CAPÍTULO 34 - CALEB 🌧️

40 23 10
                                    

Papá llegó a casa.

La visita era inesperada. Desde la última vez que lo vi habían pasado ocho meses. No tenía ni tiempo ni ganas de hablar con él. Jordan e Ivy me esperaban para ejecutar el plan.

Di media vuelta y me dirigí a la puerta trasera: saldría por el jardín, así papá no me vería salir por la entrada. Tan pronto como empecé a caminar, Rose me agarró de la oreja y me llevó hasta la puerta principal.

La odiaba en ese preciso instante.

No estaba listo para saludarlo. No quería. Harper estaba trabajando, pero mamá estaba en su habitación. ¿Por qué no bajaba a recibirlo? ¿Por qué tenía que ir yo? Era imposible que lo afrontara solo. No lo haría, me negaba.

—No lo haré, Rose. No pienso saludarlo. —Cuando me soltó de la oreja, me di media vuelta—. Me voy.

—Alto ahí, jovencito. —Me detuve—. Tú no te vas a ninguna parte. Es tu padre. Te quedas aquí para recibirlo.

Podría haber huido. Rose no me retenía, solo debía correr y sería libre.

No lo hice. La defraudaría si lo hacía. Y no quería saludar a mi padre, pero tampoco quería decepcionarla.

La puerta principal se abrió. De ella salió un hombre de pelo rubio y nariz recta. Me parecía mucho a él. A veces me odiaba por ello, a pesar de no tener la culpa de que la genética funcionara de esa forma.

—Caleb. —No fue un saludo alegre, sino triste y nostálgico. Su voz se notaba pesada, como si le costara pronunciar cada una de las letras de mi nombre.

No contesté.

La pesadez de su voz me sentó como una patada directa al estómago y me sentí un hijo horrible por no dirigirle la palabra. Pero él se lo había buscado. Nos había abandonado por ocho meses. No le perdonaría con tanta facilidad. Mucho menos sabiendo que volvería a irse.

—Caleb, hijo, di algo, por favor.

Mis labios permanecieron sellados y mi lengua se negaba en redondo a moverse. Quería gritarle, decirle que era un padre pésimo y recriminarle su ausencia. Pero no pude. Me quedé inmóvil. Ni siquiera lo enfoqué. La silueta era borrosa, no distinguía dónde empezaba y dónde acababa su brazo. Las lágrimas me nublaban la visión. Sin embargo, no derramé ni una. No le daría esa satisfacción.

—Caleb... —Dio un paso hacia mí, pero estiré el brazo, enseñándole la palma de la mano.

—No. —Los ojos marrones de mi padre se tornaron tristes y miró hacia el suelo—. No te acerques.

—No quería apartaros de mi lado.

Enseguida retomó el contacto visual.

—Las cosas no han salido como querías entonces.

Se pasó la mano por el pelo. Estaba en un apuro, incómodo. Lo sabía por la forma en la que se mordía los labios por la parte interna.

—Todo lo que he hecho ha sido por vosotros.

—¡No, claro que no! Nada de lo que has hecho ha sido por nosotros. —Solté una risa irónica e incrédula. No lo creía—. Si hubieses pensado en nosotros, no te habrías ido. Seguirías aquí, mamá no sería una alcohólica y tú y yo no estaríamos teniendo esta conversación.

—Todavía no lo puedes entender. Las cosas no son tan sencillas como crees que...

Lo interrumpí.

—Quedarte en casa habría sido muy simple.

El labio inferior me tembló.

—No podía quedarme.

Mentira.

Los Tiempo CambiantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora