se figuró que los guantes estaban definitivamente afuera después de su último encuentro.
— ¿Puedo subir?
¿Podía ella subir? ¿Valentina Carvajal, en su apartamento?
Miró a alrededor a su sofá de terciopelo marrón con cojines de piel de leopardo, su golpeada mesa de café abarrotada de revistas viejas, platos desechables, tazas y vasos de vino, la mesa de la cocina aún más cargada de periódicos, revistas, libros y platos sucios. Había no menos de tres pares de zapatos esparcidos por la habitación, descartadas bufandas tendidas sobre el respaldo del sofá, el brazo de su lámpara de pie, el radiador...
Oh, bueno. Le daría a Carvajal algo más por lo que estar horrorizada. Sin duda su apartamento era lo suficientemente limpio para ser sede de cirugía.
— Seguro. ¿Por qué no? —dijo ella secamente y apretó el timbre para dejarla entrar
Escuchó sus pasos en los peldaños de las escaleras y un ridículo pequeño dardo de nerviosismo retorció su camino a través de su vientre.
— ¿Qué pasa contigo? —murmuró para sí misma, pero desafortunadamente lo sabía.
Un golpe sonó en la puerta del frente y levantó la barbilla y se adelantó. En el último momento, se arregló el cabello. Algo por lo que podía mandarse a sí misma al infierno más tarde. Después de que ella hubiera dicho cualquier cosa enfadada que quería decir y se fuera.
Abrió la puerta y adoptó su más desinteresada, desdeñosa expresión.
— ¿Sí, Valentina? ¿Cómo puedo ayudarte?
Llevaba su abrigo negro, naturalmente, su traje por debajo. Su cabello estaba revuelto y su corbata estaba desaparecida en combate. Sus ojos estaban... diferentes. Y no parecía tan altivamente superior como era su costumbre. De hecho, en realidad parecía un poco insegura.
— ¿Puedo entrar?
Su mirada bajó en picada hasta el cuello abierto de su camisa. Dejando ver parte de esa anatomía visibles allí. Frunció el ceño, luego miró hacia otro lado, apartándose a un lado y haciendo un amplio gesto con su mano.
—Por supuesto. Dado que estamos siendo tan educadas la una con la otra.
Ella pasó rozándola en el pequeño espacio. Ella podía oler el aire frío de la noche en su abrigo, junto con alguna otra cosa. Algo dulce y un poco afrutado. Licor Belga de durazno, si no erraba en su suposición.
Valentina se detuvo en medio de su sala de estar, su mirada agitándose brevemente sobre el desorden. Ella arqueó una ceja y cruzó sus brazos sobre el pecho y esperó a que Carvajal lanzara el insulto de apertura.
— ¿Por qué me compraste licor? —preguntó.
No es lo que había esperado.
— ¿Viniste aquí para preguntarme eso?
—Sí. —Ella frunció el ceño.
— ¿Estás borracha?
—Un poco. Responde la pregunta.
—Te dije por qué lo compré. Quería que supieras que lamentaba lo que había pasado con R.
Ella despidió su respuesta con un gesto impaciente de su mano.
—No eso. ¿Por qué licor? ¿Por qué no brandy o whisky o... no sé, Chartreuse?
— ¿Chartreuse? Es esa vil cosa verde que brilla en la oscuridad, ¿no? ¿Por qué diablos habría de comprarte eso?
— ¿Por qué diablos comprarme licor?
Juliana se encogió de hombros, sintiéndose a la defensiva de repente.
—No lo sé. Tenías algo de eso la vez que estuvimos en el teatro. Parecía que te gustaba.
—Eso fue hace más de un año.
— ¿Y?
—Eso es mucho tiempo para acordarse de algo.
—Tal vez sólo tengo una buena memoria.
Estaba empezando a sentirse incómoda. O tal vez expuesta era la palabra más adecuada.
—Tienes una memoria horrible. Olvidas el cumpleaños de Renata cada año.
—No, no lo hago.
—Sí, lo haces.
Había algo en la manera en que Valentina estaba mirándola que la hacía sentir aún más nerviosa.
— ¿Y? Recordé que te gustaba el licor de durazno. No es una gran cosa.
— ¿No lo es? Recuerdo que odias los caracoles. Y que te niegas a ver cualquier película con Kate Beckinsale en ella. Y que tienes cada álbum de George Michael jamás hecho.
Ella parpadeó.
— ¿Por qué recordarías todo eso?
—No lo sé. Solía pensar que era porque me fastidiabas. —Dio un paso hacia ella—. Solía pensar que era porque estabas siempre usando faldas cortas y blusas escotadas y riendo muy fuerte. Solía pensar que era porque tu perfume se metía en mi ropa y se queda conmigo durante varios días después, a pesar de que apenas me acercaba a ti.
Dio otro paso hacia ella y algo poderoso e innegable retumbaba en la boca de su estómago.
—Tú me odias —dijo ella, mirándola fijamente, sabiendo que debería poner cierta distancia entre ambas antes de que esto se convirtiera en algo que no debería pasar.
— ¿Lo hago?
Estaba tan cerca que podía ver la pequeña cicatriz en la esquina de su labio superior. La miró por un momento. Siempre se había preguntado cómo consiguió esa cicatriz.
— ¿Por qué levantaste tu blusa la otra noche en mi oficina? ¿Por qué me mostraste tus pechos así? —preguntó, su voz muy baja, sus ojos azules atentos en ella.
—No lo sé —susurró.
—Mentirosa —dijo ella, y luego cerró la distancia entre ellas y sus manos estaban ahuecando su cara, su boca estaba bajando hacia la de ella y su corazón estaba latiendo tan fuerte y rápido que era un milagro que no explotara.
Entonces su boca estaba en la de ella y no había nada más en el mundo entero, excepto por la calidez, la presión y el roce de su lengua y el sabor de ella, la opresión de su cuerpo contra el de ella y la necesidad surgiendo a través de su sangre como un tren de carga fuera de control.
Ella agarró las solapas de su abrigo y se aferró mientras Val profundizaba el beso, inclinando su cabeza hacia atrás, una mano deslizándose por su espalda para agarrar su trasero y tirándola con más fuerza contra ella. Sintió su erección a través de las capas de su traje y su falda y supo que si no lo tenía en los próximos sesenta segundos literalmente iba a expirar de necesidad.
Había esperado tanto tiempo. Tanto tiempo.
Sin romper su beso, alcanzó la cintura de su suéter y lo arrastró hacia arriba. Se apartó de ella el tiempo suficiente para sacarlo sobre su cabeza y echarlo a un lado y luego la arrastró de nuevo hacia ella y alcanzó su hebilla del cinturón.
—Juls —gimió ella mientras Juliana deslizaba una mano dentro de su bragueta y encontraba su pene, duro y grueso para ella.
—Necesito esto. Ahora. Te necesito dentro de mí —dijo.
Ella hizo un ruido de animal desesperado y la siguiente cosa que supo es que estaba de espaldas en el sofá, su falda alrededor de su cintura, sus bragas empujadas a un lado mientras Valentina deslizaba sus dedos en su calor húmedo.
—Juliana, juliana. Estás tan caliente. Tan malditamente caliente —murmuró mientras besaba su camino por su cuello a sus pechos.
Puso su pezón en su boca y ella casi se vino en el acto.
—Ahora, Valen. Ahora —rogó.
Ella se movió por un segundo y Juliana oyó el crujido de un paquete de aluminio y entonces Valentina estaba dentro de ella, grueso y duro. Tiró sus rodillas elevadas, enganchando una encima de su hombro, la otra sobre su cadera, arqueándose hacia Val mientras empujaba más profundo en su interior.
Su respiración salía en una ráfaga enorme mientras Valentina la llenaba, estirándola, completándola. Sus manos encontraron su culo desnudo y ella le clavó las uñas, negándole el movimiento mientras saboreaba la satisfactoria plenitud.
—Lo siento, tengo que moverme. Tengo que hacerlo. Estás tan malditamente apretada. Tan buena —gruñó, su cara distorsionada con necesidad.
Comenzó a impulsarse dentro de ella, largos, poderosos empujes, el golpe de la carne en la carne y la ráfaga húmeda de sus cuerpos moviéndose juntos mezclándose con sus respiraciones entrecortadas. Por todas partes que ella tocaba Valentina estaba dura como el granito, como si cada músculo en su cuerpo estaba esforzándose hacia su finalización. Nunca se había sentido más deseada, más querida, más lujuriosa o sexy en su vida y sintió su propio deseo elevándose cada vez más con cada golpe.
Inclinó la cabeza y mordió su pezón, lo suficientemente fuerte como para herir, y ella se había ido, su cuerpo apretando alrededor del suyo mientras se venía y se venía y se venía. Increíblemente, Valentina siguió adelante, sus nervios del cuello con tensión, los ojos cerrados, mostrando los dientes en una mueca. Más y más y más y ella sintió su propio deseo elevándose de nuevo.
—Sí. Sí. —Ella jadeó.
Entonces estaba enterrada profundamente dentro de ella, sus caderas oprimiéndose mientras se estremecía con su liberación. Encontró su propio pico de nuevo, echando la cabeza atrás, apenas capaz de respirar mientras palpitaba alrededor de su miembro.
Se desplomó en el sofá junto a ella, su pecho agitado, sus ojos fuertemente cerrados. Juliana cerró sus propios ojos y trató de aferrarse a la mera maldita alegría del momento durante todo el tiempo que pudo.
Pero a medida que su cuerpo se enfriaba y su respiración disminuía su cerebro volvió en línea con una venganza. Y lo único que podía pensar era: ¿Qué hemos hecho? ¿Qué hemos hecho? ¿Qué hemos hecho?
Se deslizó del sofá y se dirigió al baño. Cerró la puerta, y luego empujó la tapa del retrete y se sentó. Podía ver su frente y cabello en el espejo encima del lavabo, pero no el resto de su cara.
Bien. No quería mirarse a los ojos ahora mismo.
Renata era su mejor amiga. Había sido firme defensora de Juliana a través de todo. Había estado allí cuando Juliana había sido enviada a casa desde la escuela en desgracia. Había estado allí cuando sus padres la habían rechazado.
Había sostenido el cabello de Juliana fuera de su cara mientras vomitaba de tanto beber más veces de lo que podía contar. Había pasado los pañuelos Kleenex durante cada una de las rupturas de Juliana. La había ayudado a encontrar su tienda y se quedó despierta toda la noche ayudándola con el precio y exposición del stock para la apertura...
Ella siempre había estado allí. Siempre.
Y Juliana había devuelto la lealtad, el amor de Renata, la consideración y generosidad acostándose con su ex novia en el sofá.
Se sentía enferma. Se sentía como rompiendo algo. Quería retroceder el reloj. Pero entonces no habrías acabado de tener el mejor, el más explosivo sexo de tu vida. Entonces no habrías sabido a lo que todos esos años de animosidad y ataques verbales estaban llevando.
Empujó el pensamiento lejos. Eso no importaba. R importaba. Su amistad importaba. Eso era todo.
Oyó una puerta cerrándose. Estaba casi segura de que era la puerta principal. No era una enorme sorpresa. Conocía a Carvajal suficientemente bien para saber que estaría castigándose a sí misma por esto, también. Ella se enorgullecía de su sentido del honor, de su privado código moral.
Esto la mataría, a pesar de que Renata había sido la primera en suspender la boda. A pesar de que ella al menos tenía la excusa de estar borracha con que tranquilizarse a sí misma.
Ella no tenía ninguna excusa. Nada.
Esperó otros diez minutos, sólo para estar segura que se había ido, sintiéndose como una cobarde además de una irresponsable, desleal puta. Finalmente deslizó sus brazos en su bata y abrió la puerta, caminando por el pasillo hasta la sala de estar. Estaba vacía. El alivio la inundó, seguido por aún más culpa.
Su mirada encontró su teléfono en la mesa de café. Se obligó a recogerlo. Tenía que llamar a Renata ahora mismo y contarle todo. Sin excusas, sin restar importancia a cualquier cosa. La verdad pura, sin adornos. Y si todavía tenía una amiga al final de la conversación...
Cruzaría ese puente cuando llegara a ella.
Marcó el número de Renata, agregando los dígitos requeridos para alcanzarla en el otro lado del mundo. El teléfono sonó. Y sonó. Y sonó. Cerró los ojos y deseó que Renata contestara, consciente de su enfermizo estómago revolviéndose. Si no lo hacía ahora, no estaba segura de que tendría el coraje para hacerlo más tarde. El teléfono cambió al correo de voz.
Juls escuchó la fresca, culta voz de su amiga.
Demasiado tarde se le ocurrió que no tenía idea de con lo que Renata estaba tratando en Australia. ¿Había hecho contacto con su padre aún? Y Valentina parecía convencida de que había otro hombre u otra mujer en la escena. Claramente, el plato de Renata estaba lleno. La última cosa que ella necesitaba era tener a Juls volcando todo este lío encima de ella, también, sólo porque juliana anhelaba el perdón y la absolución de su amiga.
De eso se trataba ésta llamada telefónica después de todo. Hacerse a sí misma sentirse mejor.
Purgando su culpabilidad mediante la confesión.
Era casi tan egoísta como una persona podría llegar a convertirse.
Cuando sonó el bip, terminó la llamada sin decir una palabra. Luego se obligó a sí misma a simplemente sentarse y experimentar todos los sucios, feos pensamientos y emociones surgiendo a través de su cuerpo. Era lo menos que podía hacer. Lo mínimo absoluto.

¿ Que les pareció la interacción entre estas dos?🍰 💥🍑 Déjenme saber, se viene la tensión 😬 de que puede pasar

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