Epílogo

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Hoy se cumplen tres años desde que obtuve mi libertad

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Hoy se cumplen tres años desde que obtuve mi libertad.

Divorcio lo llama la mayoría, pero para mí fue algo más que eso. La palabra libertad, lo define completo.

Fue un proceso difícil y demasiado duro, en el que me vi ahogada por el pasado, pero tratando de mantenerme a flote y luchar por mi futuro.

Por el mío y el de mi hija.

Llevo todo el día pensando en eso.

En el antes y el ahora. En cómo he cambiado tanto, en cómo mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. Y como todos los planes que algún día tuve, se desvanecieron y fueron remplazados por nuevos y ¿Por qué no decirlo? Mejores.

Ya tengo claro quién soy, sin necesidad de aparentar ser fuerte o estar bien todo el tiempo.

Antes era débil, creyéndome fuerte por el hecho de soportar cosas que realmente no debería haber soportado; por llevar cargas que no me correspondían y por esforzarme tanto tratando de ser algo que no era y probablemente no seré.

No soy ni seré perfecta. No puedo agradar a todo el mundo y no puedo cargar con los errores de los demás.

Estaba acostumbrada a vivir con cadenas, a creer que la vida que tenía era la correcta y créanme, era agobiante. No se puede ser feliz con apariencias; eso es algo que también aprendí en el proceso.

Estuve años envuelta en un matrimonio que sobrevivía a base de apariencias, de silencios tortuosos y malos tratos. Y lo peor es que yo creía que eso estaba bien.

He aprendido a valorarme y no, no fue sencillo. Hay días en los que los recuerdos me abruman o las inseguridades, pero sopeso las cosas. Y joder... Soy afortunada.

Me amo. Soy y me siento más segura, sin necesidad de poner una careta para que todos crean que estoy bien. Ahora tengo la libertad de andar en mi casa con mala cara si es que quiero y nadie va a joderme por eso. Claro, no es que ocurra todos los días y sea una amargada, pero hay días que no son fáciles.

Diría que ahora puedo disfrutar de las cosas sencillas de la vida, como ahora, que observo a mi hija jugando en el parque.

Ya tiene siete años y sigue siendo la misma niña alegre de siempre que va dando saltitos cuando algo le emociona, que se vuelve loca con un vestido nuevo y sigue durmiendo con su unicornio.

Antes de lanzarse por el resbalín, levanta la mano y saluda. Yo la saludo de vuelta, pero niega, señalando detrás de mí, riendo.

Giro y lo veo, tan guapo como siempre.

Camina hasta donde estoy y tras besarme con cariño, sus manos envuelven mi cintura.

—¿Están listas? —me pregunta, dejando un beso corto en mi cuello.

Sonrío. Él no deja de ser cariñoso y cada vez que puede poner sus manos sobre mí, lo aprovecha.

—Si. ¿Vas tú por Anne? —recorre mi cuerpo con la mirada, deteniéndose en la parte que ahora él llama su favorita y sonríe.

En los brazos de otro [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora