Capítulo 20

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Rosalie se levantó un poco aturdida tras caer por la escalera. El eco de las pisadas de la atacante era lento pero constante.

Rosalie corrió en dirección contraria. En medio de aquella oscuridad se topó de bruces contra una pared... o más bien, una puerta.

De golpe, la sala se iluminó con la luz del quinqué que había bajado la enemiga para no perder de vista su presa, con lo que Rosalie vio con claridad lo que tenía ante ella.

Era una enorme puerta, de más de tres metros de altura y de doble hoja, recubierta con un extraño mineral blanquecino sobre el que habían tallado el relieve de una hermosa dama de largos cabellos que sostenía entre sus manos, a la altura del vientre, una llama enroscada en forma de esfera, que, según la tradición, representaba a Alma. A su alrededor, los signos zodiacales trazaban un círculo perfecto. También había una inscripción en rúnico, antiguo idioma que usaban aquellas malditas sociedades alienígenas. Remataban tal obra de arte, a modo de guardianas, dos esculturas de dos metros de alto ataviadas con las túnicas de los adoradores a Alma y los ojos vendados, una con gesto suplicante, elevando sus manos al cielo, y la otra con mirada iracunda, cerrando el puño con ademán amenazante.

Debido a la impresión, Rosalie no pudo evitar retroceder unos pasos pese al peligro que a su espalda la esperaba.

- Las puertas de Nara, midgardiana. A tu raza no debería seros familiar... sólo sois escoria -dijo la mujer mientras apoyaba el quinqué para manejar mejor su sable. Rosalie se mantuvo en silencio. Podría estar en desventaja si provocaba a la mujer, primero tendría que analizarla conciensudamente antes se aventurarse a dar cualquier paso.

- Nos ha costado mucho trabajo encontrarte. Heimdall hizo muy bien su trabajo... y se lo hemos hecho pagar. Yo personalmente le torturé durante más de cinco días.

Rosalie sabía que aquella zorra sólo quería provocarla, que Rosalie fuera la primera en atacar. No lo conseguiría... pero el hecho de saber que su amigo fue torturado para confesar su posición le preocupó tanto como para dudar de sí misma. Qué tipo de ser diabólico era aquél que disfrutaba haciendo daño a los demás?

- Disfrutaré muchísimo causándote el mismo dolor a ti -esto último resonó en la sala. Rosalie tomó un poco de distancia y preparó sus armas en ambas manos.

- Entonces, supongo que este es el momento en que me toca defenderme.

A una velocidad pasmosa, una luz azul estalló entre las dos mujeres, cegándolas por un pequeño lapsus de tiempo. Un pequeño zorro azul se manifestó. La mujer pareció confusa mientras observaba mejor al animal. Rosalie no sabía cómo llegó aquello bajo tierra, ni quién lo manejaba, por lo tanto, optó por quedarse más atrás, en posición defensiva.

- Estoy sorprendida. Una asquerosa midgardiana con poderes. No te servirá de mucho -dijo la mujer, menospreciándolo.

El zorro comenzó a gruñir y a mirar a la mujer con odio. Pero, de repente, una especie de tañido, como el de una campana, atronó, haciendo vibrar las puertas y el alma de Rosalie. Ésta se arrodilló. Poco a poco, unas runas dibujadas en el suelo fueron cayéndose, quedando sólo briznas de luz. El zorro comenzó a gemir, revolviéndose por el suelo, con los ojos en blanco.

La hechicera, ligeramente desconcertada, dio unos pasos atrás. La modesta invocación se estaba transformando. Su cuerpo se hinchaba y deformaba, el pelo se le caía, dejando una piel reptiliana a la vista. Cuando quiso darse cuenta, una especie de serpiente de color azulado y ojos blancos, de casi veinte metros de largo, se extendía por la sala, bloqueándole a la mujer el acceso a Rosalie. Un innatural alarido heló la sangre de las dos combatientes.

Asustada, pero sin poder dejar de mirar la aberración en que se había convertido su invocación, Rosalie dijo con voz temblorosa:

- Loki... -desde lo más profundo de su ser deseaba que aquel dios asgardiano, que le había brindado "su amistad", fuera el mismo que estuviera invocando aquellas criaturas. Deseaba con todas sus fuerzas, que él estuviera allí, como otras veces, para aayudarla.

"No me dejes sola."

En la oscuridad de la sala, donde la luz del quinqué no llegaba a iluminar, un dios de cabellos largos negros y piel blanquecina, con la vestimenta de un soldado de Dallenver, escuchaba las plegarias de Rosalie mientras se ocupaba de dibujar distintas y complicadas runas antiguas para protegerla.

En la oscuridad de la sala donde estaba alojado, el Oráculo de Nara comenzó a chirriar y alguno de sus engranajes se movió torpemente.

El precio de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora