capitulo 8

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Maratón 3/?

Juliana sopló en sus manos ahuecadas. Llevaba guantes, pero estaba oscuro y hacía frío y amenazaba con nevar y se estaba congelando en la calle fuera de las oficinas de Whitaker, Malcolm y Venables.

Volvió a revisar su reloj.

¿Dónde diablos estaba Valentina?.

Saltó de un pie al otro, haciendo que la botella de licor Belga de durazno chocara con su cadera dentro de la mochila. No por primera vez se preguntó qué estaba haciendo, esperando afuera en la oscuridad, por una mujer que había mostrado todos los síntomas de odio genuino hacia ella.

No por primera vez, no tenía una respuesta.

La razón obvia era que sentía pena por Carvajal. Sabía cuánto amaba a Renata, y sabía que las cosas habían acabado entre ellas, lo que significaba que Carvajal probablemente se sentía un poco apenada por sí misma y quizás algo bastante molesta ante el trato de porquería que había recibido. Sabía que había regresado al país hacía dos días, y adivinaba que en lugar de tomarse unos días para recuperarse del jet lag y lamerse las heridas, había marchado a trabajar como todo buen soldadito. Aunque su corazón estuviera roto y se sintiera sola, triste y miserable.

Idiota.

Volvió a soplar en sus manos. Apareció una figura en el umbral de entrada al edificio muy viejo y respetado donde el abuelo de Renata y su ex prometida formaron un imperio. Se tensó, pero notó luego que era demasiado vieja para ser Valentina.

Aunque probablemente usaban el mismo sastre, a juzgar por el traje. Miró el edificio, husmeando la única ventana que seguía iluminada. Se imaginó a Carvajal inclinada sobre algún tomo legal polvoriento, enterrada en precedentes y alegatos y lo que sea porque no sabía cómo lidiar con sus propios sentimientos. Podría estar allí por siempre. Por lo que sabía, ella podría ser el tipo de adicta trágica al trabajo que dormía en el sofá de su oficina en lugar de irse a casa a enfrentar su propia vida.
Tomó una decisión, cruzó la calle para detenerse en la entrada del edificio. Dos minutos después, sus esperanzas fueron respondidas mientras una mujer vestida severamente salía por la puerta de seguridad. Intentando aparentar que sabía exactamente lo que hacía y a donde iba, Juliana tomó la puerta antes de que se cerrara detrás de la mujer y entró en el vestíbulo. La calidez seca artificial la golpeó, calentando sus mejillas, y se desabrochó el abrigo.

Ahora sólo estaba el diminuto problema de adivinar en qué piso podía estar la oficina de Valentina. Cruzó al elevador y miró la placa de bronce. Sabía que Valentina trabajaba en Insolvencia, pero parecía que había dos pisos dedicados a la alegría de la gente en bancarrota. Con la economía como estaba, probablemente estaban considerando poner un tercero.

Entró en el ascensor, golpeando los botones de ambos pisos. Miró el indicador e intentó ignorar la voz en su cabeza que le decía que era una mala idea.

Como ya había reconocido, Carvajal la odiaba. Creía que era fácil, malcriada y necia
No que le hubiera dicho alguna de esas cosas en la cara, aunque sí había dicho el chiste del catálogo de Playboy. Su contenido estaba en cada mirada que le daba, en cada palabra que le dirigía.

Y aun así allí estaba, con una ofrenda de paz en la cadera.

Debía estar loca.

El ascensor se detuvo y sacó la cabeza. Por lo que podía ver, no había una simple luz encendida en todo el piso. Arriba y adelante entonces.
Las puertas se cerraron y pisoteó nerviosamente. Otro pitido y las puertas volvieron a abrirse. Volvió a sacar la cabeza. Ah. Una luz. Al fin.
Comenzó a caminar por el corredor, mientras sus tacos de aguja se hundían profundamente en la mullida alfombra. Miró por las oficinas oscuras mientras pasaba, notando la madera brillante y el cuero. Carvajal lo había hecho bien para una chica de las crueles calles de Hackney. Se preguntó si ella alguna vez se tomó un momento para simplemente detenerse y apreciar tal hecho, o si estaba demasiado ocupada alineando sus lapiceras en su papel secante y enderezándose la corbata para notarlo.

EL MEJOR DE MIS ERRORESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora