Capítulo 18
A pesar de que el amor entre Sebastián y Esperanza había superado varios tropiezos como los prejuicios de ella, las brechas sociales entre ambos y la envidia de personas como Carmen y Lina; todavía les quedaba una última prueba que afrontar.
La última y por mucho, la más difícil.
Sebastián estacionó su suburban en el parqueadero frontal del edificio donde vivía Esperanza. Era viernes por la noche y él estaba invitado a comer con ella y su padre, una comida que se había visto aplazada durante casi dos semanas.
Esperanza había estado ocupada habituándose a su nuevo trabajo.
No hubo cambios sustanciales en sus labores porque eran las mismas funciones que cumplía como la chica de la limpieza, sólo que ahora ya no tenía que limpiar.
Le fue asignada una oficina espaciosa para ella sola en el cuarto piso, con una salita y baño incluidos. En lo referente al campo estrictamente profesional, desempeñó su trabajo con eficiencia y mucho compromiso.
Sin embargo, tuvo que aprender algunas cuestiones sociales y de etiqueta. Renovó todo su guardarropa. Faldas, blusas, trajes elegantes, tacones modestos y bolsos a juego con sus atuendos. Atendía reuniones, hablaba delante de públicos numerosos. En más de una ocasión, se vio en la necesidad de regresar los informes menores respectivos a cada área del hospital porque contenían muchos errores, lo que hacía imposible para ella redactar los balances globales.
Si se hubiera tratado de cuestiones complejas que entrañaran dificultad considerable, Esperanza lo habría entendido. Pero las equivocaciones de los técnicos, contadores y oficinistas eran, en su gran mayoría, cuestiones que se hubieran podido corregir sólo prestando atención a lo que se hacía. Cuando ella les regresaba los informes señalando las correcciones, casi ninguno de ellos se lo tomaba muy bien. Sin embargo, estaba contenta porque notó que comenzaron a poner más esmero y empeño en su trabajo.
Aunque su vida hubiera cambiado de forma muy positiva en los últimos meses, Esperanza siguió siendo la misma para sus adentros.
Saludaba y se despedía de todo el mundo. Ahora sí le regresaban el gesto todos aquellos que ni la determinaban cuando la veían. Varias personas buscaban caerle en gracia, pero ella siguió sentándose con Nicolás y con Sebastián en la cafetería. De vez en cuando se les unían otros empleados de la limpieza que aunque no eran muy cercanos a Esperanza, siempre fueron respetuosos y la admiraban por su inteligencia.
De forma paulatina, técnicos, doctores, enfermeros, secretarias y empleados de la limpieza comenzaron a sentarse juntos y entablar camaradería. Por supuesto, hubo algunos que prefirieron seguir marcando distancia de aquellos que no desempeñaban sus mismas funciones dentro del hospital. Y aun así, el ambiente laboral mejoró considerablemente.
El acné en el rostro y la espalda de Esperanza remitía cada vez más, algo que aumentaba su confianza y su seguridad a la hora de hablar con las personas. A pesar de que estaba dichosa por ello, sí fue evidente que le quedarían marcas muy profundas debido a todos los años en que no había podido ir con un especialista. Programó con Berenice varias sesiones de Peeling para matizar tanto como fuera posible la apariencia de las cicatrices. A medida que su rostro iba quedando libre de espinillas y cicatrices, Esperanza sentía más y más alegría al ver su reflejo en el espejo. Le parecía que la verdadera ella estaba emergiendo por fin.
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La chica de la limpieza
ChickLitSebastián acaba de entrar a trabajar como neurólogo en el Hospital Nueva Fundación. Es un hombre serio, profesional y muy organizado que sólo quiere realizar un buen trabajo y ejercer su pasión: la medicina. Su visión práctica y cuadriculada cambia...