Había pasado una semana ya.
No hablábamos desde entonces.
Le echaba de menos.
Intentaba hablarle.
Nada era igual.
Comenzaba a preguntarme si yo era la única que se sentía así.
Vamos, eso es obvio.
No quería admitirlo.
Por favor, no.
Creo en ti, Diego.
Yo le hablaba, pero no por teléfono.
Quería saber cómo se encontraba.
Cada vez que contestaba, sentía que esto ya no volvería jamás.
No volvió.
No volverá.
¿Esto es todo?
¿Dónde quedan las llamadas en la madrugada?
¿Se fueron?
¿No era real?