EXTRA III

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Estaba estresado. Me dolía la cabeza y los gritos y lloros constantes no me estaban ayudando.
No tenía a nadie cercano que me pudiera salvarme el culo de algo así.

Mamá estaba un poco mejor, pero era incapaz de pedirle nada en estos momentos. Debía sanar y papá también.

Eso nos volvía a dejar solos a ambos.

Le miré con un suspiro tan cansando y arrastrado que sus gritos cesaron un segundo.

    -No se que te ocurre princesa. No se que puedo hacer.

Era una excusa de mierda en un intento de que mi desesperación menguara sus lloros.

No lo hizo.

Cogió un juguete y lo estrelló una y otra vez, sacando su mal temperamento hasta que las mejillas se le pusieron coloradas de pura rabia.

La saqué de la trona para intentar de nuevo el dichoso y ridículo baile que solía calmarla poniendo el vídeo en la televisión.

No sirvió de nada.

Me dolía escucharla llorar y chillar como una loca, me destrozaba por dentro. No tenía fiebre, tenía el pañal limpio y la comida delante a la que no le estaba haciendo ni caso, así que hambre tampoco era.

Los libros no me servían. Google tampoco y dudaba que un médico pudiera ayudar a un tío primerizo con una rabieta monumental de un bebé de nueve meses.

El timbre del apartamento sonó y salí corriendo, suspirando al ver mi salvación en la puerta tapándose un oído de manera cómica al abrir.

    -Joder, gracias-Gruñí apartándome para que pudiera pasar-Dime que sabes que hacer con esto.

La rubia entró con una carcajada burlona al verme tan desesperado con el bebe berreando hasta el cansancio golpeándome los brazos con sus puños.

    -Si fuera un gato, tal vez-Bromeó dejando el bolso encima del sofá-Ponla en su silla a ver si conseguimos que pare de alguna manera.

Le hice caso y la observé con cierto alivio al verle intentar trucos nuevos para que los lloros de Elizabeth se detuvieran.

Sara era la única amiga que había tenido en mi vida y todavía era muy pronto para considerarla algo así, pero ahí estaba en cuanto le había llamado desesperado en busca de ayuda.

Damon tenía menos idea que yo de bebes y no conocía a nadie que me pudiera echar un cable. Sara vivía a una manzana de mi casa, así que fue mi mejor opción.

Los lloros de Elizabeth se iban cortando de vez en cuando con cada tontería cada vez más exagerada de Sara para tratar de calmarla.

La consideraba una mujer madura, con la cabeza bastante centrada y muy profesional en sus trabajos de B.S. Hasta que vi como jugaba a esconderse detrás de un peluche de jirafa haciendo ruidos y tonterías.

Funcionó unos minutos, hasta que Elizabeth se cansó y le arrebató el peluche para tirarlo al suelo con un chillido estridente que me destrozó los tímpanos. Tenia unos pulmones increíbles para ser tan diminuta.

    -Llevo así dos horas-Expliqué cuando me miró interrogante-No quiere jugar, ni comer. Apenas ha tocado el puré.

Sara miró al bebé chillón y luego a mi, frunciendo sus cejas rubias sumergida en sus pensamientos. Elizabeth volvió a golpear la bandeja de la trona, cogiendo una bocanada de aire antes de ponerse de nuevo a protestar con los puños en la boca.

    -¿No ha querido comer?

    -No, no ha...

Sara se puso en pie y fue hacia la cocina mientras retomaba su lugar para calmar a la niña. Si sus pulmones me parecían envidiables, la manera de generar lágrimas y mocos era aun mas increíble. Me daba miedo que empezara a ahogarse, no sería la primera vez en una de sus rabietas apoteósicas. Me había tocado más de una vez ponerla bocabajo y masajear su espalda hasta que pudiera respirar con normalidad después de toses y vómitos por el agobio. Casi me había muerto cuando había ocurrido. No me había asustado tanto en toda mi vida como en esos momentos.

Cayendo al infierno #2 [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora