Capítulo 14

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Me sentía como un barco a la deriva, movido de un lado a otro por el furioso oleaje del mar. No sabía cómo reaccionar o que hacer. ¿De que servían diez años de estudio en una situación como esta? Me sentía burlado. De algún modo u otro debía saber la verdad. Seguí caminando sin rumbo en un intento vano de despejar mi mente. No solo era aquella terrible noticia, también estaba esa nostalgia que me invadía nuevamente; desde que Kushina-san había nombrado a mi hermano no pude dejar de pensar en él y en mis padres. Era demasiado. Me dolía el pecho y las piernas me flaquearon, sentí que iba a desplomarme al suelo, pero no lo hice. Volví al auto. Entré y me quedé allí sentado por un largo rato con los ojos cerrados y la cabeza recostada del respaldar. Salí de nuevo y caminé por la avenida. Observé a cada persona con la que me topaba tratando de estudiarlas, de saber si aún era capaz de percibir las conductas en ellas. Me senté en un banquillo y me quedé analizando a un hombre que estaba parado unos metros más allá. Vestía con un gusto horroroso, combinaba una camisa a rayas de colores grises y azules opacos y pantalón de pana marrón. Pude notar que estaba nervioso porque constantemente se frotaba las manos y miraba hacia todos lados, como si viera una especie de peligro en cualquier persona que le pasara al lado, lo más seguro es que era paranoico. Luego saco una caja de cigarrillos de su bolsillo con mano temblorosa, se llevó uno a la boca y lo encendió con un yesquero que estaba en su otro bolsillo, inhaló profundamente sin quitar la vista de las personas. Una joven mujer me distrajo de mi análisis, llevaba una falta corta, y sus piernas iban cubiertas con un leotardo de lana negra, llevaba botas altas del mismo color. Se detuvo en la parada de autobús, se llevaba las manos a la frente de forma desesperada, al parecer había sufrido algún tipo de decepción. Estaba a punto de llorar pero se contuvo mientras apretaba los labios.

Bajé la mirada hacia mi mano que reposaba en el respaldar del banquillo y volví a sumergirme en mis propios pensamientos. No sabía si regresar al hospital o irme a casa, o mejor dicho a aquel apartamento impersonal. Me llevé una mano a la frente apartando el cabello que me caía en la cara. Sentía ganas de gritar y desahogarme ¿Por qué me había mentido? ¿Por qué ocultarlo? No me importaba que el director lo hubiese hecho, después de todo era algo que podía esperase de él, pero ella ¿Por qué ella? Era lo que más me hería ¿A caso no confiaba en mí? ¿A caso creía que era incapaz de ayudarla? Miles y miles de preguntas se agolpaban dentro de mí. Estaba... decepcionado... No sabía si estaba siendo exagerado, pero sentía que había perdido el tiempo entregando todo lo que tenía a alguien que no confiaba en mí. No sabía si podría mirarla a los ojos y no sentir rabia al toparme con aquellos engañosos jades. Pensé que lo mejor era irme a casa y calmar mi ira. Me levanté y regresé al auto.

A penas podía manejar, la rabia me nublaba la vista en forma de lágrimas. Lo que no conseguía entender era porque habían montado toda una farsa ¿Para qué molestarse? Otra interrogante se sumó a las demás ¿Cuántos más sabían la verdad? ¿Cuántos más estaban mintiéndome? ¿Será que Chiyo lo sabía o Tsunade?

Me obligué a dejar de pensar y encendí el reproductor de música, una canción comenzó a sonar a todo volumen y no me molesté en bajarlo, quería que la música me dejara sordo a mis propios pensamientos y que mi cerebro se concentrara en la letra. Estacioné en una maniobra rápida y perfecta, tiré la puerta al salir. El ascensor parecía tardar horas en bajar así que tomé las escaleras. Dejé caer las llaves en el mueble que estaba a la entrada de la casa. Fui a la cocina por un vaso de agua y luego me lavé la cara para serenarme. Desde la ventana se escurría una suave brisa, me asomé para dejar que me rozara el rostro con su frialdad. Me deshice del pesado abrigo negro que llevaba puesto y lo colgué en la silla que estaba a mi lado. Caminé hasta mi habitación casi sin conciencia de mis movimientos y me tumbé en la cama, quedándome largo rato con la mirada fija en la sencilla lámpara de metal que colgaba del techo. Me quité los zapatos y me acomodé entre las almohadas, de pronto una ola de frio me recorrió el cuerpo. Me levanté para cerrar la ventana y encender la calefacción y volví a acostarme. Recordé la vez que la conocí, tan enigmática, tan hermosa y tan sola. Dudaba que me hubiese mentido, pero era cierto, lo había hecho. Sus padres habían muerto y ella había fingido toda una trágica historia llena de bases hechas de mentiras. Apreté las sábanas entre mis puños; respiré hondo y cerré los ojos para tratar de dormir y alejarme de aquel sentimiento que me agobiaba. Pero en la oscuridad de mis párpados la vi a ella vestida con su nívea piel y sus cabellos rosa cayendo en la perfecta forma de sus senos; me mordí el labio al tener ese pensamiento. Debía haber otra explicación a toda esta confusión, tal vez ella no estaba mintiendo. Sumergido entre las dudas me quedé dormido.

EL Diario del Dr. UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora