CAPÍTULO 39 - IVY ⛅

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Caleb soltó un grito de dolor.

—¡Caleb! —exclamó Jordan.

—¡No, Caleb! —Oliver se mofó—. No está muerto. Esta pistola no dispara balas, dispara cápsulas de Anaxocina.

—¿¡Y eso para qué!? —pregunté, exaltada. Estaba temblando.

—Calla, histérica. Tu voz me retumba en el cerebro.

¡Histérica! Me había llamado histérica. Me preparé para decirle unas cuantas palabras y quedarme a gusto, pero Jordan negó con la cabeza de un lado a otro, indicándome que no era buena idea. Quería levantarme, pero las cuerdas me lo impedían.

—Eso sirve para que el portador de la toxina reaccione como un Tiempo Cambiante. —Se sentó en la silla que había traído Rebeca de su despacho y apoyó los codos en las rodillas—. La cápsula se rompe al implantarla y deja el líquido libre. Suministrada en pequeñas dosis, como la que le acabamos de implantar, no acarrea efectos secundarios dañinos para la salud. —Hizo una pausa—. Bueno, siempre y cuando su cuerpo la acepte, claro.

—¿Eso quiere decir que ahora soy un Tiempo Cambiante?

—¿No te lo acabo de explicar? Eso quiere decir que si la toxina es bien recibida en tu organismo, lo serás en gran parte. No te preocupes, no es permanente. La dosis es pequeña, tu organismo no crea la toxina por sí solo, así que lo más probable es que la acabes eliminando. Para seguir siéndolo, tendremos que inyectarte más dosis.

—No lo entiendo —intervine.

—Estos niños de hoy en día no entienden nada —gruñó por lo bajo—. Hay que explicarlo cuarenta veces.

—Si lo que quieres es experimentar con ellos para descubrir el porqué de todo esto, para detener los asesinatos y el caos que arrolla a Greenwood, ¿por qué se lo has inyectado a él? ¿Por qué crear algo que quieres destruir?

—Para avanzar con el proyecto B2-TC, necesito ver si la Anaxocina es el detonante real de todo esto. Si reaccionáis como lo hacen los TC, probaréis la hipótesis.

—¿Y cómo es que nadie se ha enterado de lo que hacéis aquí dentro?

Me venían mil preguntas a la cabeza, y estaba dispuesta a soltarlas una por una si así ganábamos tiempo. El problema era que no entendía muchos de los términos que usaba en las respuestas. Tiempo Cambiantes, proyecto B2-TC...

—¿Y quién dice que seáis los primeros en enteraros?

—¿Más gente lo sabe?

—No, no os preocupéis —le restó importancia al asunto, moviendo la mano de un lado a otro—. Solo la policía.

—¿Cómo? —preguntó Jordan, confuso. Soltó la pregunta por lo bajo, más para él mismo que para Oliver.

—La policía sabe lo que hacemos. Sería muy difícil hacer todos los traslados sin dejar huella. Se enterarían de una forma u otra en cuanto descubrieran algún tipo de tráfico ilegal.

—¿Y permiten que asesinéis a gente inocente?

—Ah, Ivy... No, esa parte no la saben. Solo saben hasta donde yo quiero que sepan, lo suficiente como para no crear preguntas o inspecciones aleatorias al laboratorio. La policía quiere que los asesinatos cesen, así que nos dejan experimentar. En fin, ya basta de charla. La siguiente serás tú —me señaló con el dedo a la cabeza.

—¡No te atrevas a tocarla, joder! —Jordan se resistió e intentó parar lo inevitable. Teníamos los pies y las manos atados, no podía moverse.

—Parece que tenemos un guerrero. No te preocupes, tú vas después.

Sin que Oliver diera una orden o hiciera algún gesto, Jacob me inyectó una de las cápsulas.

Cuando el líquido se esparció por mi cuerpo, noté un dolor bastante agudo. Me desmayaría. Al menos eso notaba. Aturdida, miré a Jordan, quien me observaba asustado. Después miré a Caleb, quien tenía la cabeza colgando.

—¿Caleb? —conseguí pronunciar. En mi mente, las palabras salían ralentizadas de mi boca.

—La última dosis, dámela —le ordenó Oliver al guardia, extendiendo la mano.

Jacob rebuscó en el bolsillo en busca de otra cápsula; se le complicaba.

—Caleb, ¿estás bien? —preguntó Jordan.

—¿Harper? —preguntó Caleb con voz débil.

—Sí, aquí estoy. Lo siento... Lo siento.

—No tenemos más, señor. Solo trajimos dos.

—¿Y por qué no me has avisado? —rugió Oliver—. Hoy te salvas —le dijo a Jordan—. Has tenido suerte. Harper, fuera de la habitación. Ya basta de montar escenitas. Te pago para trabajar, no para llorar.

Los pies borrosos de Harper se movieron en dirección a la puerta.

—¿Qué querías enseñarme?

La puerta se cerró y la habitación se sumió en la oscuridad.

—Podremos con esto, saldremos de aquí —prometió Jordan.

¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía tener siempre esperanza? ¿Nunca se desalentaba? ¿Nunca perdía la sonrisa y las ganas de seguir adelante? Lo envidiaba por eso. No con una envidia corroedora, sino con una llena de anhelo.

En ese aspecto quería ser como él. Quería tener esperanza y pensar que todo saldría bien, que no moriría; pero a medida que mi cerebro se apagaba y los ojos se me cerraban, tener esperanza fue mucho más difícil de lo que esperaba.

Los Tiempo CambiantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora