Capítulo 3

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Todo estaba listo. Sus empleados le enviarían una maqueta del periódico la noche antes de ser publicado, ella lo aprobaría y lo enviaría de vuelta por correo.

De corregir los artículos de los becarios se encargarían los editores que estaban por debajo de Rosalie, el resto del trabajo que hacía normalmente en la oficina, lo llevaría a cabo en su ordenador.

El mismo día de hablar con su hermana, mandó de vuelta el artículo, aunque aquello parecía un cuadro de Picaso por la abundancia de figuras geométricas monocolores.

Compró su pasaje, sin escalas, directo a Ontario; y concertó una cita con Yves Saint Laurent. El vestido que usaría el día que le entregaran el premio a mejor periodista del año, debería ser inventado otro muy distinto pero igual de llamativo.

Laurent la saludó con dos besos en sus mejillas, después la acompañó a la sala de telas.

- Lo terminaron hace tres días. Como era una sorpresa para el día del premio, no te dije nada.

- Hiciste bien. Me hubiera visto más bella ese día -bromeó Rosalie, acariciando la mano de su amigo.

- Mi querida Rosalie -pronunciaba las palabras con un marcado acento francés, dándole una vuelta completa a la joven, observando sus formas-. Tú siempre estarás hermosa.

Cinco minutos después de seguir elogiándose mutuamente, Ross pudo por fin probarse el vestido.

El vestido contaba con dos partes: en la zona del pecho una tela de ornamentaciones doradas que dejaba su espalda al descubierto.

La segunda parte del vestido, una capa blanca que caía sobre sus pies y se movía como si fuera el mar.

Era una de las mejores creaciones privadas de Yves, nadie sabía quién había sido la musa, la inspiración de aquella obra de arte. Sin embargo, Rosalie lo sabía. Ella misma fue quién posó para el diseñador, soportó la frustración del hombre cuando las telas no resultaban moverse de la manera deseada... o cómo la ornamentación resultaba demasiado delicada. El esfuerzo valió la pena. Ambos lo sabían.

- Imagino que no llevarás el mismo vestido a la entrega de premios -indicó con orgullo Yves. Rosalie no podía. Se negaba a aparecer en las revistas, y llevar a los premios, con un mismo vestido. En su opinión, cada momento especial requería una vestimenta especial.

- ¿Crees que podrás hacer otro sueño realidad, mi querido amigo? -sugirió melosamente la editora. Yves entrecerró los ojos, queriendo matarla. Si no fuera por el vínculo que les unía, gustosamente habría retorcido el cuello de aquella fría mujer.

- Todo sea para que sigas llevando mis diseños.

Yves no soportaría ver a la mujer promocionando los diseños de otro hombre... Interiormente, tenía un sentimiento de posesión sobre la muchacha. No porque estuviera enamorado de ella, a él le iban otros gustos... Sino por lo mucho que ambos hicieron en el pasado el uno por el otro: ella llevaba sus fabulosos diseños si le hacía publicidad en el periódico y eventos que asistiera, a cambio, él la vestiría para todos los detalles de su vida diaria (que solía ser oficina y unos pocos eventos sociales) y la ayudaría en su imagen de profesionalidad y celebridad.

Era un buen trato... Rosalie también financiaba muchas veces los proyectos del hombre, ayudándole a seguir realizando sus sueños. Eran, probablemente, mejores amigos. Pero ninguno lo reconocería ante el otro. No hacía falta.

Con el vestido protegido, la maleta grande en su mano y un bolso pequeño con su tablet y utensilios, Ross entró en el aeropuerto, dirigiéndose directamente al avión mientras su chófer se ocupaba de los trámites.

El precio de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora