PRÓLOGO

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Sonrío emocionada viendo sus ojos grises y con la llave en la mano. Es un paso muy grande para nuestra relación y me emociona que haya accedido a comprar conmigo esta locura de piso. Cuando sus amigos vinieron a verlo le dijeron que estaba loco, puesto que el edificio puede ser uno de los más llamativos de la ciudad por su multitud de colores, pero él con tal de hacerme feliz y de darme el capricho los ignoró. Mi sonrisa se ensancha aún más y doy palmas con mis manos, acompañando su risa, mientras empieza a girar la llave y abre la puerta. Chillo emocionada y entro. El piso aún está vacío y tenemos que hacer muchas remodelaciones, pero el precio merecía la pena para este gran piso. Observo a mi alrededor dejando el bolso en el suelo y me acerco al balcón que hay en el salón, abro la ventana y me apoyo en la baranda, observando la gente pasar.

—¿Estás contenta? —cuestiona y me giro viendo las comisuras de sus labios mirando hacia el cielo.

Me acerco y beso sus labios intentando que se entere de lo feliz y enamorada que estoy de que todo esto esté ocurriendo con él. Me abraza y acaricia mi mejilla mientras seguimos con nuestras muestras de amor efusivas. Poco después empezamos a limpiar y a traer los pocos muebles que hemos podido comprar debido a nuestro presupuesto. Colocamos el pequeño sofá de segunda mano en el centro del salón y me sacudo las manos para admirar el salón, apoyándolas en mis caderas. Hay un cuadro enorme que nos regaló su madre y una pequeña televisión puesta en el suelo, a su lado, un armario con una cristalera que deja ver las pocas cosas que hemos podido colocar—algún que otro libro, un jarrón y algunas figuritas de los chinos—, además de una mesita de centro que está coja.
Sonrío y dejo que se acueste en el sofá totalmente cansado. Lo entiendo, ha sido un día largo y ambos estamos exhaustos puesto que aún no hemos terminado y debemos seguir trabajando duro. Me apoyo en el respaldar del sofá y cojo su mano por encima de este, viéndolo con el brazo sobre sus ojos. Juega con mis dedos y lo miro con ternura, su frente está manchada de polvo y su pelo marrón revuelto. Suspiro echando la cabeza hacia atrás y lo siento moverse, lo vuelvo a mirar y ahora tiene sus ojos grises puestos en mi cara y sonrío. Acaricio su frente intentando quitarle el polvo y coge mi mano para besar mis nudillos y sonreírme con ternura.

—Ya nos queda menos, Ayda...—suspira. —Ya queda menos.

Asiento y miro sus ojos cargados de cansancio. Doy la vuelta al sofá para sentarme a su lado y lo abrazo, dejando que nos recueste y yo apoye mi cabeza en su pecho, mirando el techo relajada, escuchando el sonido de su respiración acompasada por el latido de su corazón.

—Iré a ordenar la habitación. —comento y hace un sonido a modo de afirmación. —Puedes quedarte y dormir un rato. —apoyo mi barbilla en su pecho y lo veo observarme con el ceño fruncido. —Teniendo en cuenta que te has levantado antes que yo, sería lo justo.

—No quiero dejarte sola con todo el trabajo. —me levanto y en un intento de ir a la habitación, quedo con mis piernas a ambos lados de su cintura. Sonríe seductor, poniendo sus manos en mis muslos y me agacho para besar sus labios.

—Soy yo la que te está pidiendo que descanses. —susurro contra sus labios y suelta un gruñido, río por la nariz y planto un beso sonoro en su mejilla. —Prometo no romper nada.

Abre los ojos, poniéndolos en blanco, con una sonrisa que muestra su dentadura perfecta y le doy un golpe en el pecho acompañado de una pequeña risa.

—Está bien...—ríe. —Está bien...—se incorpora y besa mis labios de nuevo. —Despiértame dentro de una hora para poder ayudarte.

Pongo mis manos en sus mejillas y mirando sus ojos hago un gesto afirmativo con mi cabeza, sin poder quitar la sonrisa de mi cara.

—Prometido. 

Me regala un par de besos más y me voy a la habitación. Hay un montón de cosas que hay que montar y no tengo ni idea de por dónde empezar. Me siento en el suelo abriendo el plástico del armario de madera. Empiezo a leer las instrucciones que están en chino y tengo que valerme por el traductor. Intento poner tornillos y  montarlo sin saber muy bien cómo, varias veces se me cae la madera y temo por si se ha roto al estar ya atornillada.
La noche se va haciendo presente mientras yo empiezo a montar la última mesita de noche, mientras escucho cualquier música en aleatorio de Spotify, con mi linterna encendida a falta de luz. Oigo una queja y sé que se ha despertado. Lo confirmo cuando lo veo apoyado en el umbral de la habitación, sobándose el ojo izquierdo con el dorso de la mano.

—No me has levantado. —gruñe y sonrío.

—Te veías muy relajado, ¿qué clase de persona sería yo si lo hubiese hecho?
Se acerca a mí y se pone de cuclillas detrás de mí pasando sus brazos por mi cintura, metiéndome entre sus piernas y besando mi mejilla, desde atrás. Me acurruco contra él y sigue dándome pequeños besos.

—Deberíamos irnos, es demasiado tarde para seguir. —susurra mirando el lugar. —Ese armario parece que se va a caer en cualquier momento.
Me giro para admirar el armario al que se refiere y suelto una carcajada, negando levemente con la cabeza.

—Ni siquiera sé cómo se está manteniendo en pie, —cojo una bolsa de plástico. —me han sobrado un montón de tornillos.

Le enseño la bolsa con, por lo menos, diez tornillos y la coge divertido. Se separa, levantándose y agarra las herramientas para empezar a desarmar el armario. Lo ayudo y al final decidimos ir cada uno a su respectiva casa. Me deja en la mía con su coche y le invito a pasar, para que hable con mamá un rato, sé que a ella la dejaría más tranquila si habla algo más con él.
Pasan las semanas y ya estamos instalados y viviendo como la pareja de enamorados que somos. Recibimos quejas de los vecinos por el ruido cuando invitamos a nuestros amigos y disfrutamos de la compañía el uno del otro.  Poco a poco y con los meses a nuestro favor, vamos adquiriendo nuevos muebles y colocándolos en nuestro pequeño nido.  Hasta que todo se fue a la mierda. No pude evitar marcharme y dejarle la casa por el tiempo que estuviera fuera. Me suplicó explicaciones que no pude darle, recogí mis cosas y me largué de ahí casi al año de haber comprado nuestra casa.
Hablé con sus amigos mientras estaba fuera y me iban informando de cómo se sentía, estaba destrozado. Bebía todas las noches y salía de fiesta, enrollándose con cualquier chica que encontrara, llevándola a la que fue nuestra casa.
Y lo olvidé. Lo olvidé porque tenía mejores cosas en las que centrarme. No volví a preguntar por él y me cambié de número para que sus amigos no me llamaran pidiéndome explicaciones que dolían y que no me apetecía dar.


 No volví a preguntar por él y me cambié de número para que sus amigos no me llamaran pidiéndome explicaciones que dolían y que no me apetecía dar

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