CAPÍTULO 12

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«Amar es entregarse por completo, sin reservas ni secretos.»

JOAQUÍN

Hay segundos en la vida que lo cambian todo. Instantes que te hacen reevaluar si tomaste la decisión correcta o si el camino era otro. Esos momentos, tan fugaces y a la vez tan decisivos, tienen el poder de redefinir nuestro destino.

Es en esos breves destellos de tiempo donde la vida nos pone a prueba, nos enfrenta con nuestras propias debilidades y nos obliga a confrontar la verdad de nuestras acciones. Un solo segundo puede marcar la diferencia entre la felicidad y la desesperación, entre la esperanza y el arrepentimiento. En un instante, puedes darte cuenta de que todo lo que creías seguro se desvanece, y te encuentras perdido.

Esos segundos nos fuerzan a mirar hacia adentro, a cuestionar nuestras elecciones y a preguntarnos si, en algún punto del camino, pudimos haber actuado de otra manera. Nos hacen replantear nuestras prioridades, nuestros valores y nuestras metas. Nos obligan a reconocer nuestras fallas y a aceptar que, quizás, no siempre hemos actuado con la integridad y el amor que creíamos tener.

En esos momentos, el peso de nuestras decisiones se hace insoportable, y la carga de nuestros errores se siente como una montaña sobre nuestros hombros. Pero también es en esos segundos donde encontramos la oportunidad para el cambio, para la redención. Son una llamada de alerta para detenernos y reconsiderar nuestro camino.

Quizás, al final, esos segundos cruciales no sean solo para hacernos cuestionar el pasado, sino para darnos la fuerza y la claridad para construir un futuro mejor. Nos muestran que, aunque el camino recorrido esté lleno de errores y arrepentimientos, aún tenemos el poder de cambiar el curso de nuestras vidas.

Hace un mes que sé la verdad sobre el accidente y he pensado todas las formas posibles de contarle la verdad a mi novia. Han sido horas y horas de sueño perdidas y todo se resume a este minuto.

—¡Mía!

Logro sostenerla antes de que caiga y se golpee contra el suelo. Veo cómo su rostro palidece y sus ojos se ponen en blanco.

—¡Mía! ¡Mía!

Intento despertarla, pero es inútil. Aunque está respirando, decido cargarla y llevarla a la clínica que está cerca; es mejor hacerlo antes de esperar a una ambulancia.

—¡Carlos, ayúdame! —le grito a su padre, quien se apresura a seguirme y corre junto a mí.

Acuesto a Mía en la parte de atrás del carro mientras Carlos abre las puertas. Conduzco al límite de la velocidad permitida hasta la clínica del norte, con Carlos sujetando la mano de su hija en el asiento trasero.

Cuando llego a la clínica, la cargo hasta la entrada de urgencias, donde un camillero se nos acerca apenas nos ve.

—Por favor, ayúdeme. Se desmayó y no responde, no despierta.

—¿Se golpeó al caer? —pregunta el enfermero.

—No, la alcancé antes de que cayera al piso.

Caminamos de prisa mientras meten a Mía en un reservado de urgencias. Una doctora llega enseguida y revisa sus signos vitales.

—Tiene el pulso bajo. Cuénteme lo ocurrido.

Le explico lo más rápido que puedo y ella continúa chequeando a Mía.

—Entiendo. Aparte del pulso bajo, no tiene ninguna otra señal de alerta. Vamos a mantenerla hidratada y esperemos que responda rápido. Fue solo una mala impresión; lo más probable es que despierte pronto. Usted debe esperar afuera. Apenas tengamos noticias, le avisaremos.

Una Parte De Ti © Borrador COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora