CAPÍTULO 30 - JORDAN ☀️

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Me desperté rodeado de cojines.

Tardé unos segundos en recordar que no estaba en la soledad del bosque ni en la frialdad del laboratorio. No. Estaba en el sofá de Ivy. Debí quedarme dormido después de contarles lo que sabía. Deseé cerrar los ojos y continuar durmiendo, pero tenía que levantarme.

Sería un día duro. Sobre todo porque volvería a casa y tendría que enfrentarme a mis padres y, joder, claro que me alegraba de verlos, pero estaba acojonado. No sabía cómo reaccionarían. Esperaba que no estuvieran enfadados conmigo.

Eché los cojines a un lado y concentré todas mis fuerzas en ponerme de pie. Lo hice demasiado rápido y un hormigueo recorrió mi cabeza, mareándome durante unos segundos. Recobré la compostura y le eché un vistazo al salón.

No había nadie.

El estómago me rugió. Con toda la confianza del mundo, me dispuse a llegar a la cocina. Cuando pasé por la entrada, la puerta principal estaba abierta. Me acerqué a ella. Sentí una opresión en el pecho, como si algo no andara bien. ¿Por qué estaría la puerta abierta? No tenía sentido.

La cerré.

Todavía confuso, seguí mi camino. Al llegar, vi dos bolsas de la compra en el suelo. Ivy se habría olvidado de colocar el contenido en su sitio. Abrí la nevera en busca de algo que consiguiera que mi estómago dejara de reclamar comida. Estaba vacía. Completamente vacía. No había ni una sola botella de agua dentro.

De pronto, un sonido retumbó en la casa. Me sobresalté. Provenía de la puerta principal: era el timbre. Me aproximé y miré por la mirilla. Era Ivy. Llevaba dos bolsas en la mano.

—Ha sido muy considerado de tu parte cerrarme la puerta —dijo Ivy después de abrirle. No estaba enfadada.

—Pensaba que seguías durmiendo y que la puerta se había quedado abierta toda la noche. —Me llevé la mano al pelo y lo revolví con la esperanza de acomodarlo—. No sabía que estabas fuera.

—He ido a comprar. Estaba sacando las bolsas del coche. —Las separó unos centímetros del suelo y me las mostró para corroborar sus palabras. Se dirigió a la cocina—. No queda nada en la nevera. —Me había dado cuenta. Sonreí—. ¿Quieres desayunar?

Asentí.

—Me vendría bien. Estoy hambriento.

Ivy empezó a sacar toda clase de paquetes de las bolsas y yo hice lo propio y me acerqué para ayudar. Justo cuando mis manos tocaron una de las bolsas, me miró.

—¿Qué haces?

—¿Ayudarte a colocar?

Ya no estaba tan convencido. A lo mejor no quería que la ayudara.

Sus facciones se relajaron y esbozó una sonrisa que erizó mi piel. No fue amplia, más bien pequeña, pero saboreé la gratitud en ella.

—Gracias.

No paré de preguntar por el lugar donde iba cada alimento que agarraba de la bolsa. Ivy me indicaba con paciencia en qué armario guardarlo y agradecí que su voz fuera suave, porque más que una ayuda me sentía un estorbo.

Acabamos de colocar la comida donde tocaba. Sacó dos tazones de un armario situado encima de la encimera. También agarró uno de los cartones de leche, que recién habíamos metido, de la nevera y vertió el líquido en los recipientes.

Recordé las galletas con pepitas de chocolate que había colocado en la despensa y la boca se me hizo agua. Quería preguntar si podía agarrar el paquete, pero las palabras no lograron escapar de mi boca.

Los Tiempo CambiantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora