Capítulo 8

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El silencio vibraba en las paredes de la vivienda. La oscuridad reinaba en el lugar.

La casa era grande, sólida y preciosa. En ella habían nacido niños, se habían casado parejas y, bajo su tejado a dos aguas, las familias se habían amado, habían discutido y reído. Era un lugar en que uno se podía sentir seguro. Un hogar.

Una pequeña niña de cabellos rubios observaba a través del umbral de la puerta. El despacho de sus padres estaba tenuemente iluminado por la chimenea. Su madre contemplaba la madera arder.

- Ven, cariño... -susurró la mujer, girando su rostro a la pequeña niña. ¿Cómo la había escuchado si no hizo ningún ruido?

Rosalie corrió hacia su madre, escalando sus piernas y sentándose en sus rodillas. Inmediatamente, sintió aquellas cálidas manos abrazarla.

- ¿Has tenido una pesadilla?

Rosalie asintió, aguantando el llanto. Los labios de la mujer besaron sus mejillas, su frente.

- ¿Te sigue dando miedo la oscuridad?

Rosalie asintió de nuevo. Para poder dormir necesitaba una pequeña luz en su mesa de noche, los armarios completamente cerrados y la seguridad del vacío debajo de su cama.

- Mi querida niña... -Rosy no pudo ver el rostro de su madre, pues al igual que la mujer, ambas contemplaban las llamas crepitar-. Tienes que aprender a vivir según tus propias luces. Cuando caminas a través de la oscuridad, no puedes depender de que algo o alguien ilumine tu camino, sino que debes guiarte por las chispas que brillan en tu interior. Si no, te pierdes. ¿Y quién cuidaría de Jane si no estuviéramos ni tu padre, ni tú, ni yo? Sean cuales sean las dificultades con las que te encuentres, siempre podrás salir adelante tú sola. Sólo trabaja duro y utiliza la cabeza. Tú eres muy inteligente... Cuando crezcas, quiero que seas autosuficiente, pues la mayoría de las mujeres no lo son y quedan a merced de los demás.

La escena cambió...

Acababa de identificar los cadáveres de sus padres. Rosalie corría lejos del hospital, lejos de la ciudad, al lugar que siempre iba con sus padres a contemplar las estrellas. Escuchaba los gritos de su abuela detrás... Pero no quería ver a nadie, no quería hablar...

Los ciudadanos la observaban correr por las calles, cruzando los pasos de peatones sin siquiera mirar, arriesgando su vida.

La visión de una adolescente con aspecto sombrío era habitual en aquella parte del mundo. Los adolescentes deseaban las cosas con mucha intensidad, pero en general, no las conseguían y, para empeorarlo todo, los demás banalizaban sus sentimientos por el mero hecho de que eran unos adolescentes.

Pero ella no buscaba comprensión, ni realizar sus sueños... Ella sólo quería de vuelta a sus padres. Sentirlos de nuevo, escuchar sus consejos. No quería ocuparse de su hermana Jane, ni cuidarla.

La primera vez que uno se veía en una situación de desamparo, sin sus padres, resultaba impactante. En aquél momento, Jane estaba bajo su responsabilidad. Sus padres no estaban allí para cuidar de ellas, y Rosalie sabía que su abuela tampoco estaba en condiciones... Pero ellos habrían querido que la protegiera. Y no les fallaría a ninguno de los dos.

Rosalie se sentía incompetente, angustiada, llena de amor, alivio y preocupación. Se sentía como su madre cuando ellas desaparecían. Pero cuidar de su hermana pequeña no era lo más fácil en su vida, mucho menos cuando su abuela se ahogaba en la bebida y se olvidaba de sus nietas. Aquello no era vida, no era lugar para educar a Jane.

El precio de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora