𝙲𝚊𝚜𝚝𝚒𝚐𝚘𝚜

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El padre Eduardo no se iba a quedar de brazos cruzados y me di cuenta el día siguiente cuando fui citada a la oficina del director, nuevamente.

Cuando llegué el padre Eduard estaba frente a la puerta como un buitre esperando a alimentar su hambre de poder. Usaba el mismo tipo de ropa formal con alzacuello que el padre Víctor, no debía ser mucho más mayor que él, su cabello y ojos eran de un negro profundo, casi puedo decir que era muy apuesto, pero mientras el padre Víctor era todo amabilidad y sonrisas,  él lucía como su contraparte malvada.

Antes de abrir la puerta para que entrara, se acercó lentamente a mi rostro y habló en un susurro.

—Tu crees que puedes humillarme en mi clase,  y salirte con la tuya. El padre Víctor puede ser muy permisivo contigo pero cuando el director decida que soy yo quien deba corregirte las cosas cambiarán para ti. Veremos si después de esto tienes ganas de ir por ahí creyéndote una sabelotodo.

Abrió enseguida la puerta, sin darme oportunidad de replicar, una vez dentro se paró a un costado de la silla del director, como un pequeño diablo sizañoso, apostaría a que ya le había lavado el cerebro al director y esta vez sí que no me salvaría de ser exorcizada. ¿que querían de mi? ¿De verdad les daba tanto miedo conocer a alguien que no se sometiera a ellos y a sus creencias?

—Por favor toma asiento Daniela. Queremos discutir algunos temas contigo. —me invitó el director.

—Claro siempre que sea algo en lo que yo pueda decidir...¿O es que ya han decidido por mi?

Tomé asiento frente al escritorio, como de costumbre, aquella silla estaba a nada de tener mi nombre escrito, reservado como mi propia zona VIP.

El director lucía tan paciente como de costumbre, me concentré en él e ignoré totalmente la expresión de desprecio del padre Eduard.

—Hemos creído conveniente que ya es hora que tomes clases de catecismo con el padre Eduard, su doctrina será prioridad. Cancelaremos las charlas con el padre Víctor y veremos  si estás clases son mejor para ti.

—No estoy interesada. —interrumpí. —además si quisiera esas clases preferiría al padre Víctor. Aún así yo no...

—No está abierto a debate, señorita. Tu tía ya me lo ha pedido expresamente. —Agregó el padre Víctor tomando la palabra. Me sentí descolocada e impotente, ¿donde estaba Víctor en todo esto? sentía la necesidad de oponerme rotundamente a esto, y tenía la corazonada que nada de lo que dijera los haría cambiar de opinión. La idea de no volver a estar a solas con el padre Víctor hizo que se me subiera la bilis.

—No lo entiendo. Ustedes prometen que tenemos libertad de elección, que tenemos libre albedrío pero en cuanto ven que alguien lo usa se escandalizan, entonces todo lo que dicen es muy hipócrita.

—¿Se da cuenta como se expresa, director? Esto es a lo que me refería y El padre Víctor solo está reforzando su comportamientos, la forma en la que me habló ayer fue inaceptable. —se apuró a decir. —Y si me permite sugerirle algo más, director, creo que es muy conveniente que le prohiba a Daniela que siga leyendo el tipo de libros que lee, que no le dejan nada productivo salvo creerse más inteligente que sus profesores. Y ya que ha demostrado ser tan buena en la lectura, el único libro que debería estar leyendo es la biblia, sería lo mejor para ella. Así dejará de citar los malos ejemplos de Óscar Wilde.

Abrí los ojos aterrada, ellos no podían obligarme a hacer nada parecido eso iba en contra de las leyes, quería creer. Pero quien sabe cómo funcionaban las reglas en este lugar donde ellos eran la máxima autoridad. Me sentí miserable en esa fracción de segundos en que el director reflexionó casi asintiendo a la idea.

Yo Confieso...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora