11. Consecuencias

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El cielo es el límite

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El cielo es el límite

Capítulo 11 - Consecuencias

Justina no lograba comprender cómo se encontraba sola en el Alfa Romeo de Tanner. Sandy Rivers se empecinó en que Alan la lleve a su casa luego del festejo de cumpleaños. Era evidente que la muchacha deseaba estar sola con él. Por el contrario, percibió que Alan Dawson no estaba contento con la idea, incluso se ofreció varias veces para llevarla a ella...pero Sandy y David lo impidieron a toda costa, inventando excusas ridículas. Ninguno vivía cerca de Notting Hill ni le quedaba de paso llevarla, de hecho las casas de ambos estaban cerca de la de Sam, en el mismo distrito.  

Justina percibió que Alan se sentía atraído a ella, pero también notó que Sandy no estaba dispuesta a compartirlo. Le quedó en claro que sino deseaba tener problemas con Rivers, era mejor no tocar a Alan. Poco le importaba Alan, sino fuera por el riesgo de dejarse caer en la tentación llamada David Tanner. Lo miró. Manejaba haciéndose el galán. Por favor, lo que tenía de atractivo lo tenía de insufrible. Dobló a la derecha, y Justina se mareó. No era sorprendente después de beber diez latas de cerveza.

-Stone, estás borracha - ella bajó la ventanilla para sentir la brisa veraniega en su piel.

-Apúrate, quiero llegar a mi casa.

-¿No quieres venir a la mía? -Justina lo miró con rudeza.- Era una idea...

-Una idea pésima. No pienso ir a ningún lado contigo, tampoco me siento segura, eres un peligro manejando.

-¡Vamos! ¡Soy un genio al volante! ¿Quieres que lo pise?

-Písate las pelotas.

David, haciendo una mueca soberbia, desvió el camino. Agarró una calle desértica, y pisó el acelerador con sumo placer.

-¿Te cabe la adrenalina, pendeja?

-¡Mierda, vas fuertísimo! - exclamó, sin saber si estaba disgustada o encantada.

-¡Ya, deja de ser tan miedosa! -se burló. - ¡Estoy seguro que esto te encanta!- Justina pegó un grito de júbilo.

-¡Uau! ¡Qué emocionante! ¿A cuánto vas?

-¡Cien kilómetros por hora! Si nos agarra gendarmería me morfo una multa de la hostia.

-¡¡Ay!! ¡Qué emocionante! ¡Es cierto, esto me gusta!

-¡Lo imaginé! Pequeña traviesa...¡ya verás!

Cuando llegaba a las esquinas Justina cerraba los ojos. Ningún carro los cruzo perpendicularmente, de lo contrario los hubiera hecho picadillo.

-¡Eres un loco de mierda! -dijo riendo. Fue un cumplido, más que una queja.

-¡Lo tomaré como un halago! -gritó como loco, con las manos aferradas al volante; sus nudillos estaban blancos de la fuerza que hacía.

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