CAPÍTULO 8 - JORDAN ☀️

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Escuché un fuerte ruido procedente de la casa de mi vecina.

No hablábamos mucho, quizá un saludo casual cuando coincidíamos y nos cruzábamos por la calle. Aunque para las pocas veces que habíamos hablado, las conversaciones eran amenas; era fácil hablar con ella. Además, era atractiva, no lo negaba. No tardé en bajar las escaleras.

—¿Dónde vas? —preguntó mi madre.

—No tardo. Voy un momento a casa de la vecina.

No esperé a que me diera permiso.

Reflexioné dos veces antes de tocar a la puerta. «Patético —pensé—. Estoy tardando demasiado, no vale la pena». La puerta se abrió y me encontré con los ojos de Ivy, mi vecina. Me miraba perpleja.

—Hola, Jordan. —Detrás de ella había una niña. No la había visto antes—. ¿Querías algo? —preguntó amablemente.

«Mierda».

—Eh, no. —Controlé los nervios y me aclaré la garganta—. He escuchado un ruido bastante fuerte y venía para saber si todo estaba en orden —expliqué, tocándome la barbilla.

—Sí, nada por lo que preocuparse. Se ha caído un cuadro de la pared. —«Un cuadro bastante grande: el estruendo no ha sido de un cuadro pequeño». Desvió la mirada un segundo y luego me la devolvió—. Justo salía a por un nuevo marco.

—Vale. —Me quedé de pie, analizando a la niña de ojos marrones y pelo castaño rizado. No moví un músculo.

«¿Vale? ¿Esa es tu mejor respuesta?».

—¿Jordan? —preguntó confusa. Miró hacia donde mi vista se perdía—. ¿Estás bien?

—Sí, perdona. No sabía que tuvieras una... hija.

Ivy soltó una carcajada sonora y nerviosa.

—No es mi hija. Esta es Margot. —Mierda. ¿De dónde había sacado esa idea? Sabía que tenía diecinueve años y que estaba soltera (aunque también era cierto que uno nunca sabía). Se quedó pensativa—. Ven un momento. Ahora vuelvo —le dijo a la niña.

Ivy caminaba frente a mí. Los brazos le colgaban de los laterales del cuerpo y su pelo ondeaba con suavidad por el movimiento de sus pasos. Movía la mano con ansiedad; frotaba el dedo pulgar con el índice.

Tan pronto como contemplé el jardín trasero, llegué a una conclusión: mi jardín era la imagen antagónica del de Ivy. Mi madre se había esforzado en mantenerlo vivo y limpio; sin embargo, desistió tras la falta de resultados. No frecuentaba el jardín por su poca estética. No era un lugar acogedor.

En cambio, el cariño que Ivy le había puesto al suyo era palpable: lo tenía cuidado al milímetro. Ni una flor muerta. Ni tan solo una decaída. Una barbacoa de carbón se alzaba en un pequeño espacio con suelo de hormigón y una mesa de pícnic reposaba sobre la hierba, que estaba verde y húmeda y mojó mi pantalón vaquero por la altura del tobillo.

—Quiero hablarte de la niña —dijo con actitud nerviosa. No se quedaba quieta en el sitio.

—Sí, de Marjorie.

—Margot —me corrigió.

—Margot —repetí avergonzado, pasándome una mano por detrás del cuello.

—No la conozco. —Selló su boca tras decir esas tres palabras.

No sabía en qué pensaba. ¿Sopesaba las consecuencias que habría si me lo contaba?

—¿No la conoces, pero está en tu casa? —pregunté animándole a continuar. Paseaba por el jardín. Reposaba la mano sobre la frente.

—Pasó ayer por la noche, mientras volvía del trabajo. Estaba lloviendo y no se veía nada. Iba conduciendo y casi... —Su voz se cortó. Se sentó en la mesa de pícnic y apoyó los antebrazos en ella—. Casi la atropello.

Los Tiempo CambiantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora