Capítulo 6
Al día siguiente, Sebastián estuvo muy atento por si veía a Esperanza.
Sabía que su conducta había sido inapropiada, falta de profesionalismo y era necesario disculparse con ella. Eso se dijo, al menos de forma consciente.
Pero no tuvo oportunidad de verla en toda la mañana.
A eso de las tres y media de la tarde, salió de su consultorio para ir a sacar fotocopias de algunos expedientes de pacientes que estaban a cargo del doctor Molina.
Esperanza salía en ese momento de una de las oficinas, empujando su carrito de la limpieza.
Ninguno lo sabía, pero cuando ambos se miraron, los nervios se apoderaron de ellos.
Sin embargo, Esperanza logró componer una expresión insondable.
—Buenas tardes, Esperanza.
Ella no contestó y siguió su camino de largo.
Sebastián también continuó andando en la dirección opuesta, pero había torcido el gesto.
La estuvo observando y sabía que al llegar, ella siempre saludaba con amabilidad a todo el mundo. La mayoría no le contestaba, aunque no por eso ella dejaba de hacerlo.
Sebastián sacó las fotocopias con un hondo sentimiento de desazón.
La única persona que había despertado su simpatía en el hospital, era la misma que no quería ni saludarlo.
¿Por qué será que entre más percibimos el rechazo de alguien, más nos esforzamos por buscar su cercanía y ganar su aprobación?
Sebastián regresó a su consultorio y retomó el trabajo.
Siguiendo el consejo de su madre, se bebió un té frío, en lugar del café al que tan acostumbrado estaba. Pronto acabó el té y no pudo retrasar más la necesidad de ir al baño.
Había un letrero de advertencia que decía «piso mojado», pero él no lo vio hasta que estuvo adentro.
—Lo siento. Iré a otro...
Su voz perdió fuerza cuando descubrió que era Esperanza quien estaba limpiando los baños de hombres en ese momento.
La mano enguantada de ella se detuvo en el espejo.
—Esperanza — dijo él.
—Puede usar el baño, doctor. Yo regresaré luego.
Esperanza avanzó hacia la salida, pero Sebastián se movió con habilidad y se interpuso en su camino.
Ella retrocedió con un gesto de contrariedad.
—Esperanza, no es mi intención molestarte ni interrumpir tu trabajo — exclamó él en tono ansioso —. Sólo quería disculparme contigo.
—No hay nada de lo que deba disculparse.
Esperanza se miraba las manos.
—Yo sí sentía que debía hacerlo — insistió —. No fue correcto que te tomara la mano de esa forma. No eres mi amiga, aunque me gustaría que lo fueras.
El mismo Sebastián se puso rojo al decir aquello y se sintió bastante tonto.
Nunca entendió cómo era que sus compañeros de universidad y luego sus colegas de trabajo en la clínica, se sentían tan cómodos seduciendo y echando piropos a cuanta mujer bonita se les atravesara en el camino.
—Usted no tiene por qué disculparse, doctor — repitió Esperanza con más énfasis. Había un atisbo de molestia en su voz, que no por eso disminuyó el placer de Sebastián al oírla —. Si de verdad siente que su conducta fue inapropiada, entonces no lo vuelva a hacer. Yo no puedo darme el lujo de perder mi trabajo.
Sebastián se iba encogiendo ante cada palabra de Esperanza, pero lo último que dijo lo dejó desconcertado.
—¿Y qué tiene que ver...? — hizo una pausa al comprender — Esperanza, ¿alguien te regañó por lo que pasó el viernes?
Aquello no tenía sentido. Estaban ellos dos solos en el consultorio.
—¡Espa! ¡Hora de irnos! — masculló alguien en voz alta — ¿Ya terminaste?
Nicolás entró al baño y su rostro afable se tornó grave cuando vio a Sebastián.
—Buenas tardes, doctor.
—Buenas tardes, Nicolás — contestó él.
Sebastián se dio la vuelta y salió, sintiéndose más culpable que antes.
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La chica de la limpieza
ChickLitSebastián acaba de entrar a trabajar como neurólogo en el Hospital Nueva Fundación. Es un hombre serio, profesional y muy organizado que sólo quiere realizar un buen trabajo y ejercer su pasión: la medicina. Su visión práctica y cuadriculada cambia...