capitulo 18

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El resto de la semana pasó en un borrón. Juliana trabajó duro en la tienda durante el día, y cada noche estuvo de espaldas, cediendo al deseo aparentemente sin fin que tenía de estar piel a piel con Valentina Carvajal. El martes por la noche, las dos estaban tan desesperadas que lo hicieron en las escaleras del piso, incapaces de esperar unos segundos hasta que llegaran a su apartamento.

El miércoles se apareció en la hora del almuerzo y ella cerró con llave la puerta principal antes de que la tomara por detrás en el cuarto de atrás. El jueves era la víspera de Navidad y sabía por experiencia que la firma legal de Valentina tradicionalmente tenía un brindis después del trabajo, un evento al que había ayudado a Renata a planear varias veces durante años. A pesar de que no lo habían discutido, sabía que no lo vería esta noche. De hecho, con toda probabilidad pasarían algunos días antes de saber de Val, teniendo en cuenta la época del año. Un hecho que la hizo sentir ridículamente vacía.

Era sólo sexo, después de todo. Había sobrevivido durante meses sin ello antes.

Podía soportar unos pocos días ahora.

Sus pensamientos vagaron a Renata mientras arreglaba la tienda después de la hora de cierre. No habían hablado durante unas semanas y Juliana experimentó una punzada cada vez más familiar de culpa al pensar en su amiga. Sintió la distancia entre ellas profundamente, pero la idea de mentirle a R por la línea de teléfono inmovilizaba su mano cada vez que tomaba el auricular.

Tenía que encontrar alguna manera de superar esto, por el bien de su amistad, pero cada vez que pensaba en confesar lo que había pasado con Carvajal —lo que estaba sucediendo aún— se sentía enferma y temblorosa.

No era tonta, comprendía que parte de ese sentimiento enfermo y tembloroso se debía a un retroceso a lo que había sucedido cuando tenía dieciséis años, pero eso no hacía ninguna diferencia. Estaba aterrorizada todavía de confesar sus acciones a su mejor amiga.

Y sin embargo, tampoco podía encontrar en ella cómo negar a Valentina.

Cuando estaba con ella, el mundo se reducía a unos pocos metros cuadrados.

Estaban sólo sus ojos, su boca, sus manos, su pene y la forma en que la miraba, la forma en que la tocaba, las cosas que le decía y su manera de moverse...

Suspiró profundamente. Era un caso perdido, la culpa y el deseo, se extendían en grados iguales. Un lío, en otras palabras.

Se forzó a salir a Indian para la cena, y luego se acurrucó delante del televisor para ver sensibleros especiales de Navidad. Como lo hacía todos los años, planeaba en su mente salir al día siguiente.

Algo decadente para el desayuno —ya que era Navidad, después de todo— luego conduciría por el país para conseguir un poco de aire fresco. Con un poco de suerte habría algunos niños con nuevas bicicletas y patines para disfrutar a lo largo del camino, después volvería a casa y se abrigaría cómodamente en el sofá. Tenía un par de películas que había estado guardando, y haría su reconfortante comida favorita de macarrones con queso y comería un montón de frutas, chocolate y nueces, mientras lloriqueara y riera de la TV. Luego se iría a la cama temprano, y habría sobrevivido otro día de Navidad.

Se había convertido en una especie de tradición, su no-Navidad. Por un tiempo, Renata había intentado atraerla a la casa de sus abuelos para un gran almuerzo familiar, completado con pudín de ciruela y regalos envueltos brillantemente, pero Juliana se había resistido siempre. No era tan patética como para tener que pedir prestado a la familia de alguien más para lo que era, en realidad, sólo un día de fiesta comercial. Una vez que Valentina había aparecido, había estado muy contenta de haberse mantenido firme. Compartir con ella la Navidad cada año habría sido un puente demasiado lejos, y extraerse a sí misma del arreglo sin ofender a los abuelos de Renata, casi imposible.

EL MEJOR DE MIS ERRORESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora