𝚙𝚛𝚎𝚓𝚞𝚒𝚌𝚒𝚘𝚜

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Los padres de Claudia Vinieron al internado para hablar con el director, no se supo de qué ni por qué. Seguramente por el rumor que  marihuana le pertenecía a ella, y por todas la cosas que me había hecho. El padre Eduard estuvo presente, por supuesto, actuando como mediador y defensor.

Aún así Claudia anduvo opaca y triste. Sus padres se fueron muy furiosos. No supe que castigo le habían dado pero no se sentía con fuerzas para meterse con nadie. Su nueva actitud había hecho que se aislara un poco y aproveché esa oportunidad para poder hablar con Aria.

A la hora del almuerzo la busqué por el comedor, no estaba ahí. Ni su grupo de amigas. Así que más tarde, después de clases y de haber terminado con mis tareas decidí caminar por el internado y la encontré en uno de los descansillos de las escaleras que daban a la biblioteca, sentada leyendo un libro, la ventana frente a la escalera entregaba una encantadora luz que le permitía leer y tener una vista increíble.

Me acerqué algo temerosa, había estado preocupada toda la noche y toda la mañana esperando el escándalo que se haría cuando ella le contara a todo el mundo lo que vio. Yo solo pensaba en Víctor, lo que dijeran de mi me daba igual, pero él tendría serias consecuencias.

Sin embargo, esa mañana me  desperté,  fui a clase y todo era normal. Sospechaba que ella estaba esperando obtener algo a cambio o solo me torturaría con esa información.

Me senté a su lado, ella no despegó la mirada del libro, no me había decidido aún si suplicarle y apelar a su misericordia o hacerla guardar el secreto rompiéndole los dientes a golpes.

Lo primero me dolería más.

—No te delataré. —dijo sin quitar la vista de la lectura. —ya puedes quitar esa mirada de María Magdalena.

—¿De quien? Quiero decir...¿no me delataras? —cuestioné perpleja. —pero...

—Dije que no voy a delatarte, Daniela. —interrumpió. —Ya puedes irte.

Seguía inmóvil ahí, cuestionándome lo que acababa de decir y buscando en ella una señal de mentira, esto debía ser una broma. Pero no, estaba muy seria y tranquila.

—¿No lo harás?

—No. —dijo sencillamente, y poniendo en blanco sus ojos dejó a una lado su libro. Entendiendo que no me iría de ahí sin una buena explicación.

—¿Por qué?

—No estoy interesada en meter a nadie en problemas. —dijo la chica que me había interceptado fuera de capilla e intentado golpearme junto a su mejor amiga.

Me sorprendió su respuesta. Parecía genuina. Sonaba a que verdad no le interesaba en lo más mínimo mi vida. No quería chantajearme ni obtener nada a cambio. Jamás antes había hablado con ella, pero siempre pensé que sería un copia de Claudia.

—De acuerdo, escúchame Ariel, yo...

—Aria. —me corrigió.

—Oh si lo siento...Aria. Aún no memorizo todos los nombres.

—llevamos meses aquí. Daniela. Creo que no te has molestado en memorizar los nombres de los demás y no lo harás nunca. —dijo elevando una ceja, su tono no sonaba a reproche, sino más bien como si estuviera bromeando conmigo.

—Tu no eres como las demás. —observé sorprendida.

—Claro que no, no todas aquí son como las demás. Lo sabrías si te interesara conocerlos. Pero no te interesa en lo más mínimo hacer alguna amistad.

—No es eso, es que... he empezó con el pie izquierdo.

—Tranquila. No estoy juzgándote. Tampoco soporto a nadie de aquí. No todos están aquí por ser devotos cristianos.

Yo Confieso...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora