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ALICE HILL

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ALICE HILL

Dolor. Eso era todo lo que había sentido hasta que la enfermera se fue del pequeño cuarto con la jeringa vacía luego de inyectarme el líquido. Lando hizo todo lo posible para poder calmarme, pero por más que trate de fingir que todo mejoraba, el inglés no se tragó mi mentira.

El dolor había sido insoportablemente doloroso y ni que decir de la inyección, algo que desde pequeña detestaba y ahora tenía que empezar a llevarme con ellas para el resto de mi vida.

–¿Lista?–me pregunta Lando una vez que entra de nuevo al pequeño cuarto con varios papeles y mi mochila.

Levemente asiento con mi cabeza y bajo de la camilla con ayuda de mi novio. Su mano toma la mía y entrelaza nuestros dedos para luego dedicarme una leve sonrisa.

–¿Sonaría loco decirte que aún así te ves igual de hermosa?–me hace un cumplido y esto causa en mi que mis mejillas tomen color rosa instantáneamente.

El inglés al percatarse del efecto que había causado en mi deposita un beso en mi frente para luego empezar a caminar conmigo hacia el estacionamiento.

En el camino veo a Victoria, Leo y los padres de Victoria preocupados por mi estado. Intento calmarlos con una leve sonrisa y sigo caminado junto con Lando hasta que luego de cruzar varias salidas llegamos a una camioneta Jeep. Mi novio me ayuda a subir al carro y se asegura de que el cinturón de seguridad esté bien colocado para luego darse la vuelta lo más rápido que puede y así adentrarse al vehículo.

–Vamos a casa para que puedas descansar, princesa–me dice con una sonrisa y yo asiento con la cabeza–Si quieres descansa hasta que lleguemos, prometo conducir como un abuelito y llevarte sana y salva a casa.

–Bobo–le respondo entre risas y cierro mis ojos para poder descansar.

Lo único que podía hacerme evitar sentir el dolor era el sueño y eso era exactamente lo que planeaba hacer.

(...)

Preciosa–escucha como la voz de Lando inunda mis oídos y el viento cae sobre mi rostro para luego abrir mis ojos.

Habíamos llegado a casa y no había rastro de nadie más, sólo él y yo.

–Me quede dormida–le respondo para luego desabrocharme el cinturón y así poder bajar.

–Lo sé–me dice con una sonrisa y me tiende la mano para ayudarme a salir del carro.

Ambos caminamos en silencio hasta que las puertas de mi casa se abren por completo. Me extraña no escuchar los ladridos de mi Volkan, mi perro miniatura por lo que lo busco con la mirada por toda la casa.

–¿Y mi perro?–le pregunto a Lando sin despegarme de mi lado.

–Le pedí a Vic que antes de ir al hospital pasara por él y se lo llevase a casa–me responde y yo asiento con la cabeza.

HILL | LANDO NORRISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora