Capítulo 44

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Lo primero que Rosalie vio al levantarse aquella mañana, fue el cielo de Midgard oscuro y lleno de nubes. No supo en qué momento de la noche fue teletransportada a su mundo, pero sin duda tuvo que ser por obra y magia de Loki, que yacía dormido a su lado, con una de sus manos posada en la cadera de Rose y los labios pegado a su hombro, murmurando palabras en silencio.

Estaban en un aparente hotel del centro a juzgar por el tráfico denso y ruidoso. El reloj marcó las nueve menos diez. Poco a poco, Rosalie intentó levantarse sin despertar a su pareja, vistiéndose con la ropa de combate que robó en Asgard. Sólo cuando pidió que le trajeran la comida a la habitación y la tuviera servida, despertó a Loki con un dulce besos de sus labios.

-          Qué buen despertar -dijo el joven, estirándose perezosamente sobre el colchón.

-          Levanta y desayuna, tenemos que encontrar a Jane antes que Amora.

-          Hasta que me recuerdas lo malo de la realidad -murmuró apesadumbrado, probando unas fresas de la bandeja que Rose le llevó a la cama.

-          ¿Dónde crees que pueden estar? Midgard es demasiado grande...

-          ¿Dijeron que estaba con Heimdall? -Rosalie miró a Loki desconfiadamente.

-          Sí.

-          Entonces sabremos su ubicación muy pronto.

-          ¿Y eso?

Pero Loki sólo le dedicó una sonrisa socarrona mientras se sentaba con la espalda recta y cerraba sus ojos.

-          ¿Qué haces? -inquirió Rose confundida.

-          Cállate, mujer.

-          ¡A mí no me digas que me calle!

Loki abrió los ojos de nuevo, con llamas de furia llameando en su interior. Rose sólo fingió comer una fresa bañada en nata antes de contemplar a su amante cerrar de nuevo los ojos y evadirse del momento y el lugar.

Para cuando aquellos ojos verdes volvieron a la vida, maravillando a la mente de Rosalie, la joven calló asombrada por la comunicación de nuevas noticias.

-          Ya están aquí.

Loki abrió la puerta en el momento justo en que Heimdall tocaba con sus nudillos, rompiendo el silencio.

-          ¿Rosalie?

La joven sintió helarse su columna vertebral, teniendo ante ella a su queridísima hermana, vestida con unos vaqueros raídos y una camisa de cowboy, con un sombrero de paja que ocultaba su rostro. Heimdall iba más ridículo, con cada centímetro de piel cubierto de ropa para no mostrar su piel negra y llamar la atención. Cómo si no hubiera negros en Londres.

Rosalie hundió fuertemente en sus brazos a su hermana, sintiendo que su mundo volvía a su lugar en aquél instante, recobrando el aliento.

-          No tenemos mucho tiempo. Llevamos un día y medio huyendo de Amora.

-          Ha mejorado en su magia, pero no creo que sea muy difícil derrotarla.

-          Al contrario -el semblante de Heimdall no albergaba buenas noticias para nadie-, no está sola en esto. Cuenta con su propio ejército y planea atacar Midgard si no nos entregamos.

-          En otra ocasión cantaría "hurra" por una guerra, pero no pienso ponerte más nunca en peligro, Jane. Así que nos vamos a Asgard y allí morirás viejita y rodeada de nietos.

Rosalie decía muy en serio sus palabras. Midgard no importaba si su hermana terminaba muriendo, todo su sufrimiento, su estrés, el peligro para rescatarla, incluso la jodida Eraide. Nada de aquello importaría si Jane moría al final.

-          ¡Rosie! Hay millones de vidas inocentes. La mía no equivale a nada.

-          ¡Equivale a todo para mí! -¿cómo era capaz de dudarlo? ¿Por qué no se daba cuenta de todo lo que significaba para ella? Encima la llamaba Rosie... ¡cómo odiaba ese maldito mote!

-          Rosi... -Jane acarició con sublime suavidad el semblante de su hermana, acariciando cálidamente cada mejilla-. Te quiero muchísimo, pero no podría soportar irme sabiendo que morirán miles de humanos. Me entregaré.

-          No puedes hacerlo... -por una vez, Rosalie olvidó su orgullo y dejó correr sus lágrimas, externalizando su miedo a perder su único ser querido, su única familia.

-          Debo -en ese momento Jane parecía mucho mayor, una mujer hecha y derecha y no la niña tímida y loca de hacía unos años. Había madurado... pero para Rosalie siempre seguiría siendo su pequeña, su niña, su hermanita...

-          O -Loki, que estuvo en silencio durante el reencuentro, comenzó a hablar, sintiendo su ánimo inflarse ante las noticias de una contienda-, podemos plantarle cara.

-          ¿Cómo? -preguntó Rosalie, incrédula, incapaz de creerse lo que oía-. Sólo somos cuatro contra miles. ¿Y qué tenemos? Tu magia, mi espada, las habilidades de Heimdall y una científica a la que proteger.

-          ¡Eh! -protestó Jane-. Qué yo también sé hacer daño.

-          Tú a callar -ordenó Rose, recogiendo la habitación para abandonarla lo antes posible.

-          No sólo entran nuestros intereses, Rosalie. También hay entidades encargadas de proteger Midgard. Seguro que podemos contar con S.H.I.E.L.D. y los militares.

-          Habrá que empezar a prepararnos desde ya -interrumpió Heimdall, observando a la mujer rubia moverse por la habitación dejándola impoluta.

-          Ya mandé un mensaje a Thor, traerá a su ejército en una hora. Te diré dónde contactar con los de S.H.I.E.L.D. porque a mí no me quieren ni ver.

-          Muy bien -cuando Rosalie creyó tenerlo todo listo y empezaba a abrir la puerta para vigilar la zona, Heimdall preguntó entre curioso y fastidiado por aquella actitud-. ¿Qué le pasa?

-          Piensa hacer un sinpa.

-          ¿Un qué?

-          ¡No pienso pagar una habitación que no he disfrutado! -anunció la mujer antes de salir corriendo por el pasillo con su capa en una mano y la espada en la otra, incapaz de esperar más para huir del hotel... esperando con las puertas automáticas abiertas a sus compañeros, mientras estos se teletransportaban al exterior del edificio.

El precio de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora