Día 14

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Dragones

Kirishima despertó a causa del choque del acero contra el suelo. Notó como las cadenas que sujetaban sus piernas se caían. Notó también como las cadenas que antes mantenían sus alas unidas a la pared ya no se encontraban en ese lugar. 

Miró por su alrededor, asustado, cuando una mano suave le acarició las escamas de la espalda. 

Vió a Bakugo, con una antorcha en la mano izquierda que iluminaba débilmente la celda, mientras que con la derecha sujetaba la llave que los guardias solían utilizar cuando le quitaban las cadenas. 

Bakugo lo había liberado. 

—Nos vamos. —le dijo el rubio, vestido con su jubón de terciopelo rojo. 

—¿Qué estás haciendo? —preguntó el dragón pelirrojo, mirando hacía la puerta, asustado, por si venía algún guardia. 

—Te estoy liberando idiota. ¿No lo ves? —contestó Bakugo mientras cogía a Kirishima por los hombros intentando levantarlo. —¡Qué coño! No te libero. Seguirás siendo mi dragón personal y continuarás haciendo lo que yo te diga. Solo que nos vamos de este maldito sitio. 

—No puedes irte. Y yo no puedo separarme de ti. Te coronan en menos de una semana, Bakugo. 

Katsuki Bakugo era el príncipe de la corte solar, la corte más poderosa de todo Elafhazam. Había sido bendecido desde su nacimiento con el don de las explosiones y según la profecía, él era el elegido que conseguiría la paz para el reino. 

Pero el propio Bakugo se encargaba de lo contrario. Era un rebelde sin causa, que disfrutaba cuestionando a los altos cargos de la corte y desafiando las órdenes de sus padres. No le interesaban los problemas políticos y no mostraba el menor deseo por gobernar. 

Su único interés era el de ser más fuerte. Deseaba viajar por las seis cortes, luchando contra malvados monstruos, ganando recompensas y descubriendo los trucos que cada corte tenía guardados. 

Kirishima, por el contrario, no tenía la suerte de Bakugo. No era fuerte, listo, ni tenía un futuro brillante por delante. 

Kirishima era un dragón. Un monstruo. 

De esos que eran cazados por personas como Bakugo. 

Pero en lugar de cazarlo, Bakugo se había encargado de cuidarlo durante los últimos diez años. 

Habían sido amigos, confidentes, compañeros de aventuras. 

Cuando se quedaban a solas, incluso eran algo más. 

La guerra entre los humanos y los dragones fue algo brutal. Kirishima tan sólo tenía ocho años. 

La corte solar había liderado el golpe. Los dragones de las seis cortes habían sido masacrados. Acusados injustamente de violar los tratados de paz, habían sido asesinados todos los dragones con un cuerpo ya formado. 

El resto, los más pequeños, habían sido cazados y convertidos en esclavos. 

Entre ellos se encontraba Kirishima. 

Había visto a sus padres morir. Lo habían capturado, lo habían mutilado y lo habían encerrado en una celda dentro del palacio Solar. 

Con tan sólo ocho años. 

Con tan sólo unas pequeñas alas aún por desarrollarse. Con la mitad de sus colmillos aún por salir. Con toda la vida por delante, ahora arrebatada. 

Pero un día, en su pequeña celda entró el príncipe. Un niño de su edad que exigió a los guardias que le dieran al dragón. Cuando se negaron, el niño luchó y luchó contra los hombres que eran mucho más grandes que él. Y aún así, el niño ganó. 

Se llevó al dragón y lo montó en su jardín privado. 

Pero Kirishima estaba tan cansado a causa del cautiverio que sus pequeñas alas no pudieron alzar el vuelo.

Bakugo se enfadó por no poder volar. Se enfadó muchísimo. Kirishima nunca había tenido nunca tanto miedo de nadie. 

Pero Bakugo no estaba enfadado con su dragón. Estaba enfadado con sus padres, con los soldados, con los guardias, con todo el mundo partícipe en el hecho de que su dragón no pudiese volar. 

Ese día, Bakugo prometió que cuidaría a Kirishima hasta que este pudiera volar. 

Ese día, Kirishima prometió que nunca se separaría de Bakugo, al menos hasta lograr llevarlo volando por las seis cortes. 

Los dos mantendrían su promesa. 

Siempre. 

—¡Qué le den a la coronación! No pienso ser rey de una mierda. 

—Nos atraparán. Y entonces te someterán a un encierro y a una vigilancia interna. Y a mi me mataran. 

—Joder, no nos atraparán. Lo tengo todo pensado. La gran mayoría de la guardia está en el gran salón, y el resto en el edificio central, vigilando la fiesta. Así que saldremos de aquí sin ningún problema porque ya me he ocupado del único guardia que se encontraba en la entrada. Era un cabrón duro, supongo que despertará en unos días. Luego saldremos hasta la salida norte. Solo hay dos guardias, no serán ningún problema. Y por ahí, seguiremos el camino, atravesaremos el pueblo hasta la parte derecha del bosque y por ahí, justo por ahí, nuestra libertad. Y cuando se den cuenta de que ya no estamos, será demasiado tarde. Seguramente ya estemos cerca de la próxima corte. 

Bakugo contó todo eso a toda prisa. A Kirishima le había resultado difícil seguirle el ritmo. Se encontraba confuso. El plan era arriesgado, y si los pillaban era su fin. Pero confiaba en Bakugo más de lo que había confiado nunca en nadie, y lo seguiría allá donde el rubio fuera. 

Por su promesa no podía separarse de él.

De todas maneras, tampoco quería separarse. 

—Entonces salgamos de aquí. 

#kiribakumonthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora