CAPÍTULO 11 - CALEB 🌧️

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—¿Qué tal el primer día en el laboratorio? —Harper y yo estábamos en la terraza. Ella estaba sentada en la hamaca colgante de mi izquierda y yo en el sofá. El cielo estaba despejado, ninguna nube lo cubría. Desde que Harper había vuelto del laboratorio no abrió la boca. Permaneció impasible a la charla que intentó iniciar Rose y se encerró en su habitación hasta que toqué a su puerta—. ¿Ha ido bien?

Harper suspiró.

—Sí. ¿Por qué has venido a mi habitación?

—Estás un poco rara.

Me recliné en los cojines de mi espalda.

—Solo estoy cansada. Estoy bien, Caleb —se giró hacia mí y me dedicó una sonrisa titubeante—. Rose —la llamó—, tráeme un zumo de naranja, por favor. —Nuestra ama de llaves asintió y se dirigió a la cocina para exprimir el delicioso jugo—. ¿Qué tal vas en los estudios?

Harper perdió la mirada en el horizonte.

«Estoy bien, Caleb». Sí, claro. Me ocultaba parte de sus pensamientos. No hacía más que desviar el tema y llevarlo hacia otra dirección.

Los farolillos de la terraza estaban apagados: se encendían por la noche. Frente a mí, había una mesa baja rectangular y una televisión de plasma. A la derecha, teníamos una pequeña cocina con barra. Sobre todo la usábamos en verano, cuando pasábamos el tiempo en la piscina.

—Sabes bien que han cerrado los centros educativos. Ahora mismo mi existencia se basa en respirar.

Chasqueó la lengua.

—Es cierto, pero me parece raro que no os pongan deberes o algún trabajo para avanzar temario. —Rose llegó y le tendió el zumo a Harper—. Vas a perder un curso entero y este es tu último año antes de graduarte. —Bebió y se relamió los labios.

—Lo sé. No sé cómo piensan hacerlo. —Jugueteé con el anillo de plata que descansaba en mi pulgar. Cuando supe que Harper no diría ni una palabra más, me levanté—. Voy a casa de Jordan.

No miré hacia atrás y me encaminé hacia la puerta principal. La abrí y bajé las escaleras que estaban en contacto con la calle. Tardaría unos minutos en llegar a la casa de Jordan.

Él y yo éramos buenos amigos. Nos conocíamos desde siempre y pasábamos bastante tiempo juntos. En especial cuando éramos pequeños y mi familia aún no estaba rota, en aquellos tiempos cuando mi madre se ofrecía a llevarme a su casa y se quedaba hablando con Naomi.

La situación cambió cuando los viajes por trabajo de mi padre se volvieron frecuentes y mi madre cayó en el alcoholismo para llenar el vacío que le producía no estar con mi padre durante largos periodos de tiempo.

Pasé por enfrente del supermercado cercano a la casa de mi amigo. Un vagabundo yacía en el suelo sobre un trozo de cartón sucio. Cuando pasé por su lado y vi su cara, la escena me asustó hasta paralizarme. El vello de los brazos se me erizó.

«No, no, no. Él...».

No estaba durmiendo. O sí, según se quisiera dar el sentido de sueño profundo y eterno o no. Sus ojos estaban abiertos de par en par. En sus mofletes tenía varios arañazos, quizás causados por las uñas de otra persona. La sangre seca que descansaba en su barriga era abundante y el cuchillo que yacía en su garganta aclaraba la causa de la muerte.

«No es cierto. No lo es».

Por un corto lapso, dudé. No supe qué hacer y, entonces, mis piernas reaccionaron más rápido que mi cerebro y mi capacidad de razonamiento y corrí. No quería despertar sospechas. Yo no era el culpable.

Los Tiempo CambiantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora