CAPÍTULO 2

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«Los secretos son venenos silenciosos, que gota a gota te van matando por dentro.»


JOAQUÍN

Cuando llegamos a casa de mis padres, eran más de las ocho de la noche. Mi madre nos recibió en la puerta con un largo abrazo para Mía y me dirigió una mirada comprensiva antes de invitarnos a pasar al comedor. Mis padres estaban enterados de todo y se habían ofrecido a contarle toda la verdad a Mía y a su familia; sin embargo, los rechacé. ¿Qué tipo de hombre sería si no pudiera hacerlo yo mismo? Si no pudiera sincerarme y decirle que Frank y yo también íbamos en el carro que los chocó. Que en parte fuimos responsables de la muerte de su madre y de que ella perdiera su pierna.

El accidente fue hace tres años, pero el dolor sigue fresco en mi mente. Darío conducía el coche a exceso de velocidad. Recuerdo cada detalle de esa noche con una claridad dolorosa. Cada giro, cada grito, cada impacto. El sonido del metal retorcido y el crujido de los vidrios rompiéndose. Recuerdo cómo mi corazón se hundió cuando vi a Darío, nuestro mejor amigo, inmóvil, atrapado entre los hierros. La desesperación en los ojos de Frank, el pánico que sentí al darme cuenta de que no había nada que pudiéramos hacer para salvarlo.

Perdimos al que era como un hermano para nosotros esa noche, pero también perdimos una parte de nosotros mismos. Al salir huyendo de la escena por miedo y un acto de inmadurez, no conocimos a las personas que estaban en el otro vehículo. No supimos quiénes eran ni lo que les habíamos hecho. Pero así es el karma... la vida. Ahora tengo a mi lado al amor de mi vida, que iba precisamente en ese carro.

Esta revelación me persigue todos los días, la ironía cruel de cómo el destino nos unió a través de una tragedia indescriptible. Mía merece saber la verdad, merece entender todo lo que ocurrió esa noche y las decisiones cobardes que tomé. Porque si hay algo que el amor verdadero requiere, es la honestidad, sin importar el costo. No puedo seguir viviendo con esta mentira, sabiendo que cada momento que paso con ella está construido sobre un fundamento de mentiras y secretos.

Hace dos semanas que lo se todo y he estado encerrado, ahogándome en alcohol y preguntándome porque tendré tan mala suerte. Porque ese maldito accidente me persigue como si fuera mi verdugo. Porque no puedo avanzar.

Todos nos esperaban en la mesa, ya que le había enviado un mensaje a Juanita diciéndole que estábamos a cinco minutos de distancia.

—Casi no llegan, ¿por qué se demoraron tanto? —pregunta Juanita, sin un ápice de discreción.

—Juana, por favor —la reprende Amelia.

Juanita rueda los ojos con fastidio.

—Había tráfico, como siempre —respondí, tratando de sonar casual.

Sabían que vivíamos cerca. Por más tráfico que hubiese, nunca tardaríamos una hora en llegar.

—Ni tú te lo crees —opina Lara, sentada al lado de Frank.

—Ahora se le dice «tráfico» —continúa Juanita.

Mía se sonroja, pero no responde a las provocaciones. Juanita es una entrometida. Frank finge una sonrisa y me mira con una ceja levantada mientras toma de su copa. Cada vez me convenzo más de que hoy no es el mejor día para hablar con Mía.

—Vengan, tomen asiento y disfrutemos de la cena —nos pide papá, intentando calmar el ambiente.

—Miren que hoy su padre me ayudó a cocinar. De hecho, él preparó casi todo —cuenta mi madre con cara de enamorada.

Papá agarra su mano y la besa con cariño. Es raro ver gestos de cariño entre ellos. Mis hermanas y yo nos miramos con asombro. Tengo que reconocer que ya me estoy acostumbrando.

Una Parte De Ti © Borrador COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora