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Leigh Pov

Morderse la lengua era algo doloroso pero cabalgar durante horas lo era aún más. Llevábamos mucho tiempo montando a caballo y mi trasero, espalda y hombros dolían, incluso podía jurar que no sentía mis piernas.

A pesar de eso, no me había atrevido a preguntarle hacia dónde íbamos y cuánto faltaba porque ambos estábamos haciendo lo mismo, escapando de una posible muerte dolorosa. Él no había abierto la boca para nada y yo tampoco, no me apetecía comer insectos o ser lanzada en mitad de la nada por ser considerada una molestia.

En mi mente seguían estando las palabras que él había dicho cuando pedí por mi vida. ¿Realmente Umeth me había mentido? ¿Por qué lo había hecho?

Me sentía herida y traicionada porque el supuesto esposo que me amaba, resultaba nunca haber existido y yo que le había servido lo mejor posible, me sentía dolida. Había creído que a su lado estaba bien pero no era así, él solo me había manipulado para su beneficio y placer.

Por otra parte, también estaba el tema de Dalila y Fracci… ¿Fracci era un conde? Eso era imposible, Said había dicho que él había fallecido a causa del tiempo y yo lo había visto en muchas ocasiones, joven y jugando con sus pequeños hijos.

Estaba segura, aquel hombre no podía haber muerto porque de ser así, Einar, Niels y la pequeña Irina, no existirían.
 
— ¿Qué ocurre? — Preguntó, cerca de mi oreja.
 
Que estuviera detrás de mí era incómodo porque sentía que mi espacio personal era inexistente y de hecho, así era. Para dirigir al caballo, Said debía sujetar las riendas pero, ¿qué sucedía? Sucedía que para poder hacer eso él debía colocar sus brazos a los costados de mi cintura o de lo contrario perdería el control del caballo y podríamos caernos.
 
— ¿Realmente cree que el esposo de Dalila es ese conde que menciona? — Aquello me parecía absurdo e imposible pero aun así quería saber, mi curiosidad me lo exigía.

— Mujer, solo he conocido a una dama con ese nombre y que esté casada con un Fracci. Dalila Fracci, condesa de Sdon y madre de Einar, Niels e Irina Fracci. — Respondió con simpleza.

— ¿Conoce a los pequeños? ¿Cómo es posible? — Con cada pregunta y respuesta me sentía más 5perdida.

— ¿Pequeños? Querrá decir mujer y hombres, todos con sus hijos. — Mi cabeza iba a estallar si continuaba así.

— ¿Hombres y mujer? Pero si Irina apenas puede ir al baño sin necesitar ayuda… — Murmuré para mí.
 
Todo era confuso, incluso él había comenzado a dudar de sus propios recuerdos y palabras.

Tan pronto pudiera volver a mis tiempos iba a preguntarle a Dalila y a Elizabeth sobre lo que tenían que ver con la época medieval. No las iba dejar descansar hasta que saciaran la curiosidad voraz que había nacido en mi interior al pisar aquellas tierras desconocidas. Sabía ciertas cosas de la época como la forma en la que se comportaban o en lo que creían pero fuera de eso, solo tenía algunas cosas que había aprendido en Vurshka.

No entendía lo que Dalila, Fracci, Elizabeth y el Sr. de Edevane tenían que ver con toda esa situación pero si las palabras de Said eran ciertas, esas cuatro personas sabían más de lo que me habían informado.

Aún lo recordaba con claridad, había ido a la biblioteca para buscar unos libros que pudieran servirme para mi tesis y Elizabeth me había entregado un libro. Dalila, quien se encontraba con ella en ese momento, había dicho que me iba a interesar y por lo mismo, había comenzado a leerlo en el taxi mientras iba de camino a casa. Luego de eso, de haber leído aquellas palabras desconocidas, solo podía recordar estar frente a dos hombres que montaban a caballo.
 
— ¿Así es un amarre? — Me pregunté a mí misma porque era lo único con lo que había podido comparar mi situación. — Un amarre no se supone que te lleve a otro lado… Los brownies debieron tener algo más que harina y chocolate. 

— No comprendo lo que dice pero comienzo a verla como a una amenaza. — Me había olvidado por completo del hombre que se encontraba a mis espaldas.

— ¿Por qué? — Yo no era una amenaza. De hecho, en su época había muchas cosas que podían matarlo y ninguna de ellas lucía como yo.

— Habla consigo misma, utiliza palabras extrañas y es una viajera. — ¿Qué tenía eso que ver?

— ¿Solo por eso? — El caballo se había detenido y con ese acto, él había bajado para ayudarme a mí a tocar el suelo. — ¿Soy una amenaza por esas tontas razones? — Asintió levemente. — Le recuerdo que estuve en Vurshka por mucho tiempo y nada sucedió.

— Como ya le había informado sobre la gran mayoría de las cosas que dice, no la comprendo pero sí. Por esas tontas razones. — Me sentía ofendida porque yo era más buena que el pan. — Debo cuidar de usted porque podría matarnos a todos.

— ¿Acaso soy un arma? — Su ceño se frunció ante una nueva palabra.

— No sé qué sea eso pero sí. — Iba a golpearlo como continuara diciéndome amenaza.

— No sabe lo que es pero dice que sí, que gentil y amable. — Escupí con malestar.

— Si un “arma” es algo que puede matarnos, entonces sí, usted es un arma peligrosa. — No había testigos de nuestra conversación o guerra de miradas, solo el caballo, él y yo.

— ¿Por qué? — Desde que lo había conocido, Said se había mostrado como alguien frío y distante. Sin embargo, en aquella ocasión sus emociones habían flaqueado. — Usted me dejó ahí, ¿por qué ahora soy un peligro?
 
El velo que utilizaba para cubrir sus emociones y pensamientos se había caído frente a mis ojos. Said Hichet, el hombre al que tenía que buscar y que me había dejado atrás, por primera vez se dejaba ver como un humano que sentía y temía.

Fue en ese momento que lo supe, algo entre nosotros había cambiado porque por algún motivo podía ver a través de él.
 
— Porque nada bueno ocurre cuando una viajera fallece en tiempos pasados. — Murmuró por lo bajo, con la mirada perdida como si intentara recordar algo. — Eso solía decir mi padre y aunque no le creía cuando lo decía, ahora que la conozco no lo dudo.

— Entonces, si muero…— Susurré para mí misma.

— Si usted muere la desgracia caerá sobre nosotros. — Asintió con lentitud.
 
Realmente era una amenaza, el temor que reflejaba su mirada terminaba de confirmarlo. Él y cada una de las personas que vivían en la época medieval no estaban a salvo por mi culpa, mi sola presencia ponía sus vidas en un peligro mortal.
 
— Pero… Pero usted…— Balbuceé. Me sentía confundida y perdida, como si estuviera anestesiada de pies a cabeza.

— No, no…— Murmuró él mientras intentaba sujetar mis muñecas. — Tranquilícese.
 
¿Por qué lo hacía? ¿Por qué intentaba tranquilizar a quien podría causar el fin de lo que conocía?

En el medievo había dos grandes males, la insalubridad de la época y yo.

Mariposa Viajera© EE #4 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora