capitulo 4

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Ella llamó a su primo, y después de diez minutos de halagos que pronto degeneraron en una abierta lambisconería, se las arregló para conseguir su promesa de correr una búsqueda sobre Camilo Guerra. Renata agradeció efusivamente y fue de regreso a subir las escaleras para dormir más por su resaca.
A las tres de la tarde, Guille regresó la llamada con la última dirección conocida de
Camilo Guerra. Sintiéndose un poco aturdida, juls coloco la señal de: “Regreso en cinco minutos” en la ventana y cerro la tienda antes de dirigirse escaleras arriba.
Entró en un brillante, inmaculado departamento y oliendo a liquido de limpieza.
—Espero que no te importe. Necesitaba algo para hacer mientras esperaba. Otra que no sea sentarme alrededor y dudar de mí, quiero decir —dijo renata mientras enderezaba la pila de revistas en la mesa de café.
— ¿Por qué me importaría? Puedes quedarte en cualquier momento. —Juls se maravilló de lo bonito que se veía el espacio de su sala cuando no estaba enterrado bajo papeles y ropa tirada.
La mirada de Renata cayó en la pieza de papel en su mano.
— ¿Es eso? ¿Llamó Guille?
Juls entregó la pieza de papel. Observó las cejas de renata levantarse hacia la línea de cabello.
— ¿Australia? ¿Él está en Australia?
—De acuerdo a Guille, lo está.
—Isla Philip. Ni siquiera he oído de ella.
—Lo busque. Está al sur de Melbourne. Una comunidad de playa.
Renata miró fijamente la nota por un largo rato antes de encontrarse con la mirada de Juls
—Entonces supongo que será mejor que reserve un boleto para Australia.
—Podríamos intentar llamarlo primero.
—No —dijo Renata firmemente—. Quiero hacer esto en persona. Y será bueno para una escapada de unos días.
—Entonces permite reservar esos boletos, pastelito.
Cuatro días más tarde, Juls esperó hasta que el cliente que acababa de atender saliera de la tienda antes de marcar el número celular de su amiga. Había estado contando las horas, revisando el registro de llegadas del aeropuerto de Tullamarine en Melbourne, Australia, esperando a que su amiga aterrizara.
Se mordió la uña del pulgar mientras esperaba que Reni contestara.
—Juli —La voz de Renata se escuchaba en la línea telefónica clara como una campana, casi como si estuviera en la habitación de al lado en vez de al otro lado del mundo.
—Reni. ¿Cómo estuvo tu vuelo? ¿Qué está pasando? ¿Has hablado con él?
Habían discutido la estrategia antes de que Renata se fuera, por lo que sabía que su amiga planeaba ir directamente a la casa de su padre biológico y hacer contacto.
—Largo. No mucho. Y no. Estoy sentada frente a su casa ahora mismo, tratando de conseguir coraje para llamar a la puerta.
La mano de Juls apretó el teléfono. Podía escuchar el miedo en la voz de
Renata. La culpa comiéndosela. Si hubiera sido capaz de dejar la tienda, se habría ido con ella. De haberlo hecho, Elizabeth no estaría haciendo frente a este enorme desafío sola.
—Estás nerviosa —dijo Juls
—Sólo un poco.
—No lo estés. Una vez que te conozca, estará sobre la luna porque le has localizado.
—No lo sé. Tal vez estoy haciendo todo esto mal. Tal vez debería haber hecho contacto primero mediante una carta o correo electrónico, o utilizar un abogado para romper el hielo...
—No. Has hecho lo correcto. Y aunque no lo hubieses hecho, estás allí ahora. Todo lo que tienes que hacer es ir a tocar su puerta.
—Lo haces sonar tan fácil.
Juls podía oír la sonrisa en la voz de su amiga.
—Vamos, Reni. Eres una mujer en una misión, ¿recuerdas? Estás recuperando tu vida, sacando todo por tu propia cuenta. Superar a la vieja antes de tiempo de tu prometida fue sólo el primer paso.
—Me gustaría que no la llamaras así. El hecho de que simplemente haya decidido no casarme con ella no significa que sea una mala persona.
—Cierto. No es como si fuera literalmente, aburriendo gente hasta morir. A pesar de que te dio una puñalada bastante buena como para sofocarte parte de la vida.
—Juls...
—Lo siento. Creo que debería ser un delito penado para que alguien tan joven como ella, se vista como una vieja crujiente. ¿Cuántas personas de treinta y dos años conoces que vistan trajes de punto con coderas de cuero?
—Sólo porque se vista de forma conservadora no quiere decir que sea crujiente, Jul. No es más que... conservadora. — Renata terminó sin convicción.
— ¿Conservadora? Lo siento Reni, pero esa no es la palabra para una mujer que se niega a tener relaciones sexuales en otra posición que no sea la del misionero. La palabra que buscas es reprimida.
—No tienes idea de lo mucho que me arrepiento de haberte contado sobre eso alguna vez, juls.
Hace varios meses, renata había confesado que le había pedido a Vale darle un poco más de sazón a su vida sexual después de leer un artículo en una revista sobre ser responsable de su propia sexualidad. Había sido uno de esos raros momentos de completa franqueza de su amiga, quien por lo general era muy privada con las cosas relacionadas al dormitorio, en el que Juliana se horrorizó cuando supo que Valen no sólo había rechazado discutir las necesidades de Renata, sino que también había logrado que Renata se sintiera pequeña y sucia y mala.
—No voy a pedir disculpas por negarme a permitirte barrer ese pequeño momento bajo la alfombra —dijo juls—. La gente normal, nota que estoy remarcando la palabra normal, en lugar de estirada represiva, habla con su pareja acerca del sexo y explora su sexualidad divirtiéndose en la cama. No te acaricia la cabeza y te dice que te respeta demasiado para utilizarte, o cualquier otra excusa basura con la que salió cuando finalmente tuviste el coraje para hablar con ella. Y adoro que hubiese volcado todo esto en tu contra, por cierto y no sobre su falta de testículos.
—Realmente no quiero hablar de esto de nuevo.
Juls escuchó las palabras de su amiga, pero estaba en marcha, las palabras brotaban desde algún lugar largamente reprimido en su interior.—Por el amor de Dios, no fue como si le hubieses pedido que te atara y se acercara con un gratinador de queso o algo así. Querías probar el estilo perrito. Gran cosa sangrienta. No había animales pequeños involucrados, o cuero, o cera caliente.
—He cancelado la boda, Juli. Eso está definitivamente archivado bajo la etiqueta del Pasado. Necesitas dejarlo ir.
Hubo una nota aguda en la voz de Renata que actuó como un balde de agua fría. Juliana parpadeó y luego se pasó una mano por la cara.
—Tienes razón. Lo siento. Ella sólo me saca de mis casillas —murmuró, plenamente consciente de que había cruzado la línea, a lo grande.
—Bueno, probablemente nunca tendrás que verlo de nuevo, dado que escasamente querrá verme una vez que haya superado el hecho de que lo dejé. Eso debe hacerte sentir mejor.
Juls frunció el ceño mientras las palabras de Renata golpeaban cerca de casa.
Ya que Reni tenía razón, por supuesto, no había absolutamente ninguna razón para que alguna vez tuviese que pasar tiempo en compañía de la señora amargada ahora que ella y Reni habían terminado.
Juls nunca más tendría que ver las ventanas de su nariz dilatarse con disgusto ante algo que hubiese dicho, o soportar a su cabeza prejuiciosa observándola de la cabeza a los pies. Nunca sabría si consiguió la membrecía al Club Savage que codiciaba con tanto fervor, o si se habría hecho socia. Nunca más tendría que rechinar los dientes cuando ella optara por lo seguro, la opción más baja en todo, desde elegir una bebida hasta probar un material de lectura.
La campana de la puerta sonó con fuerza cuando tres mujeres entraron a la tienda, sacándola de sus pensamientos. Les sonrió distraídamente.
—Reni. Alguien entró en la tienda y tengo que irme. Pero puedes hacer esto, ¿de acuerdo? Sólo sal del coche y preséntate. Cualquier cosa que venga después de eso, podrás manejarla.
—Gracias, entrenador. Y gracias por todo el apoyo y los pañuelos que me has estado pasando durante los últimos días —dijo Reanata.
—Bah.
Terminó la llamada, pero no salió de inmediato de detrás del mostrador para atender a sus clientes. No entendía de dónde había venido la necesidad de despotricar contra Carvajal. Durante los últimos días, había sentido lástima por ella, consciente del hecho de que sin importar lo que estuviese pasando en la vida de renata, ella se estaría sintiendo decaído ahora que la boda había sido cancelada.
Entonces, ¿dónde tenía toda esa frustración e ira acumulada?
No tenía ni idea.
Sacudió su cabeza, haciendo que sus largos pendientes se balancearan. El funcionamiento de su subconsciente era para ella un misterio, en el mejor de los casos, y quizá era preferible dejarlo de ese modo. Algunas cosas es mejor desconocerlas.
El negocio estuvo tranquilo durante el resto del día y se las arregló para empujar el desastroso rompimiento de Renata y Valentina lejos de su mente. Lo cual fue igual de bueno. No quería convertirse en una de esas trágicas personas que vivían colgadas del drama de la vida de otras personas. Si bien era cierto que había pasado mucho tiempo desde que había tenido una relación por sí misma, no estaba triste todavía. Esperaba.
Estaba bastante oscuro afuera para el momento que retiró el efectivo de la caja a las seis.
Aseguró lo recaudado en la caja fuerte, apagó todo menos la luz de seguridad y caminó entre mostradores de ropa y perchas para sombreros y accesorios hasta la puerta principal.
Un día, cuando el árbol del dinero que había plantado en el macetero de su ventana diera frutos, abriría un agujero en la pared e instalaría una puerta interna desde la escalera hasta su apartamento. Originalmente pensado para ofrecer autonomía tanto al inquilino al por menor como al residente de arriba, la entrada independiente era un verdadero dolor en el trasero cuando estaba helando como esta noche.
Se deslizó en el frío y haló la puerta cerrándola tras de sí, tratando de caminar rápidamente los pasos necesarios para poder retirarse al calor y confort de su apartamento.
La mujer pareció aparecer de la nada, alta y delgada y rabiosa. Chilló de terror y saltó hacia atrás, pegando la parte de atrás de su cabeza contra la puerta.

EL MEJOR DE MIS ERRORESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora