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Umeth no había dejado de gritar y dar órdenes desde que se había levantado con la salida del sol. Todos corrían para intentar no ser asesinados por su líder furioso menos yo, que me encontraba sentada frente a él y veía el espectáculo sin inmutarme.

Con lo de la noche anterior había tenido más que suficiente como para agachar la cabeza y asentir, era eso o asesinarlo con su propia espada y que toda Vurshka estuviera detrás de mi cabeza. Mi idea era la de siempre, simple y posiblemente eficaz, debía ser la mujer sumisa que él quería y en esa ocasión cumpliría.  
 
— ¿Se ha alimentado? — Preguntó un poco tenso pero sin gritar.
 
No sabía a quién le estaba hablando hasta que alcé la mirada y me percaté de que estaba esperando una respuesta de mi parte. Con miedo de hacerlo enojar y de que se propasara conmigo, negué lentamente con la cabeza.
 
— ¿Debo ordenárselo al despertar? — Volví a negar. — ¿Qué le ocurre? — Murmuró mientras se doblaba en cuclillas frente a mí.
 
Sus servidores y soldados no habían detenido sus labores pero eso no impedía que sus ojos estuvieran fijos en nosotros. Todos estaban expectantes en lo que Umeth haría porque la mayoría de los que estaban ahí presentes también lo habían estado cuando me había dado una golpiza por gritarle.
 
— Míreme. — Ordenó por lo bajo. — Hable, ¿qué le ocurre?

— Temo por mi vida. — Susurré.

— ¿Me teme? — Asentí con lentitud. — Sabe que no la heriré si usted continúa así, siguiendo mis órdenes sin causarme malestar.

— Usted me hizo daño mientras decía que era mujer del mal. — Aún podía sentir sus manos sobre mí, sus asquerosos intentos de demostrar que él tenía razón y sus horribles palabras.

— ¿Ha entregado su cuerpo o ha danzado para el mal? — Negué nuevamente con la cabeza. —Confiaré en su palabra en esta ocasión.

— ¿No volverá a…? — Umeth levantó la mirada hacia sus servidores, quienes desaparecieron en un pestañear.

— No si usted no causa mi malestar. — Aseguró. — Luce hermosa, es una lástima que su herida no lo sea.
 
Claro que no lo era, el moretón que tenía en mi mejilla era enorme y de horribles tonos morados y verdes. ¿Cómo pretendía que me viera bien si me había golpeado hasta perder la consciencia?
 
— Vaya a alimentarse, no volveré a decirlo. — Umeth volvió a ponerse de pie y me ofreció su brazo para que me sostuviera de él. — La veré después en su aposento, espero encontrarla allí.

— Ahí estaré. — Murmuré mientras tomaba su brazo y caminaba a su lado hacia el comedor.
 
Después de asegurarse de que estuviera sentada y comiendo, el líder de Vurshka desapareció de mi vista para ir a hacer sus cosas de líder matón. Las mujeres que se encontraban en el comedor y cada tanto me servían vino o traían un nuevo alimento, no dejaban de asesinarme con la mirada. No les había hecho nada y mucho menos les había hablado pero ahí estábamos.

Era sumamente incómodo pretender que no me daba cuenta de lo que hacían o murmuraban. De hecho, ellas creían que bebía el vino que me habían servido en la segunda ocasión pero no lo hacía, no pensaba ingerir algo que había sido contaminado con alguna sustancia adicional y posiblemente mortal.
 
— El señor debería escoger a una de nosotras. — Murmuró una mujer rubia de no más de dieciocho años. — Le hemos servido con lealtad, no como esa mujer que danza con el mal.

— Así es. — Susurró otra, un poco más grande que la anterior. — Deseo que el señor le quite la vida, una de nosotras será mejor señora que ella.

— Mujerzuela. — Susurró una tercera mujer.
 
Esas tres mujeres no podían ser llamadas tontas porque eran lo siguiente. ¿Cómo se atrevían a hablar tan libremente de una persona frente a sus narices? Peor aún, ¿cómo podían hablar mal de alguien sin observar quién estaba detrás de ellas?

Umeth había llegado poco antes de que comenzaran con sus habladurías y por medio de gestos me había ordenado a permanecer en silencio como si nada estuviera ocurriendo. Cada palabra o insulto era escuchado por aquella muralla de carne y huesos que parecía estar a punto de atacar.

Tras un último insulto por parte de la que se veía más pequeña, Umeth tiró de su cabello y golpeando a golpearla brutalmente.
 
— No se muevan. — Les ordenó a las otras dos.
 
Mis manos se abrían y cerraban como si de alguna forma mi cuerpo intentara procesar lo que estaba sucediendo frente a mis ojos.
 
— Esto ocurre…—Tomó a otra del brazo e hizo lo mismo que con la primera chica. — Cuando hablan de lo que es mío.
 
Una por una fue golpeada hasta que sus quejidos y súplicas fueron apagados a la fuerza. Por el suelo del comedor corría la sangre de tres personas que no parecían seguir con vida.

No me había dado cuenta de que me encontraba de pie y mirando fijamente los cuerpos hasta que él tomó mi rostro entre sus manos. Umeth, después de haberse deshecho de lo que lo molestaba, lucía indiferente, incluso cuando sus manos se encontraban llenas de sangre y por lo mismo, mi rostro también.
 
— Deje de llorar. — Ordenó entre murmuros.
 
Era un monstruo sin sentimientos y muy inestable. Said me había dejado con una bomba de relojería que tenía una cuenta regresiva y explotaba en un solo instante.
 
— La sangre de los traidores luce bien sobre usted. — Continuó murmurando mientras tenía la mirada perdida.
 
No me atrevía a mover ni un solo cabello, ni siquiera cuando él comenzó a deslizar su ensangrentado dedo por el borde de mi labio inferior y luego me besó.

Prefería creer que si no me movía la bestia no me vería, si no lo hacía enfadar entonces no terminaría como aquellas mujeres.
 
— Mi mujer. — Susurró sobre mis labios y continuó besándome.
 
Ser besaba por él era como besar a la muerte misma o al menos estar tentándola.
 
— Solo mía. — Volvió a hablar una vez que se alejó de mí.
 
Podía sentir el líquido en mi rostro y el desagradable hedor metálico de éste, abofeteaba mi nariz.

Yo no las había asesinado pero ciertamente era una testigo y al no haber hecho nada para salvar sus vidas, eso me convertía en coautora de un crimen. Con el hombre decapitado no había podido hacer nada porque la espada de Umeth había sido más rápida que cualquier otra cosa pero con las servidoras si podía haber hecho algo.

Todo aquel que caminaba cerca del comedor y observaba todo lo que ahí había sucedido, se alejaba a toda prisa para evitar ser el siguiente. Tal vez yo era como ellos… Egoístamente había preferido guardar silencio y mantenerme en mi lugar para no volver a ser tocada o golpeada, tal y como lo hacían sus servidores.
 
— Soy un monstruo. — Susurré para mí misma mientras intentaba contener las lágrimas que amenazaban con resbalar por mis mejillas.

Mariposa Viajera© EE #4 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora