CAPÍTULO 24

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«Una de los mejores lugares para reflexionar es la sala de espera de un aeropuerto. »


JOAQUÍN


Cuatro años después

Junio 2026

No recuerdo dónde escuché o leí que uno de los mejores lugares para pensar era la sala de espera de un aeropuerto. Había comprobado muchas veces que era cierto. Me ponía melancólico siempre que me sentaba en una de estas incómodas sillas hasta que optaba por tirarme en el piso con la espalda pegada a la pared, cerraba mis ojos y apoyaba la cabeza en algún muro, meditando en el otro año que había pasado lejos de casa, solo.

Dentro del bullicio del aeropuerto, las emociones se desatan sin filtros. Me sumergía en mis propios pensamientos, reviviendo los altibajos, los momentos de catarsis y los retos que había enfrentado. Era como repasar una secuencia de fotos, desde las más coloridas hasta las de blanco y negro, cada una dejando una huella distinta. Regresar a casa siempre me perturbaba.

Otra de las cosas que me gustaban de los aeropuertos era que podía tomar unas fotos únicas. Cada persona que pasaba a mi lado llevaba consigo su propia historia, una que deseaba capturar con el lente de mi cámara. Este lugar se convertía en un híbrido entre los encuentros y las despedidas. Los aeropuertos eran como una galería interminable de emociones humanas. Las sonrisas amplias de aquellos que se reunían con sus seres queridos, los abrazos que parecían detener el tiempo, las lágrimas de los que se despedían y llenas de promesas de reencuentro.

A través del lente de mi cámara, intentaba capturar esos momentos efímeros, esas fracciones de segundo donde la verdadera esencia de una persona se revelaba. La mirada de ansiedad de alguien esperando a ser recogido, la expresión de alivio cuando finalmente veían a su familiar acercarse, la concentración en el rostro de un niño jugando con su juguete favorito mientras esperaba pacientemente. Cada clic del obturador era un intento de congelar el tiempo, de inmortalizar una pequeña parte de la vida de alguien.

A menudo me encontraba deseando poder congelar también los mejores momentos de mi vida, capturarlos de la misma manera en que lo hacía con esos desconocidos en el aeropuerto. Las risas compartidas con Mía, las miradas cómplices, esos instantes en los que el tiempo parecía detenerse y el mundo desaparecía a nuestro alrededor. Quería que esos recuerdos permanecieran intactos, inmutables, a salvo del paso del tiempo y de los inevitables cambios que la vida trae consigo.

Muchas veces me veía recordando todo, sintiendo todo como si el tiempo no hubiera pasado.

«¡Pasajeros del vuelo 2312 con destino a Colombia, los invitamos a abordar!»

Observo mi reloj y son exactamente las 11:00 de la mañana, un día bastante caluroso en Nueva York. Estoy acostumbrado al frío de Bogotá. Viví seis meses en Estados Unidos después de la muerte de Darío; sin embargo, no recuerdo que el calor me diera tan duro. Y ni hablar del maldito invierno; lo único bueno de la nieve para mí es cómo se ve en las fotos.

Me levanto del piso en el que he esperado alrededor de seis horas, ya que el vuelo que me regresará a Colombia después de cuatro largos años tuvo un retraso por fallas técnicas. Nada alentador. Han sido los años más largos de mi vida, por una sola razón: Mía.

«¡Pasajeros del vuelo 2312 con destino a Colombia, los invitamos a abordar!»

Apago mi playlist justo al final de la última nota de Mariposas de Enanitos Verdes y me dirijo a abordar.

—¡Eh! ¡Tenga cuidado y mire por dónde camina, pedazo de tonto!

Intento ayudarle a recoger su equipaje; sin embargo, lo arrebata de mis manos y continúa recogiendo sus pertenencias con rabia. Es de esas personas a las que se les enrojecen las orejas cuando están molestas, y me causa gracia.

Una Parte De Ti © Borrador COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora