CAPÍTULO 22 - CALEB 🌧️

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Intenté dormir. De verdad lo intenté, pero era imposible.

Había perdido la cuenta de las vueltas que había dado en la cama. Las sábanas se pegaban a mí y me agobiaban. Me las quité de encima. Cuando me cansé, me levanté, indignado. Le eché un vistazo al reloj. Eran las tres y dos de la mañana.

Sin siquiera quitarme el pijama, salí de la habitación y me encaminé hacia las escaleras. El pasillo estaba oscuro, silencioso. Rose y Harper dormían en sus respectivas habitaciones. Mi madre no estaba en casa. Al bajar el primer escalón, resbalé con un líquido y caí de culo al suelo. El dolor se extendió por mi trasero y maldije a quienquiera que se le hubiese derramado. Al menos podría haberlo limpiado.

Pocos segundos después, no quedaba rastro del golpe. Agarré una chaqueta marrón del perchero que se alzaba en la entrada y salí de casa, dispuesto a encontrar a Ivy.

La calle estaba desierta. Solo se escuchaba el sonido de la brisa fresca que me acariciaba las mejillas y que a su vez congelaba mi nariz. Las farolas espantaban a la oscuridad y creaban un bonito pasillo de luz por el que me encaminé. Aceleré el paso, consciente de lo poco seguro que era caminar a esas horas por las calles sin protección.

En la distancia, vislumbré una silueta. A medida que se acercaba, se hacía más grande. Me miré las manos. Las uñas estaban moradas a causa del frío invernal y mis venas se hacían visibles tras la capa de piel que las protegía. Diciembre había llegado a Greenwood y con ello el descenso de las temperaturas.

—¿Qué haces aquí?

Ivy se encontraba delante de mí, con los ojos superabiertos. Resguardaba las manos en los bolsillos de la chaqueta de pelo de imitación.

—No podía dormir —respondí mientras me encogía de hombros—. Justo ahora iba a tu casa. Quería visitarte para hablar. ¿Qué haces tú aquí?

—Yo tampoco podía dormir. —Se relamió los labios. Estaban secos por el frío—. También iba para tu casa.

—Debemos hacer algo. —Llevé la mirada al suelo—. No lo podemos dejar así.

Asintió.

—Tenemos que ir a buscarlos.

Caminamos en silencio en dirección a su casa. A pesar de no abrir la boca, ni de intercambiar pensamientos, sabía bien lo que ambos pensábamos: ¿Cómo los ayudaríamos? ¿Dónde estarían?

Cuando crucé la puerta principal, el aire cálido de la vivienda entró en contacto con mi piel, relajándola. Ivy extendió un brazo. Me indicó que podía sentarme en el sofá y así lo hice. Me quité la chaqueta y la coloqué a mi lado. Dejé a la vista mi pijama navideño. No me importó.

—Toma. —Ivy me tendió una sábana lila. Se sentó en el sofá y se echó otra manta, roja—. Hace frío.

—Gracias. —Me quité los zapatos, retiré los pies del suelo y los acomodé en el sofá.

Nos quedamos expectantes, sin saber cómo empezar la conversación. La situación era surreal.

Ivy rompió el silencio.

—¿Qué podemos hacer, Caleb? No sabemos nada. Solo que tu hermana nos oculta cosas y que Jordan y Margot han desaparecido. Sospechamos que es por culpa del laboratorio, pero ¿y si no lo es? Y si...

—Ivy —le interrumpí antes de que los nervios se apoderaran de ella—, es cierto. No tenemos ni idea de lo que está ocurriendo. Pero lo que sí sabemos es que debemos intervenir. Han pasado trece días desde que les perdimos la pista y no hemos sabido de ellos.

—Y no hemos hecho nada... ¡No hemos hecho una mierda! Joder, Caleb. Trece días. Una semana y seis días. —Se quedó pensativa un rato, como haciendo un cálculo mental—. Trescientas doce horas.

—Ya, Ivy, lo he pillado. —Una sonrisa se asomó por la comisura de mis labios—. ¿Pero qué podíamos hacer?

—Reaccionar, a lo mejor. No sé. Ir a por ellos. —Jugaba con sus pulgares. De pronto, levantó la mirada de ellos, decidida—. Es más, voy a ir a por ellos.

Milisegundos después estaba de pie. La manta roja yacía en el suelo.

—¿Ahora? Ivy, son las cuatro de la mañana.

—Me da igual. He tenido tiempo para descansar. Trece días para ser exactos —recalcó, de nuevo.

—Si quieres ir a buscarlos, iremos, pero no ahora.

Gesticulé con la mano para que se volviera a sentar en el sofá. Me dedicó una mirada de fastidio. No estaba conforme. Cogió la manta del suelo y se volvió a colocar en el sofá.

—Está bien. —Frunció el ceño—. Pero que sepas que te despertaré pronto. —Se cruzó de brazos—. ¿Dónde buscaremos?

—Dudo que estén por los alrededores. Sería estúpido secuestrar a alguien y dejarlo al lado de casa.

—Si lo piensas bien, también sería inteligente hacerlo... porque nadie con tu lógica sospecharía de ello. Quiero decir, ¿y si están en la casa del vecino y nadie ha buscado porque sería muy «estúpido secuestrar a alguien y dejarlo al lado de casa»?

—Entiendo tu punto, pero no es el caso.

—No sabes si es el caso o no.

—¿No sospechabas del laboratorio? ¿Tenéis un científico con laboratorio como vecino y me acabo de enterar?

—No seas idiota, entiendes lo que quiero decir. —Se rascó un ojo. El cuerpo le pedía descanso y la mente no se lo permitía. Sabía que era su lucha interna porque también era la mía—. No nos podemos confiar. Están pasando cosas muy raras y es mejor no descartar nada. Ni siquiera lo que más obvio te parezca.

—Hay un bosque a unos tres kilómetros de aquí por el que podemos pasar antes de llegar al laboratorio. Si no los encontramos, cosa probable, aún nos quedará buscar pistas. Así como las series policiacas. Tú serás la policía y yo, el detective. ¿Cómo suena eso?

—Suena a que no es gracioso. En serio, Caleb, no digas estupideces.

—A mí no me parecen tonterías. Lo digo en serio. No hay crimen perfecto. Siempre se puede encontrar algo.

—Encontraríamos algo si no fuéramos un crío de diecisiete años y una chica de diecinueve sin formación profesional. —Resopló, angustiada por la situación—. Encontraríamos pistas si tuviésemos por dónde empezar.

—Tenemos a mi hermana —sugerí.

—Tu hermana no hablará. No nos ayudará. Además, pensaba que esa idea no te gustaba. Ya sabes, eso de ir en contra de la ley.

Harper no hablaría ni aunque su vida dependiera de ello. Era como una caja hermética llena de secretos y pensamientos.

—Lo sé, sé lo que dije, pero mi hermana es la única pista que tenemos. Y sí, tienes razón. No lo hará. No nos dirá nada; pero si esconde algo, debe guardar alguna caja o algo por el estilo en algún rincón de su habitación. —Hice un mapa mental de su dormitorio, visualizando cada cajón en el que pudiera esconder información confidencial o de relevancia—. Podría entrar y buscar cualquier tipo de información que nos ayude.

No me gustaba la idea de revolver entre los cajones de Harper, pero Ivy se quedaría tranquila si le daba otra alternativa.

—Está bien. Buscaremos por el bosque y si no encontramos a Jordan y a Margot, rebuscaremos entre sus cosas. También podríamos preguntar por tu hermana en el laboratorio. Solo para asegurarnos de que trabaja ahí.

—¿Y por qué no trabajaría ahí?

—No me extrañaría. Te oculta cosas, eso significa que miente.

—¿Crees que me ha mentido incluso con el lugar donde trabaja?

—Lo que creo es que te ha contado una verdad a medias.

Nos quedamos embobados, mirando la televisión apagada. El salón estaba oscuro. No nos habíamos molestado en encender la luz. Uno de mis pies sobresalió de la manta y comprobé que la temperatura había descendido todavía más. Me dio un escalofrío y lo escondí.

Ivy había cerrado los ojos y su cabeza reposaba sobre un cojín marrón. Los cerré también y procuré descansar bien. Me esperaba un día cansado y lleno de búsqueda.

«Jordan, amigo mío, te encontraremos».

Los Tiempo CambiantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora