Capítulo 3
Sebastián aprovechó la semana previa a iniciar sus labores dentro del hospital.
Dejó listos sus documentos contractuales en la oficina de gestión humana, se presentó con otros doctores y empleados. También visitó las salas de urgencias para conocer el protocolo, ya que en cada hospital solía cambiar.
Había trabajado durante dos años en una clínica privada a las afueras de Cundinamarca y aunque se sintió a gusto allí, tenía que manejar hora y media para llegar.
El Nueva Fundación quedaba a veinticinco minutos de la casa de sus padres y además le pagaban mejor que en la clínica. Por esas dos razones, aunque más la cercanía, decidió postularse para el traslado.
El doctor anterior se había jubilado recientemente y necesitaban alguien especializado en neurología. En un hospital siempre debía haber mínimo dos personas por cada especialidad, en caso de que uno no pudiera atender las emergencias por cualquier motivo fuera de previsión.
Como sabía que el trabajo que se le venía encima era tremendo, leyó los archivos del doctor Molina sobre los diversos procedimientos y patologías. Asimismo, estudió y tomó apuntes de los videos sobre las cirugías que había realizado.
Saltaba a la vista que el hombre era un genio, concluyó Sebastián. No le extrañaba que hubiera decidido seguir trabajando un par de lustros más, luego de cumplir la edad para retirarse.
Tenía unos zapatos muy grandes que llenar en todo sentido. Hernán Molina era estimado por su carácter íntegro, además de por su conocimiento.
Sin embargo, no todo fue trabajo para Sebastián.
Durante esos días, vio a la chica de la limpieza en varias ocasiones.
No entendía muy bien por qué se sintió tan interesado en ella desde que la conoció mientras ella limpiaba el que iba a ser su consultorio. Pero a medida que pasaban los días, comenzó a notar cosas que motivaban su curiosidad por ella cada vez más.
Aunque no le hubiera dicho su nombre, Sebastián sabía que se llamaba Esperanza porque lo había visto bordado en su uniforme azul oscuro.
Trabajaba en el horario de la mañana, de siete a cinco de la tarde. Hacía el aseo de forma eficaz y en silencio, aunque muchos de sus compañeros se entretuvieran charlando o revisando su celular.
A pesar de que lo suyo era la limpieza, Sebastián la vio sentada en la recepción y en una de las oficinas administrativas. Parecía muy concentrada mientras hacía algo en los computadores, luego se levantaba y las secretarias que ocupaban esos cargos volvían a los escritorios.
Ninguna de ellas le hablaba a Esperanza o la miraba siquiera, aunque era más que evidente el hecho de que ella las había ayudado de alguna forma.
Su apoyo no se centraba sólo en el campo de los sistemas, ya que el jueves estaba en la cafetería con Jorge, uno de los contadores. Él redactaba en su computador mientras ella revisaba apuntes en varios cuadernos.
Sebastián pasó cerca de ellos, como de forma casual, y se dio cuenta que eran números.
La chica de la limpieza estaba ayudando a Jorge a llevar las cuentas. Era una persona multitareas.
Algo que también descubrió fue que ella no se relacionaba con nadie en el hospital sobre asuntos que no fueran laborales. Pero había una excepción a esa regla.
Nicolás Herrera, otro chico de la limpieza, era el único con el que charlaba cuando terminaba la jornada. Ambos iban saliendo del hospital un día. Ella reía con ganas, seguramente sobre algo que Nicolás había dicho.
Se despidieron y él plantó un beso en la coronilla de Esperanza, que era por mucho más bajita que él. Algo se removió dentro de Sebastián de forma inexplicable.
Muy pronto y de forma inconsciente, se encontró deseando verla, con ganas de hablar con ella, aunque fuera de forma breve.
Su deseo se cumplió cuando bajó a la cafetería porque quería un bocadillo y un capuchino, pero la encontró cerrada. El tiempo se le había pasado volando y no se dio cuenta que ya eran más de las nueve. Quería terminar de leer un artículo referente a las neuropatías periféricas, ya que su especialidad era la neurofisiología y los trastornos neuromusculares.
Cuando venía de regreso, se cruzó con Mario, uno de los celadores. Sebastián le preguntó si había cafeterías abiertas cerca. Mario le dijo que él iría a comprarle el café y algo de comer.
Sebastián le agradeció y regresó a su consultorio. No le gustaba que otros hicieran por él cosas que él mismo podía hacer, pero aun no conocía las zonas vecinas al hospital.
Cinco minutos después, alguien trajo su café y un pastelito en una bolsa transparente.
Sebastián apartó la vista de su computador.
—Gracias.
Sus ojos se encontraron con los de Esperanza, que eran verdes y brillantes.
Ella asintió y luego hizo ademán de girarse.
Pero Sebastián quería escuchar su voz, esa voz suave que, el primer día, lo había hecho volverse para saber a quién pertenecía.
Hay que mencionar que él no era la clase de hombre seductor que sabía cómo abordar a una mujer. Hasta ese momento, siempre habían sido ellas las que se acercaban e iniciaban conversación.
Y como no se le ocurrió qué decirle, tomó su muñeca para detenerla.
Algo dentro de él le recordó que eso no era profesional, mucho menos tratándose de una chica con la que no tenía confianza. Pero el Sebastián formal no existía en ese momento, se había esfumado.
—Yo... pensé que tu turno ya había terminado — dijo torpemente.
Enseguida se arrepintió de haber dicho aquella tontería porque con ella dejó claro que estaba al tanto de sus horarios de trabajo.
—Cambio de turno — contestó ella con la mirada fija en el piso —. Le pido que me suelte, doctor Cardona.
Las pústulas que le cubrían el rostro adquirieron un tono más rojo todavía, pero su voz era clara y firme.
Sebastián se estremeció al oírla.
Como Esperanza estaba parada y él sentado en el escritorio, ninguno de los dos vio a Carmen pasar y detenerse. Era la clase de persona que no podía callarse nada.
La mano de Sebastián aflojó el agarre cuando se dio cuenta de lo incómoda que estaba Esperanza.
Ella por su parte, salió del consultorio casi corriendo.
Ningún hombre había hecho latir su corazón con tanta fuerza.
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La chica de la limpieza
ChickLitSebastián acaba de entrar a trabajar como neurólogo en el Hospital Nueva Fundación. Es un hombre serio, profesional y muy organizado que sólo quiere realizar un buen trabajo y ejercer su pasión: la medicina. Su visión práctica y cuadriculada cambia...