CAPITULO N° 20

6 0 0
                                    

Miguel

Desde que me había marchado del departamento, había estado en la iglesia leyendo manuscritos sobre las sombras, era increíble la gran cantidad de material que había allí, pero no encontraba nada que me fuera factible. Con cansancio me marche, necesitaba encontrar algo que nos pudiera ser de ayuda, algo que nos explicara lo que estaba sucediendo. No era nada normal los que no habían sucedido.

-¡Auxilio!- se escuchó como gritaba una mujer, me alarme y agudice mi oído para escucharla mejor-¡Alguien por favor ayúdeme!- gritaba la mujer con dolor.

Necesitaba ayudarla, me concentre, traté de ubicarla, volvió a gritar y fue cuando la encontré a la velocidad de la luz fui a su ayuda. Pero para cuando llegué me di cuenta que no podía hacer nada, grite con frustración, había una madre y su hija siendo asaltadas a plena luz del día por tres hombres ¿y nadie hacía nada?

-Ahora deja de gritar si no quieres que lastimemos a tu hija- hablo el hombre que tenía una media negra en la cara, al igual que los demás.

-Déjenme, no tengo dinero ¡¿es que no pueden entenderlo?!- gritó la mujer desesperada, vestía con ropa normal una campera un poco desgastada de color celeste, y unas botas de lluvia algo viejas, su hija vestía de la misma forma solo que de un talle más pequeño.

-¡Bajé la voz! Sí no quiere claro un funeral muy pronto- hablo él hombre mientras acercaba más a la niña a su lado presionando la navaja en su cuello. La madre comenzó a llorar y yo parado sin poder hacer nada, me sentía tan imperativo

-¡DIOS!-grité con todas mis fuerzas, estas mujeres necesitaban ayuda y yo no podía hacer nada- Joder

Entonces lo recordé estas personas tenían ángeles guardianes, tal vez solo tal vez pueda ayudarlas con su ayuda, me acerque a la mujer que aun sollozaba y efectivamente allí estaba su ángel guardián tratando de calmarla se lo veía nervioso y cuando me vio su rostro se ilumino más del que ya estaba, ellos eran pura luz, sus alas eran majestuosas mucho más grandes que las nuestras y más poderosas.

-tú ayúdame- dijo en mi mente

-Quisiera pero no puedo intervenir- dije apenado

-No con ellos los humanos - dijo él ángel, lo miré confundido- con las sombras- dijo señalando a los hombres.

Me acerque a ellos para notar que sus ángeles estaban luchando contra las sombras, ¿Cómo es que no lo había notado?, rápidamente fui en su ayuda para darme cuenta que otra vez no tenía como ayudarles, en esta forma era inservible pensé frustrado.

-No todo lo contrario joven ángel aun tienes mucho que aprender, usa tu poder tal vez no funcione con humanos pero sí con aquellas monstruosidades.-hablo en mi mente el ángel su voz era pura sinceridad y tranquilidad.

¿Mi poder cual era mi poder?, ¿acaso tenía uno?

Un grito me sacó de mis pensamientos el ángel se estaba debilitando el hombre cada vez perdía más la razón, mi espíritu comenzó a refulgir de poder estaba enfadado, estaba frustrado por todo lo que me estaba pasando tal vez no pueda tocar a los seres humanos pero la sombras no entraban en ese grupo.

Grité con todas mis fuerzas, liberándome pude sentir como mi pecho dolía por el esfuerzo pero no me importaba no soportaba más esto, cerré los ojos y grite más fuerte. Necesitaba esto, despejarme, liberarme de la tensión solo por un segundo.

Cuando volví a abrir los ojos las sombras ya no se encontraban entre nosotros, y los ángeles guardianes se encontraban trabajando en sus personas, susurrándoles que se detuvieran, era increíble el poder que tenían.

El Pacto De Los AngelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora