Capítulo 1
—Buenos días, señorita. Estoy buscando al doctor Gerardo Soler.
La recepcionista alzó la vista de las planillas que estaba revisando. Era parte de un informe que debió haber hecho una semana atrás, pero que fue retrasando más y más porque a menudo charlaba con sus compañeros en horarios de trabajo o se marchaba más temprano de lo habitual.
La gerente administrativa era su cuñada y no ponía objeciones al respecto, ya que salían juntas.
—Tú debes ser... Sebastián Cardona, el nuevo doctor de planta — dijo esbozando una sonrisa espléndida —. Yo soy Diana.
Sebastián estrechó fugazmente la mano de uñas manicuradas que la recepcionista le tendió. Le pareció raro que supiera su nombre.
Diana miraba a Sebastián con una expresión alelada y no era para menos. Tampoco descollaba por su profesionalismo precisamente.
Sebastián Cardona era alto, de constitución esbelta y espalda ancha. Sus ojos castaños y expresivos encantaban por sí mismos. Tenía una expresión afable, pero las líneas firmes y marcadas de sus labios denotaban un carácter serio, reservado.
—¿Y bien? — insistió.
Él adivinó a la perfección el embeleso de la recepcionista, pero era un hombre práctico y organizado al que no le gustaba perder el tiempo.
—Lo siento — se disculpó Diana entre risillas nerviosas —. El doctor Soler se encuentra en una reunión muy importante y no sé muy bien a qué hora termine. A veces esas juntas tardan horas — pestañeó repetidas veces —. Si quieres, yo puedo llevarte a una de nuestras salas privadas ¿Quieres café o algo en especial?
—Preferiría ver mi oficina de ser posible — repuso Sebastián enseguida —. Comienzo el lunes, pero me gustaría conocer mi sitio de trabajo.
Diana se puso en pie al instante.
—Claro que sí. Yo te llevo...
Sebastián alzó una mano.
—No es necesario. Dime en qué piso está, el número del consultorio y yo sabré ubicarme.
Ella pareció decepcionada.
—De todas formas voy a tener que conocer el hospital — dijo él en un tono más suave. Era consciente de que a veces hablaba con mucha sequedad y la gente lo tomaba por alguien hosco, malhumorado. Eso no le importaba, pero sí quería llevar una relación cordial con las personas a las que iba a ver todos los días, sin dar pie a amistades ni nada por el estilo.
—Tu consultorio es el 409, queda en el cuarto piso...
Sebastián ya había echado a andar a largas zancadas con su morral en el hombro.
Diana lo contempló hasta que desapareció y sólo entonces despertó.
Corrió hacia la recepción, luego tomó el teléfono.
—Carmen, hay que ordenar el consultorio 409...
—No puedo — interrumpió la voz al otro lado —. Estoy fregando vómito en la sala 3 de urgencias. Hay un viejo que se vomitó, puaj... Que vaya Esperanza.
Diana colgó y volvió a llamar.
—Tienes que ir a limpiar el consultorio 409, ahora mismo — masculló sin preámbulos.
—Claro — contestó una voz dulce y serena.
Diana le colgó, sin decirle que el nuevo doctor iba para allá.
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La chica de la limpieza
Chick-LitSebastián acaba de entrar a trabajar como neurólogo en el Hospital Nueva Fundación. Es un hombre serio, profesional y muy organizado que sólo quiere realizar un buen trabajo y ejercer su pasión: la medicina. Su visión práctica y cuadriculada cambia...