capitulo 11

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Valentina caminó a ciegas por la calle, registrando escasamente el frío, cada célula de su cuerpo vibraba debido al shock.
Había tenido sexo con Juliana Valdés. No, era demasiada seca una sola palabra para lo que habían hecho. Habían follado. Desesperadamente. Urgentemente. Como si sus vidas dependieran de ello. Como si pensaran que habían esperado el momento por mucho, mucho tiempo.
No podía dejar de pensar en ello. Ni siquiera le gustaba: pero al caer sobre su cuerpo, le hacía sentir como si llegará a casa. Cada palabra que salía de la boca de ella hacía que quisiera rechinar los dientes (pero sus gemidos, ruegos y suplicas llenaban su mente).
No entendía. Aún mejor, no quería entender. Era temeraria e impulsiva, bebía demasiado, se vestía demasiado provocativa. Era un desastre. Un desastre esperando por suceder.
Se detuvo en la esquina, descubriendo por primera vez que había caminado exactamente en sentido opuesto al que necesitaba ir.
Se encontraba lo suficientemente sobria y borracha para darse cuenta del simbolismo de su acción inconsciente. La completa hora que había pasado, era una gran y larga caminata en la dirección equivocada. Una salvaje, asombrosa, mojada, apretada caminata, que la dejó jadeando y no tenía sentido negar la estupidez que acababa de hacer.
Así que, ¿por qué lo había hecho? ¿Por venganza? ¿Porque Renata le había regresado su corazón y le había dicho que no podía usarlo? ¿Porque quería probarse algo a sí misma?
Qué tal porque tú siempre, siempre, siempre te lo preguntaste. Incluso cuando no debías. Incluso cuando amabas a Renata. Tú siempre te preguntaste…Su respiración se convirtió en una nube de vapor, pero no tenía sentido negar la realidad.
Siempre se había preguntado sobre Juliana, en alguna parte profunda y manejada por la testosterona de su psique. Se preguntó cómo se veían sus pechos, si su trasero era firme y redondo como se veía en sus pequeños vestidos provocadores.
Si realmente, le gustaba tanto el sexo como aparentaba.
Y ahora lo sabía. Dios, lo sabía.
Sentía cómo incrementaba su dureza mientras revivía esos momentos en el sofá. La manera en que ella tiraba de su cabeza y le agarraba su polla tan audazmente. La manera en que la urgía a ir más fuerte, más alto, más rápido.
Un autobús de dos pisos pasó rápidamente tan cerca, que hizo que su chaqueta ondeará. Dio un paso hacia atrás en la acera. Parpadeó. Miró alrededor de nuevo.
Necesitaba encontrar el camino a casa. Mejor aún, necesitaba olvidar lo que había pasado esa noche. Había sido un momento de locura. Un acto estúpido e impetuoso, manejado por el ego, por el licor de durazno y por la innegable curiosidad.
Ahora ya había satisfecho su curiosidad. Era tiempo de poner a Juliana en el pasado, junto con Renata.
De repente se sintió muy, muy sobria, se dio la vuelta y empezó a caminar.
EN LA MAÑANA
Las flores llegaron a media mañana, entregadas por un hombre de mediana edad con una sonrisa animada.
—Alguien está interesado —dijo él, ofreciéndole a Juliana un guiño mientras le daba un bouquet pesado de claveles rayados en rosa y amarillo con rosas de un color rosa pálido.
Juliana sintió que el color se le salía del rostro.
—Gracias.
Esperó hasta que la campana de la puerta indicó que se había ido, para abrir el pequeño sobre blanco que venía insertado dentro del bouquet.
Lo siento. No sucederá de nuevo.
Valentina Carvajal
Una pequeña y afilada risa salió de su boca. Había incluido su apellido, por si tenía problemas de recordar quién era. Como si alguna vez lo olvidaría.
Una parte de ella quería tirar las flores en la basura, como un absoluto rechazo de lo que había pasado anoche. Aunque, era demasiado hermoso para ser destruido.
El florista había imaginado el bouquet antes de traerlo al mundo y todos los pétalos de las rosas estaban brillantes por la humedad. Levantó las flores hacia su nariz y olfateó profundamente. La esencia picante de los claveles se mezclaba con la dulzura sentimental de las rosas y entonces recordó algo que sucedió hace diez años atrás.

Había estado obsesionada con la era Victoriana en ese entonces. Lo social, la moda, el lenguaje. Estuvo feliz un mes completo explorando la floriografía, el lenguaje secreto de las flores que los Victorianos habían usado para transmitir sus sentimientos que no podían expresar de otra manera. Los claveles tenían muchos significados, pero los claveles rayados significaban rechazo.
Lo suficientemente apropiado.
Aunque, las rosas color rosa pálido, simbolizaban deseo y pasión.
Qué irónico que Valentina (o el florista) habían escogido esas dos flores para que lucieran en el bouquet.
Irónico, pero sin importancia en última instancia. Como decidió la noche anterior la única importante en todo esto era Renata.
Llevó las flores a la habitación trasera, las puso en un jarrón de agua junto al fregadero. No fue capaz de tirarlas, pero no iba a pasar todo el día viéndolas e inhalando su fragancia. El teléfono empezó a sonar y regresó al piso de la tienda.
El identificador le decía que era renata. Su estómago cayó y se sentó pesadamente.
Bien. Haz esto. Supéralo y termina con esto.
—R. ¿Cómo estás? —dijo, mientras tomaba la llamada.
—Jul. Dios. Es bueno escuchar tu voz. No tienes idea lo mucho que te he necesitado los pasados días…
Renata sonaba extraña. Como si no fuera ella. Le tomó unos segundos a Juliana reconocer que la extraña nota que recorría su voz era la emoción.
— ¿Qué pasa? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Es tan complicado. Pero la versión corta es que conocí a este hombre. Este hombre exasperante, testarudo y escandaloso… —El suspiro de Renata sonaba por la línea—. Sentí como si hubiera caminado en la neblina la mitad de mi vida, Jul. Las cosas que me hace… La manera que me hace sentir…
Juliana cerró sus ojos. Entonces, Valentina había tenido razón. Había alguien más en la foto. Alguien que Renata había conocido unos cuantos días atrás, pero apenas era capaz de contener su emoción, mientras hablaba de él.
— ¿Cuál es su nombre?
—Nathan. Nathan James.
— ¿Qué hace?
—Por el momento, no mucho. Él… Él se está recuperando de un accidente de tránsito.
Por primera vez había duda en la voz de su amiga.
— ¿Qué tan malas son las heridas? —preguntó rápidamente Juliana, preocupada por su amiga. Renata es generosa. Juliana podía imaginarse que se atrapaba en los problemas de este Nathan, haciéndolos propios.
—Nada físico. Su hermana murió en el mismo accidente.
Renata no dijo nada más, pero había un mundo de posibilidades que florecían en la mente de Juliana.
— ¿Ha habido noticias de tu padre?
Ese era el por qué Renata había dejado todo lo que conocía y amaba atrás, después de todo.
—Hablé con él por teléfono. Sólo por unos minutos.
Juliana se dio cuenta de la nota plana en la voz de su amiga.
— ¿No estaba feliz de saber de ti?
—No, no realmente. Sonaba… indiferente, si te soy honesta. No es exactamente lo que estaba esperando. Pero estará en casa para Navidad, así que creo que para ese entonces lo sabré.
— ¿Navidad?
Faltaban cuatro semanas. Cuando R había saltado al avión para ir a Australia, Juliana nunca se imaginó que se quedaría ahí por tanto tiempo. Un extraño temblor de premonición corrió por su columna vertebral. Como si su cuerpo entendiera algo que su mente no quería comprender.
— ¿Qué está pasando de tu lado? Debes estar harta de escuchar todas mis cosas —dijo Renata
Juliana miró con culpabilidad sobre su hombro. Podía ver el bouquet que había enviado Valentina junto al fregadero en la habitación de atrás, como un reprendimiento floral.
—No mucho. Yo, um, fui a donde Valentina el otro día.
Ella hizo una mueca. De las muchas maneras que conducían a lo que necesitaba decir…
— ¿Cómo está? Me sentí tan mal cuando me dejó ahí, Jul, pero era lo mejor para ambas. Tal vez ella no era consciente en ese momento, pero lo era. Se merece a alguien que la ame completamente. Alguien quien la quiera por lo que es y no porque cumple todos los requisitos.
Juliana presionó el teléfono tan fuerte contra su oreja que le dolía.
—Escucha, R, hay algo que necesito decirte. Algo pasó con Valentina la otra noche.
—Déjame adivinar… tuvieron una pelea. Ustedes dos son absolutamente inútiles, y completamente predecibles. ¿Espero que ninguna tenga heridas?
Juliana pensó en la marca del chupetón que había encontrado en su pecho la noche anterior cuando se bañó la esencia de Valentina en su piel. No era permanente, pero el recuerdo de Valentina devorando sus pechos estaría con ella hasta el día de su muerte.
—Vi, eres un amor, pero no tienes que pelear mis batallas por mí, ¿está bien? —dijo Elizabeth—. Ya he tomado mi decisión. Y Martin es un buen hombre. Realmente lo es. Es un hombre encantador. —La voz de su amiga se quebró por la emoción.
Juliana miró a la pintura negra maltratada del mostrador, sintiéndose como diez diferentes tipos de mierda.
Dilo. Termina con esto.
Pero las palabras no vinieron. Renata siempre había creído en ella. Sin importar nada.
El pensamiento de perder su amor incondicional, su apoyo, la hizo sentir enferma del corazón.
—Lo recordaré si me cruzo de nuevo con ella —dijo.
Si se cruzaba de nuevo con valentina Carvajal, giraría el volante y se dirigiría a la dirección opuesta, con mucha prisa.
No es como si tuviera la oportunidad… ellos escasamente se movían en los mismos círculos sociales.
Era algo lejano.
La conversación regresó de nuevo a Nathan, Juliana escuchó incrédula mientras Renata le admitía que se había ido más o menos a vivir con él.
Esto no era un romance de vacaciones. Renata no funcionaba de esa manera. Un montón de advertencias llenaron la mente de Juliana, pero no pronunció ni una sola.
Renata había estado envuelta en algodón por sus abuelos, casi su vida entera. Se merecía el espacio para cometer sus propios errores y aprender sus propias lecciones. Si esta persona, Nathan, la lastimaba como probablemente haría, si era similar a la mayoría de los hombres que Juliana había conocido en toda su vida, Renata tendría la reconocida lloradera, rechinada de dientes, luego se levantaría y se quitaría el polvo ella misma.
Juliana se determinó a insistir que Renata la llamara si la necesitaba, sin importar la hora del día o de la noche. Se sentía culpable y pequeña cuando terminó la llamada, pero también aliviada. Le diría todo a Renata cuando estuviera en casa de nuevo en unas pocas semanas. Sentarla, mirarla a los ojos y confesar. Mucho mejor que hacerlo por teléfono.
De todas formas, sonaba como si R tuviera sus manos llenas con Nathan, el Dios del sexo. Lo que Juliana había hecho no la convertiría en nada mejor o peor en las semanas intermedias antes de que Renata llegara a casa. No había ninguna fecha de vencimiento en la traición, después de todo.
Un argumento egoísta, tal vez, pero era lo que estaba pasando con Juliana. Que Dios la ayudara.

EL MEJOR DE MIS ERRORESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora