𝚓𝚞𝚒𝚌𝚒𝚘𝚜

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Dani



Ese domingo habíamos decidido salir a los terrenos del internado, porque era un Domingo particularmente cálido y afuera hacia un día increíble, Aria y yo estábamos tumbadas sobre una sábana  bajo un frondoso árbol,  me gustaba observar esas ramas desde esa posición proque  contrastando con el cielo azul daban la sensación que esta con temprano el reflejo de las ramas sobre un lago de cristalinas aguas, y el agua siempre me había traído paz.

Aria leía un libro, para ella misma aunque tenía la costumbre de leer en voz alta. Claudia se nos había unido muy de mala gana, y  había comenzado con la suave lectura a  quedarse dormida, aunque aún no teníamos buena relación habíamos comenzado a tolerarnos.

Seguí contemplando un rato los árboles mecer e y recordar la mágica noche anterior junto a Víctor, lo que pensé que  seria una triste noche solitaria pasó a ser quizás una de las mejor noche de mi vida, y la había vivido aquí en este lugar del cual no esperaba nada.

De pronto, esa inconfundible figura pasó a unos metros de nosotros, habían personas yendo u viniendo pero reconocí enseguida  a Víctor, caminando tranquilamente por el corredor, veni del pueblo seguramente.

Sus ojos también se toparon con los míos casi de inmediato, y me dedico una sonrisa cómplice.

Comenzaba a amar la forma en que sus ojos se achinaban al sonreírme, y me sorprendía como esa sonrisa inocente podía ser  a veces tan sugerente y provocativa.

Creo que los dos lo supimos, lo de anoche, sin necesidad de ser una faena apasionada había quedado marcada en nosotros, me había confirmado que no tenía que dudar de la decisión de Víctor sobre dejar atrás su vida comenzar una nueva junto a mi, porque  estábamos listos, definitivamente a pasar toda una vida juntos.

El siguió caminando por todo el corredor sin quitarme la vista, y antes de cruzar me guiño un ojo.

No había nada que  pudiera destruir esto.



***



Mismo día en la noche

Las velas casi se extinguen en la capilla, y no es exactamente porque se estén consumiendo, sino por el par de respiraciones agitadas, la pareja de amantes incomprendidos que se devoran acaloradamente frente a la imagen de un Jesucristo sacramentado están ya inconscientes del tiempo, del espacio y del espacio tiempo.

Habían aprovechado unas pocas horas libres antes de clases, el padre Eduard ya no pensaba en limitarse sabía que serían los últimos días que podría pasar con ella, por eso había dejado sus remordimientos de lado, lo único que lo abatía era hacerse la idea que no la volvería a ver, era por eso que, ansioso, observaba en la penumbra el delicado rostro de su amante 

que le devolvia una sonrisa torcita tan sugerente, ella solia morder sus labios para seducirlo, ese gesto era un claro indicatorio de lo que deseaba, una invitación a seguir besandola, lo habria hecho de no ser porque algo en la puerta de la capílla lo distrajo.

Claudia comenzaba a girar su rostro para ver que era aquello que habia captado la atención de su manate, el padre eduard se lo impidió, por nada del mundo dejaría que girara su vista hacia esa silueta que los observaba entrecerrando sus ojos para poder captar si lo que veía era real

Pero el padre Eduard supo que era real, tan real  en el preciso momento que sus ojos ese toparon con los de aquella alumna que aterrada salio de la capilla.

—¿por qué demonios me sostienes el rostro? —cuestionó una furiosa Claudia.
No hubo respuesta. Los ojos del padre Eduard estaban entornados aun en la puerta, pensando, aterrado. Sus pensamientos fueran a mil por horas.
—no me digas que..

Yo Confieso...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora