Capítulo 37

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Las tropas de Dallenver llegaron justo a tiempo de ver cómo Eraide desataba su furia en Asgard.

En aquel mágico cielo ya no aparecían las galaxias, ni las estrellas, ni siquiera los reinos. Unas nubes negras avecinaban tormenta, adueñándose de cada resquicio de luz. Rayos brotaban de su interior, retorciéndose en el cielo mientras los truenos rebotaban contra los tímpanos de los soldados. Aquello sobrepasaba cualquier magia, cualquier poder antiguo. Ni siquiera los olímpicos eran capaces de crear tal grado de peligro y terror. Ni siquiera Areses, Dios de la Guerra, o Hades, Dios del Inframundo...

La oscuridad sse hacía mayor y más densa, subiéndole a Loki el corazón a la garganta. Cuándo se había vuelto tan débil? Lo ignoraba. Pero Rosalie estaba allí, en alguna parte. Podía sentir su esencia, sus gritos silenciados pidiendo ayuda, su soledad adueñándose de ella una vez más, la misma soledad que la acompañó durante años.

Loki tenía que ser fuerte por esa pequeña indefensa, porque ya una vez cometió el error de perder a alguien que quería...

Así que avanzó, a pesar de las dudas que corroían su alma, paso tras paso, tragándose el miedo a ser él quien muriera aquella vez. Intentaba no pensar en aquellos tentáculos de fuego que, enloquecidos, azotaban y restallaban con un fragor petrificante en torno al palacio de Asgard. Los habitantes huían en masa. Tenían heridas en los cuerpos, en los corazones terror. Algunos seguían combatiendo, zigzagueando entre los rayos intentando defender la ciudad y a su gente.

Tenía que llegar hasta ella, decirle que la amaba, que lamentaba no haberlo dicho antes, pero su miedo le cegaba... Demasiado odio en su interior para compartirlo con alguien. Tenía que recuperar a su Rosalie, porque se negaba a creer que todo aquél tiempo convivió con una vengadora despechada... que la misma mujer visitándole en la celda cada noche era la misma que asesinaba a sangre fría.

La maraña de nubes gritaba furiosa y se retorcía, creando pequeños incendios en las casas. Pero él seguía sin ver a la hechicera por ninguna parte.

Envueltos en gruesas capas de paño, armados hasta los dientes, pertrechados en cotas de malla, yelmos y escudos, los soldados del cuerpo de los Halcones se amparaban en la oscuridad, preparándose para atacar a la hechicera.

Las calles fangosas y encharcadas estaban ya solitarias. Los pocos animales que quedaban cruzaron en silencio la sala, buscando un lugar donde refugiarse del peligro que presentían. El olor a muerte les acompañaba.

Loki desenvainó su espada, anticipándose a los movimientos que su hermano Thor ordenaría, ocultándose en una esquina cercana.

De repente, el silencio se rompió y la noche se llenó de una suave pero inquietante voz que susurraba una canción.

Encontrará el caballero a la princesa traicionada?

Quién cuidará de nosotros en tan aciago destino?

Quién dará cobijo a las almas desamparadas?

Quién nos protegerá del olvido?

Quién será ella?

Amará o rasgará corazones?

La oscuridad avisa.

La justicia será su ley.

Su vida ya no es suya.

Ella puede destruir lo que conocemos.

La princesa acompaña la muerte.

La muerte aguarda la resurreción.

La resurreción el olvido.

A partir de ese momento, el caos se apoderó de la oscuridad, y antes de que los soldados pudieran reaccionar, el sonido del metal siendo arrastrado por el suelo y unos pasos firmes acercándose, les hizo comprender que el peligro se abatía sobre ellos. El sonido del acero siempre era peligroso.

El precio de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora