CAPÍTULO 26 - CALEB 🌧️

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Dejamos atrás el pequeño pueblo.

Seguimos las indicaciones del hombre y fuimos por donde Jordan había abandonado la aldea.

—¿Habrá llegado a casa? —preguntó Ivy con notable preocupación, tocando la hoja de un árbol.

—No lo sé. —Metí las manos en los bolsillos del pantalón—. Según el hombre, estaba en un estado horrible cuando se fue.

Esperaba encontrarlo ese mismo día. Él y yo habíamos sido amigos desde que tenía uso de razón. Mi madre y la suya se llevaban bastante bien y eso había condicionado a que nos viéramos al menos un día a la semana. Fuimos juntos a la escuela, nos contábamos todas nuestras rayadas mentales y nos preocupábamos el uno del otro como si fuéramos hermanos.

Cuando Ivy me recriminó no salir a buscarlo, me sentí patético. Sobre todo porque sabía que Jordan no se lo habría pensado dos veces. ¿Pero cómo lo encontraríamos? ¿Cómo haríamos algo que la policía no había sido capaz de hacer? No tenía sentido, y, sin embargo, allí estaba, cerca de reencontrarme con él.

—Espero que esté bien... —No me lo decía a mí, más bien, se lo decía a ella misma—. ¿Si no han visto a Margot, significa que no está con él?

—Lo más probable es que no. —Contemplé el paisaje. La hierba estaba húmeda y presentaba tonos verdes, llamativos y vivaces—. Tenemos que encontrarlo. Solo él sabe lo que está pasando.

Haber descubierto que mi padre podría estar involucrado en algún asunto turbio, incluso aún peor, ilegal, me ponía los pelos de punta. Rezaba para que no fuera como en las películas y la fortuna que tenía mi familia no se debiera a que eran traficantes de droga o algo así. ¿Pero para qué querría un laboratorio para traficar?

¿Entonces mi hermana no ayudaba con la situación en Greenwood? ¿Por fin le habían contado el plan y se había unido al negocio familiar? A lo mejor se lo contaron al cumplir dieciocho años y me quedaba menos para enterarme yo también.

Vale, lo admitía. Estaba divagando y sacaba conclusiones inciertas.

Bajamos cuestas naturales formadas por el relieve y llegamos a un claro en el bosque. Bajo la sombra de un árbol, yacía un hombre. Ivy y yo nos miramos. Aceleramos el paso y, a medida que nos acercábamos, confirmamos de quién se trataba.

—¡Jordan! —gritó Ivy. Las lágrimas se formaron en sus ojos, otorgándole un brillo particular a sus iris verdes. Jordan no se movió. No se inmutó ante la llamada—. ¿Qué te pasa? ¿Estás herido?

Pregunta estúpida considerando que estaba bajo un árbol casi muerto. Pero no sería yo quien se lo dijera.

Me acerqué a él. Estaba aovillado en el suelo. El viento era gélido; debía estar congelándose, pues llevaba una camiseta blanca de manga corta. Bueno, fue blanca una vez. Estaba llena de sangre seca y de tierra. Además, estaba rasgada. La manga derecha estaba a punto de caerse.

De pronto, abrió los ojos. La luz del sol se colaba entre los huecos que dejaban las hojas del árbol y le brindaban unos tonos anaranjados a la piel de Jordan. Me miró, pero no dijo nada. No abrió la boca, no soltó ni un suspiro.

Nada.

Cuando Ivy se acercó y le tocó el brazo, reaccionó.

—¡No me toquéis! —Hizo aspavientos con las manos. Había recobrado la fuerza que hacía dos segundos no tenía—. ¡Alejaos de mí! —gritó, levantándose del suelo.

—¿No me recuerdas? —Tenía los ojos abiertos, alerta. Ivy retrocedió dos pasos, asustada ante la exaltación de Jordan—. Soy Caleb.

Entonces, y solo entonces, sus facciones se relajaron. Pasaron del miedo y la preocupación a la confusión acompañada de un atisbo de alegría.

Los Tiempo CambiantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora