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Habíamos dejado el pueblo atrás y con ello, nuestra oportunidad de dejar a la viajera. La mujer no me molestaba si se mantenía lejos de mí, no por cualquier cosa sino porque no quería que la malévola estrategia de aquella mujer se cumpliera. No iba a terminar teniendo una ceremonia con ella, no quería atarme a nadie. La mujer cuyo nombre ya conocía, Leigh, no iba a cambiar mis sentimientos o forma de pensar y para prevenir aquello, prefería mantener la distancia.
 
— Descansaremos aquí, cuando salga el alba continuaremos. — Dije, bajando del caballo en el pueblo al que habíamos llegado al caer la noche.

— De acuerdo. — Asintió mi consejero, levantando sus manos para ayudarla a bajar.

— Gracias. — Susurró ella.
 
Estaba oscuro, de no haber sido por la tenue luz de las fogatas nos habríamos caído. Mientras yo caminaba con el único objetivo de encontrar un lugar dónde pasar la noche, mi consejero y la viajera se habían quedado detrás mí. No sabía de qué hablaban pero tampoco me interesaba.
 
— Buenas noches. — Llamé la atención de un anciano. — ¿Sabe dónde podemos descansar?

— Al frente hay una mujer viuda que permite a viajeros quedarse en su posada por unas pocas monedas. — Habló con lentitud. — Su nombre es Esther.

— Le agradezco. — Continué mis pasos hacia el lugar indicado, encontrándome con una joven mujer. — ¿Es usted Esther?

— ¿Quién pregunta? — Nos observó antes de fijar su atención solo en mí.

— Viajeros que buscan un lugar dónde pasar la noche, señora. — La mujer asintió.

— Dos monedas. — Busqué el saco de tela en donde guardaba las monedas y se las entregué. — Por viajero.
 
Quise reír porque no solo debía pagar por mi aposento sino por el de mi consejero y la viajera. No quería pagar por ella pero debía, era una mujer en un lugar desconocido y sin la ayuda de alguien no podría sobrevivir.
 
— Tenga. — Murmuré con malestar.

— Por aquí. — La mujer comenzó a caminar hacia el interior del lugar.
El lugar no era grande pero parecía ser suficiente para una sola noche.

Zilsur, la viajera y yo, fuimos a nuestros aposentos, alejándonos hasta la salida del alba. Podía descansar sin tener que preocuparme de la viajera y lo que su llegada traería a nuestras tierras pero una vez que el sol saliera sabía que aquello me atormentaría.

¿Cuántas viajeras habían llegado? ¿Cuántas habían vuelto a sus tierras? ¿Qué sucedía cuando no volvían?
 
— Debe volver antes de que sea tarde. — Murmuré en la soledad del aposento.
 
Leigh Pov

La posada no era un lugar grande aunque sí era muy cómodo y acogedor pero eso no cambiaba las cosas. Estaba en un lugar desconocido a muchísimos años de mi nacimiento y yo no sabía qué hacer para volver.

Todo parecía una mentira, un sueño creado por mi retorcida mente pero no, no era así. Estaba segura de que lo que vivía era real, tanto como la cama en la que me encontraba acostada o la calidez de la mano de aquel hombre.
 
— Quiero ir a casa. — Susurré mientras observaba al techo como si fuera interesante.  
 
Cerré los ojos en un intento por dormir y así me quedé, esperando a que el sueño llegara a mí.
 
— ¿Cómo ese hombre conoce a la Sra. Elizabeth? — Pregunté sin abrir los ojos. — ¿En qué me metí?
 
Con cada pregunta que me hacía, el cansancio se acercaba a mí hasta atraparme.

Estaba de pie en aquella sala que conocía tan bien y frente a mí se encontraba él, observándome fijamente. Ninguno de los dos hablaba pero por el caos que había a nuestro alrededor, había sucedido una pelea en ese lugar.
 
— ¿Qué haces aquí? — Preguntó tan cortante como en los últimos meses.

— Lo iba a vender pero lo pensé mejor, ella lo necesitará si no quieres que tu bebé nazca fuera del matrimonio. — Lentamente me quité el anillo que durante tanto tiempo había lucido con orgullo pero en ese entonces solo me causaba coraje.

— Te enviaré una invitación. — Aseguró con una sonrisa burlona.

— No te molestes, prefiero no estar presente cuando mi prometido y mi hermana se casen. — Una sonrisa forzada se formó en mis labios.

— Te duele, ¿no es cierto? — Preguntó burlesco. — Te duele que no seas tú con quien me casaré y tendré un hijo.
 
Mis ojos se abrieron en el momento en el que iba a dar mi respuesta.
El sol había comenzado a salir y con ello habían llegado los suaves golpes en la puerta.
 
— No, no me duele. — Sonreí levemente mientras cubría mis ojos con el brazo. — No seré yo quien tenga una vida infeliz. No seré yo quien deba casarse con una mujer a la que no le tendré afecto después de un tiempo y no seré quien tenga un bebé de alguien que ni siquiera me quiere.

— ¿Señorita? — Preguntó la voz de un hombre. — ¿Se encuentra bien?

— No seré la cadena en los tobillos de alguien más. — Susurré, poniéndome de pie para abrir la puerta.

— ¿Señ…? — Aquella pregunta no había sido formulada por completo pero tampoco hacía falta, estaba ahí y él podía verme.

— Buen día, Zilsur. — Saludé.

— Buen día…— Murmuró él. — Debemos partir. — Me informó antes de entregarme un par de manzanas para que desayunara.
 
Mi mente podía estar engañándome pero ese hombre no me parecía alguien malo sino todo lo contrario. Sin embargo, de su compañero antipático no podía decir lo mismo aunque tampoco podía culparlo, era una extraña con la que debía cargar.
 
¿Cuánto tiempo debía permanecer allí?
No lo sabía pero esperaba que no fuera mucho, tenía cosas que resolver y estando ahí no podía.
 
— ¿Quiere moverse? Es un viaje largo y no llegaremos a un lugar seguro si continua perdiendo el tiempo. — Habló aquel hombre con el que debía encontrarme para algo.

— Vamos Leigh. — Me sonrió Zilsur, quien esperaba pacientemente para ayudarme a subir al caballo.

— Gracias. — Murmuré cuando estuve arriba y él también.
 
El camino comenzó siendo silencioso y tranquilo, cosa que hubiera seguido siendo así si aquel hombre no me observara con desconfianza. Que me observara cada tanto tiempo era incómodo por no decir que molesto.
 
— ¿Qué es eso? — Pregunté cuando algo llamó mi atención.
 
En medio de los árboles había un espacio extraño y las plantas a su alrededor parecían estar quemadas. Sin embargo, estaba segura de que no era un incendio forestal porque aquel espacio era parecido a un óvalo y no tenía sentido que siendo un incendio, solo se quemara esa parte.
 
— No lo sé pero es mejor que no lo sepamos. — Habló el hombre de mirada seria, quien por primera vez no se había escuchado hostil.
 
Sí, aquello era lo mejor.  

Mariposa Viajera© EE #4 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora