CAPÍTULO 20 - MARGOT ⛈️

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Lo primero que vi al despertarme fueron las paredes blancas de una habitación.

La cama era blanda y cómoda. No había nadie. El ambiente era cálido; habían puesto la calefacción. La puerta se abrió. Oliver y dos médicos, dispuestos a llevarme a alguna parte, se acercaron a mí. Me mantuve quieta. Uno de los médicos llevaba unas gafas negras y el otro tenía una especie de pendiente de metal en la nariz. Me reí al compararlo con una de las vacas de la granja, que tenía un aro parecido.

—¿Dónde está Jordan? —pregunté mientras tomaba la mano que el médico con gafas me tendía. Me levanté de la cama. No era una cama individual, sino una litera. Y yo estaba en la parte de abajo—. ¿Está bien?

—Jordan está en su habitación —contestó el médico del aro.

—¿Puedo verle?

No respondieron.

La mano del médico con gafas estaba caliente y sudorosa. Quise apartarla, pero ante el intento de desaferrarme, el médico apretó el agarre. Era mucho más fuerte que yo. Era inútil intentar algo contra él.

Llegamos a una sala. La puerta era automática y se desplazó hacia la derecha. Había una camilla y muchos artilugios que no conocía. Al fondo de la habitación, un ordenador viejo destacaba entre toda la tecnología, descansaba encima de un escritorio. Enfrente del escritorio, una silla negra de oficina. Parecía incómoda. Por el suelo se dispersaban un montón de cables sueltos.

—Siéntate —ordenó Oliver, señalándome la camilla.

Cuando lo hice, noté una raspadura en la pierna: los puntos. Se suponía que Naomi debía quitármelos esa tarde. No quería que se infectaran.

—Tengo una herida en la pierna.

—¿Una herida? —arqueó una ceja.

Asentí y me levanté el pantalón hasta el muslo, dejando al descubierto la herida. El médico de gafas la inspeccionó.

—Los puntos se pueden retirar. Está curada.

Agarró pinzas y tijeras y en menos de cinco minutos los puntos habían desaparecido. Todavía se apreciaba el lugar donde me cortó el vagabundo, pero estaba cerrada y la sangre no salía de ella.

—Si ya está todo en orden, no perdamos más tiempo —dijo Oliver—. Proceded con la extracción.

—Será un pinchacito, ¿vale? —informó el médico vaca—. Prometo que no dolerá.

Le creí.

Aparté la mirada y, para mi sorpresa, tuvo razón. No me dolió.

—¿Qué has hecho? —cuestioné, mirándome el brazo donde me había pinchado.

—Te hemos sacado un poquito de sangre. —Al ver mi cara de confusión, añadió—: Es solo para comprobar que estás bien.

—No lo entiendo.

—¿Qué no entiendes? —preguntó Oliver, exasperado.

—Me habéis arrastrado hasta aquí para sacarme sangre. Mi mamá me lleva al... —Un nudo espeso se formó en mi garganta. Tragué. No quería recordar, no podía—. Me llevaba al hospital.

—Tu mamá no está, así que ahora te cuidaremos nosotros.

Mamá no estaba aquí.

Y yo había sido la responsable.

«Es culpa mía, todo es culpa mía». Tenía que respirar, necesitaba respirar. No podía perder el control.

—Habéis hecho daño a Jordan.

Los Tiempo CambiantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora