CAPÍTULO 48 - MARGOT ⛈️

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Mis padres entraron a mi habitación.

Mi padre sostenía una bandeja donde había varias tortitas y un vaso con zumo de naranja. Mi madre llevaba un regalo. Tenía forma rectangular y estaba envuelto en un papel rojo. Se acercaron a mí, sonriendo y cantando.

—Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos, Margot, cumpleaños feliz.

Yo me acababa de despertar. Ese día, cumplía los nueve años. No contuve la emoción y salté de la cama.

—Gracias, gracias.

—Túmbate, Margot. Si no, no es un desayuno en la cama —explicó mi madre. Le hice caso: volví a la cama y me arropé con las sábanas. Era marzo, así que todavía hacía frío—. Toma —me tendió el regalo.

—Ábrelo, Margot —insistió mi padre.

Asentí, emocionada. Deshice el lazo, rompí el papel hasta llegar a una caja y levanté la tapa. Aparté el regalo de golpe y lo tiré de la cama.

Me congelé.

No me moví.

—¿No te gusta? —preguntó papá.

—Claro que le gusta, Harold, es un cuchillo. —Mamá sonrió, pero no me calmó como me solía pasar con su sonrisa. Me dio miedo—. ¿Cómo no le va a gustar?

Mis padres se acercaron más a mí. Sus camisetas blancas comenzaron a teñirse de rojo. Las manchas se hacían más y más grandes. Les goteaba sangre del cuello y mancharon las sábanas blancas. Dos sonrisas torcidas aparecieron en sus rostros, dándoles un aire oscuro y aterrador.

Más sangre apareció por la puerta. Se arrastró por el suelo, entrando como un pequeño río espeso. Cuando no quedó sitio en el suelo que cubrir, escaló por las paredes, tiñéndolas a su vez.

Pronto el dormitorio dejó de tener paredes blancas y suelo marrón por la madera. Era rojo. Todo era rojo. Mirase donde mirase, no había objeto de otro color.

Mi piel. Mi piel seguía siendo blanca. Me miré las manos. Vale, no toda. Mis manos estaban cubiertas de sangre y en la mano derecha agarraba el cuchillo.

—No, no, no.

Lo solté. No lo había cogido, lo había tirado junto a la caja.

—¡Tú has hecho esto! —gritó mi madre.

—¡No quería!

Mi padre me apuntó con el dedo índice y exclamó:

—¡Eres una asesina!

—¡No!


—¡No!

Me desperté con mi propio grito. El pecho me subía y bajaba sin control. Mi corazón latía desbocado; no era capaz de encontrar un ritmo adecuado. Las palmas de mis manos estaban sudorosas y un frío intenso me recorría de los pies a la cabeza.

Otra pesadilla.

Otra para la colección.

Cada noche tenía una. Quería olvidar, pero las pesadillas no hacían más que mezclarse con la realidad y recordarme todo el sufrimiento por el que había pasado.

Mitad de la pesadilla era cierta. El día de mi cumpleaños, me despertaron con tortitas y zumo de naranja y me cantaron el cumpleaños feliz. La diferencia era que dentro de la caja rectangular no había un cuchillo, sino dos libros y un cuaderno para escribir.

Los Tiempo CambiantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora