*25 años después*
ROMA
—Y así, es como conocí a vuestro padre. —Cerré el libro y lo dejé sobre la mesa. Vi a las criaturas que tenía delante.
El brazo de Daniel me rodeó para atraerme hacia él.
—Estoy muy orgulloso de ti, Romita.
El hijo de Daniel, mis hijos, mi sobrina y James, habían venido a escuchar el final del libro que escribí. Un libro que comenzó siendo un diario para expresar mis sentimientos y acabó en algo más.
—Era un hombre increíble —soltó James con una carcajada.
—Y lo sigo siendo, James, no seas cabrón, ni que hubiera muerto —dijo Leo a la vez que venía hacía mí y me daba un beso en la mejilla.
—¿Cumpliste tu promesa, papá? —Layla miró a su padre con una sonrisa y el hizo una mueca graciosa.
—Pero cariño, no ves que estoy delante de ti y que existes.
—Lay, a veces tienes unas cosas... —Daren, mi otro hijo y la viva imagen de su padre, soltó una carcajada y Layla le hizo una cara de burla.
—Eras más agradable de joven, Tío —saltó Eden, la hija de Carlos y Sophia.
—Toda la razón. Ahora eres el triple de egocéntrico —el hijo de Daniel intervino.
—Pero Connor, si eres igual o incluso peor que yo.
—Quisieras, soy incluso mejor.
—A ver si te callas ya, Cono de metal —dijo Layla.
—¿Cómo dices, maíz? —Connor se acercó a ella y se puso a hacerle cosquillas.
Sonreí mientras los miraba. No sabía mucho de la relación que tenían porque Layla siempre me ha dicho que eran mejores amigos, pero luego estaba Daniel, que me aseguraba que Connor sentía cosas por ella.
Eran jóvenes todavía para saber que sentían el uno por el otro. Layla iba a cumplir quince años y Connor recién tenía los dieciséis.
—La parejita —empezó Eden —que hay público —Lay y Connor rodaron los ojos y volvieron a sentarse.
—Esto de comer delante de los pobres... —comentó Daren.
—Que tontos sois —defendió Connor.
—Rubita, ¿nos vamos al jardín? —susurró el rubio en mi oído.
Le miré con una sonrisa y asentí.
—Nos vamos un rato al jardín. James cuida de ellos —dije.
—Que cabrones, me dejáis con los pesados estos.
—Pero James, que idiota eres, si nunca te separas de nosotros —respondió Layla entre risas.
—Pero no me expongas, tengo que mantener mi dignidad.
Reí y Leo hizo lo mismo. Salimos al jardín y nos tumbamos en el suelo, yo con la cabeza apoyada en la tripa del rubio.
Miramos las estrellas en silencio mientras él me acariciaba el brazo.
—¿Sabes? —empezó —Es increíble todo lo que hemos vivido juntos. Nos odiábamos cuando nos conocimos, bueno, corrijo, me odiabas; te enamoraste de mí, tuve un accidente de coche y conseguiste juntar al grupo que creía que nunca más volvería a juntarse, lanzamos farolillos juntos, vimos las estrellas juntos, cantamos una canción juntos, me fui a estudiar lejos y aquí estamos, con dos hijos increíbles que son igual de cabezotas que su madre e igual de guapos que su padre —reí.
—Tú nunca dejarás de ser tan egocéntrico...
—Nunca Rubita, no lo dudes.
—Te quiero Leo.
—Yo a ti también, rubita —se levantó obligándome a quitar mi cabeza de su cuerpo. Le miré con el ceño fruncido y una pequeña sonrisa.
—¿Qué haces? —pregunté levantándome tambien.
—¿Sabes que es lo único que nos falta por hacer? —negué.
Leo apoyó una pierna en el césped arrodillándose y sacando de su bolsillo una cajita azul.
Tenía que estar soñando, no me lo podía creer.
Abrió la caja poco a poco mostrando un anillo dorado precioso con un pequeño diamante.
Abrí la boca sin poder creérmelo.
—¿Quieres casarte conmigo, rubita? —preguntó con un tono nervioso, pero a la vez de superioridad.
—¿Qué? ¡Claro que sí! ¡Sí! —sonrío como nunca le había visto hacerlo, me puso el anillo y estampó sus labios con los míos.
—Te quiero mucho rubita. Siempre formaremos una constelación más —volví a besarle y me separé despacio.
—Siempre seremos constelaciones.
FIN.
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Una constelación más
Teen FictionRoma Alease estaba rota por dentro por sucesos de su pasado no tan lejano. Roma Alease dejó de creer en el amor verdadero. Roma Alease ya no era feliz. Roma Alease estaba vacía. Ver las estrellas en su montaña era su salvación. Él, que era una pers...