CAPÍTULO 34

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«Quítate tú que llegué yo»


JOAQUÍN

Cuando Alejandra me llamó para hablarme de los problemas de la fundación, no dudé ni un segundo en ofrecerle mi ayuda. Fue honesta, sin segundas intenciones ni ninguna otra motivación que no fuera ayudar a la causa. Durante estos años quise mantener mi apoyo en secreto porque las buenas obras no se andan ventilando y porque no quería que Mía se sintiera incómoda sabiendo que era benefactor de su amada fundación.

Fui consciente de que Mía se enteraría, pero nunca me imaginé encontrarla en esa oficina. Lo juro. Era una señal. Tenía que serlo. De alguna forma, la vida me estaba acercando a ella y no iba a desaprovechar la oportunidad. Aunque lo que vi en sus ojos no me gustó: rabia, desprecio, como si en verdad le molestara mi presencia. Lo entendí. Y estoy dispuesto a dar la pelea por ella.

Tenerla tan cerca me permitió apreciarla de verdad. ¡Dios! Está hermosa. Más radiante, más mujer, más todo. Su cabello dorado cae en suaves ondas, enmarcando su rostro con un brillo que nunca antes había notado. El brillo de la rebeldía.

Algo había cambiado en ella, ya no tenía esos mismos ojos inocentes que me enamoran hace años, pero no podía negar que la llamita que veía crecer en su iris verdes, me gustaban todavía más.

Mía había enviado un plan de trabajo por correo donde dividió las funciones de cada uno: Andrés llamaría a los donantes vigentes y buscaría el sitio para la velada. Mía, como coordinadora general, contrataría una empresa de eventos para que organizara todo y yo, me encargaría de las relaciones públicas, de buscar nuevas donaciones y de la promoción.

Era mucho trabajo para un mes, pero era eso o perder la fundación.

Hoy nos reunimos en el salón del Hotel Cristal Palace. Según Alejandra, el gerente era amigo de Andrés y había una gran posibilidad de que nos cediera el espacio para la fecha estimada en calidad de donación. Yo había llegado antes de la hora y los esperaba en el lobby del hotel. Vi llegar a Alejandra en un ajustado esmoquin rosa y tacones de infarto. Cuando la conocí, me impactó ver que era bastante joven; por teléfono siempre me la imaginé de al menos cincuenta. Me saludó con un beso en la mejilla y se sentó a mi lado.

—Me gusta llegar temprano siempre.

—Ya somos dos —le respondí.

A los cinco minutos llegó Andrés, vestido todo de negro, con chaqueta de cuero y casco en mano. Saludó a Alejandra de beso y, aunque se notaba su molestia, me ofreció la mano.

—Mía está un poco retrasada, pero dijo que no demora.

—Casi es la hora, no me gusta la impuntualidad —se quejó Alejandra.

—Sabes que trabaja duro en la clínica, dale un chance.

Todos nos sentamos y al rato vimos a Mía entrar casi corriendo por el recinto. Llevaba puesto un uniforme médico de la facultad de medicina, tenis, un morral al hombro y el cabello recogido en un moño desordenado. No llevaba ningún tipo de accesorios ni maquillaje. Lo único que adornaba su rostro era el rubor en sus mejillas.

—Perdón por el retraso —se disculpa.

Saluda a todos de beso y me ignora por completo. Le doy un repaso de pies a cabeza mientras caminamos hacia el salón que el amigo de Andrés está por mostrarnos. Camino justo detrás de ella, con la mirada clavada en su espalda, y me acerco a su lado con disimulo.

—Ese morral parece pesado. Déjame ayudarte —le digo, tomando el artilugio que pesa como treinta kilos—. ¿Qué llevas aquí? ¿Piedras?

Ella endereza la espalda apenas le quito el peso de sus hombros. Se ve agotada, con los ojos caídos, y ya la he visto bostezar dos veces.

Una Parte De Ti © Borrador COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora