Capítulo 11
Una vez en el consultorio, Berenice abrió un expediente clínico para Esperanza.
La pesó, tomó su presión, le preguntó sobre antecedentes familiares de enfermedades y sobre un montón de cosas más.
—¿Recuerdas a qué edad comenzó el acné?
—Como a los dieciséis — contestó Esperanza.
Berenice lo escribía todo en su computador.
La adolescencia había sido todo un suplicio para Esperanza porque ningún chico se le acercaba y tampoco tenía amigas. Creyó que los granitos desaparecerían con el tiempo, pero sólo se multiplicaron.
—¿Algún dermatólogo te había visto antes?
—No. Hace unos años, una mujer me ofreció una crema y yo la compré. Luego de eso, aparecieron más y más espinillas, así que no volví a probar con nada más.
—Las lociones y los medicamentos suelen empeorarlo porque obstruyen los poros todavía más — asintió ella —. Ven, siéntate en la camilla. Voy a revisarte.
Berenice se puso en pie.
Esperanza se sentó mientras ella se ajustaba unos guantes de látex.
—Va a dolerte un poco, pero necesito tocar tu rostro para evaluar la profundidad de los nódulos y comedones.
Esperanza asintió.
Era un verdadero tormento para ella estar acostada de un lado porque luego despertaba con la cara adolorida y la almohada manchada de pus y sangre. Con la ropa era lo mismo, así que siempre elegía prendas en tonos neutros y oscuros.
En efecto, donde quiera que Berenice tocaba, dolía. Se tornó peor cuando empezó a apretar de forma suave.
—¿Has tomado anticonceptivos alguna vez?
—No. En Internet dice que suelen reducir el acné, pero yo tuve miedo de automedicarme.
—Hiciste bien. No sabemos si lo que causa tu acné es un desajuste hormonal, por lo que siempre es mejor hacer exámenes primero. Quítate la blusa, por favor.
Esperanza se sintió algo cohibida.
—La espalda sí que es fea — comentó en tono nervioso, como para preparar a Berenice.
Ella miró a Esperanza con atención.
—No te preocupes. Será una revisión breve y no voy a pellizcarte. Lo prometo — bromeó.
Berenice no la miraba con asco, era profesional y la hacía sentirse en confianza.
Esperanza desanudó la parte superior de su uniforme y luego se quitó la blusa que tenía debajo.
Como Nicolás le había pedido que lo acompañara a la supuesta cita, luego de terminar su turno, no había podido cambiarse.
Como era de esperar, vio algunas salpicaduras de sangre en su blusa gris.
Berenice palpó la espalda de Esperanza y varias veces la vio enterrar las uñas en sus palmas. También se encogía de forma constante.
—Puedes vestirte.
Esperanza lo hizo rápidamente.
—¿Alguna vez habías ido con un psicólogo? — preguntó Berenice.
—No.
—¿Te parece si te agendo un par de citas?
—No tengo dinero...
—Todo está dentro del tratamiento, Esperanza. Le debo a Sebastián varios favores — repuso en tono confidente —. Él siempre destacó por ser brillante y me ayudó con muchos trabajos de la universidad.
Esperanza prestó mucha atención al cariño con el que Berenice hablaba de Sebastián.
Una vez terminada la cita, Berenice imprimió la lista de todos los exámenes que debía hacerse.
—Pronto tendrás un nuevo rostro, Esperanza. Ya verás — le sonrió Berenice.
Ella salió del consultorio.
Por primera vez en los siete años que llevaba presa del acné, Esperanza se permitió tener esperanza.
ESTÁS LEYENDO
La chica de la limpieza
Genç Kız EdebiyatıSebastián acaba de entrar a trabajar como neurólogo en el Hospital Nueva Fundación. Es un hombre serio, profesional y muy organizado que sólo quiere realizar un buen trabajo y ejercer su pasión: la medicina. Su visión práctica y cuadriculada cambia...