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Lo que fuera que Said estaba provocando en mí, debía ser exterminado y olvidado lo más rápido posible. No sabía si comenzaba a gustarme o si solo era una cierta atracción debido a la situación pero de todas formas aquello debía morir.
 
— Si esto llega a los oídos de Umeth, estaremos más muertos que nunca. — Susurré para mí misma mientras me daba un baño.
 
El odio que sentía Umeth hacia Said, no parecía tener fundamentos. Si realmente no había tenido una hermana que había sido deshonrada, ¿por qué lo odiaba tanto?

No comprendía bien la relación que tenían esos dos hombres pero de lo que sí estaba segura era que si atrapaba a Said, lo iba a asesinar cruelmente para satisfacer su enferma forma de ser. Por lo mismo, debía mantenerme un poco distante de quien me había ayudado a escapar, para no hacer su tumba más profunda de la que ya era.

Me asustaba lo que comenzaba a sentir por Said pero temía más a lo que pudiera causar debido a mis sentimientos.
 
— Leigh, ¿se encuentra bien? — Preguntó Said desde el otro lado del aposento, donde no podía verse el área de la bañera.

— Sí, ya voy. — Respondí mientras me cubría y salía del agua.
 
Había estado demasiado tiempo en el pequeño espacio y debía salir para continuar ayudando a las mujeres del pueblo.

Ellas ya habían visto que sí cumplíamos con nuestra palabra de ayudar a cultivar o a cargar cosas y por ese motivo nos habían ofrecido más alimentos a cambio de ayuda. No era mucho lo que podían ofrecernos pero para Said y para mí, que no teníamos nada, era más que suficiente.
 
— Aquí estoy. — Avisé aunque él lo sabía porque me había visto.

— Usted se quedará a mi lado. — Ordenó sin ser brusco.

— Pero Said… Yo debo ir con ellas. — Él negó con la cabeza mientras comenzaba a caminar hacia la puerta para salir.

— No, usted se quedará a mi lado para que no escuche las habladurías. — Yo no me había movido de la vieja habitación a pesar de que Said había salido.

No estaba de acuerdo con ir junto a él a todos lados porque al final yo me iría y él se quedaría para soportar la mala fama que comenzaba a arroparlo. Sabíamos que las habladurías volaban como el viento y que ya todo el pueblo debía estar enterado de lo que decían de nosotros. Para ellos, Said era el hombre que se había llevado a la mujer de otro y yo, era una mujerzuela infiel.
 
— Leigh, camine. — Said había abierto la puerta desde el exterior. — No me obligue llevarla en contra de su voluntad.

— Lo está haciendo. — Por fin caminé hacia él, quien no alejó su brazo de la puerta hasta que pasé por debajo de él. — Terco.

— No comprendo lo que dice pero usted lo es más. — Mi mano fue más rápida que mi cabeza y por lo mismo, su brazo recibió un golpe de mi parte. — ¡Ah! — Llevó su mano al área afectada y me miró con el ceño fruncido. — Usted posee actitud de hombre…

— Pero no lo soy. — Said, sin dejar de observarme, caminó uno o dos pasos hacia el lado para mantener cierta distancia. — No lo he golpeado fuerte.

— Usted no es una mujer como las demás. — Murmuró.
 
Tan pronto los pueblerinos nos vieron pasar por sus respectivas casas, los murmuros y miradas no faltaron. Era incómodo e incluso molesto pero más lo era para Said, quien no podía decir o hacer mucho porque dependíamos de los alimentos que nos ofrecían por nuestro trabajo.
 
— Deberíamos volver a la vivienda. — Murmuré, sintiéndome cohibida.

— No, debemos obtener alimentos para poder marchar. — Él tenía razón pero no sabía si podría resistir más tiempo así. — Usted solo debe hacer lo que le diga.

— ¿Qué hará? — Le susurré mientras colocaba mis manos en su brazo para detener sus pasos.

— Desde este momento, usted será mi prometida y nos encontramos aquí porque queremos tener descendencia en un pueblo alejado de las disputas. — Definitivamente ese hombre no sabía lo que decía.

— Se escucha muy bien pero creo que ha olvidado de lo que ocurriría si aquel hombre se entera de esto. — Una sonrisa por su parte fue suficiente para confundirme por completo.

— Garoff no debe enterarse, prometida. — Murmuró cerca de mi oreja sin dejar de sonreír. — Haga lo que le digo y dejarán las habladurías.

— Hablarán porque vivimos juntos sin estar casados. — Le recordé.

— Descansamos en lugares lejanos. — Me quedé observándolo hasta que comprendió mi punto sin que tuviera que decirlo. — Eso les diremos y no deben saber si es cierto o no. Usted solo confíe en mí.
 
Continuamos de recorrer nuestro camino en silencio
 
— Han llegado. — Saludó un chico sin mucha amabilidad.
 
Al parecer, habíamos llegado a una reunión a la que no habíamos sido invitados y aquel chico era el encargado de avisarles si nos acercábamos o no. Por lo visto, no había hecho bien su trabajo pues los pueblerinos no habían podido disimular lo que allí sucedía.
 
— Said, vámonos. — Murmuré pero él no se movió de mi lado.
 
Era horrible estar ahí parado mientras más de cien pares de ojos te observaban con asco o incomodidad. En ese momento, nosotros éramos una peste que el pueblo quería eliminar.
 
— Said…— En esa ocasión solo me observó.
 
Él estaba molesto, su seriedad, ceño fruncido y mirada fría, eran la prueba de ello.
 
— No comprendo qué hicimos para ser juzgados pero no lo permitiré. — Habló con brusquedad y alto para que todos los allí presentes pudieran escucharlo. — Somos viajeros en búsqueda de una vida mejor, la mujer a mi lado no es una mujerzuela y yo no soy un ladrón.

— Said, solo vámonos. — Pedí para evitar algún tipo de enfrentamiento.

— No. — Sentenció. — Ustedes nos juzgan sin saber que ella es mi prometida y llegamos a estas tierras porque están alejadas de las disputas pero malditos sean ustedes y sus tierras.

— ¡Said! — Fue lo único que logré decir porque no me esperaba que él maldijera a todo y todos los que estaban ahí.
 
Dejando un gran caos en la plaza del pueblo, fui arrastrada hasta la vivienda para tomar nuestras cosas y marcharnos lo antes posible.

— Debe calmarse. — Said guardaba las cosas de mala gana y con coraje, provocando que algunas se rompieran o quedaran mal colocadas.

— Leigh, mi padre y madre no me criaron para escuchar habladurías y dejarlas ser. — Caminé hacia la cama que era donde él estaba colocando todo en el saco y alejé sus manos de éste.

— Debe calmarse porque en realidad…— Said se levantó rápidamente como si supiera lo que iba a decir.

— No lo diga. — Ordenó. — No se lo permito.
 
Algo estaba ocurriendo en su cabeza y ni siquiera podía imaginarme qué era. Sin embargo y aunque podía parecer una demente, por algún motivo sentía que no necesitaba preocuparme o temer porque él estaba ahí. Aquel sentimiento se intensificó aún más cuando sus manos acunaron mis mejillas para que lo observara directo a los ojos.  

Mariposa Viajera© EE #4 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora